
Adolfo Jansma, tercera generación de la familia fundadora, repasó los momentos más importantes de la trayectoria de ese refugio ubicado a solo 12 km en línea recta del glaciar Perito Moreno. Una lucha contra las adversidades que nació de la mano de la inmigración croata que ingresó desde Chile.
En pleno Parque Nacional Los Glaciares y a 12 km en línea recta del glaciar Perito Moreno en Santa Cruz, la estancia Nibepo Aike es mucho más que un refugio en la inmensidad de la Patagonia. Es el legado vivo de una familia de pioneros croatas que, desde 1910, enfrentaron adversidades para construir un hogar y una tradición.
Adolfo Jansma, tercera generación de la familia fundadora, está al frente de este paraíso ubicado sobre el brazo sur del Lago Argentino. Hoy, su hija mayor está a cargo de la parte comercial y administrativa, mientras él sigue la operación diaria del campo. Si bien Adolfo conocía la historia de la estancia, durante la pandemia tuvo el tiempo para juntar más fotos, cartas y mapas.
Nibepo Aike: desde un rincón remoto al lugar más lindo
Todo comenzó con Santiago Peso, abuelo materno de Adolfo, un inmigrante croata que arribó a la Patagonia a principios del siglo XX en busca de tierra y oportunidades. Hizo un primer intento en Punta Arenas, Chile, y fracasó. Continuó viaje hasta un rincón remoto casi en la actual frontera con Chile.
Peso pobló alrededor de 20.000 hectáreas y, en sociedad con un grupo de compatriotas, fundó la estancia “La Jerónima” cuando todo era territorio nacional. Con esfuerzo y plata prestada, construyó las bases de un establecimiento ganadero que durante muchos años se dedicó a la cría de ovejas para la exportación de lana a Europa.
En el año 1924, durante un viaje a Río Gallegos para ir a comprar mercadería, conoció a María Martinic en el lugar menos pensado: la sala de espera de un consultorio médico. Al año siguiente se casó con aquella joven compatriota y tuvieron cuatro hijos: Adolfo (falleció al año y medio); Radoslava, apodada Niní; Ángela, apodada Bebe; y María, apodada Porota.

Santiago murió en 1938 por tuberculosis. María quedó al frente del campo y con las tres hijas a su cargo. Con mucho esfuerzo compró su parte a un socio, refundó la estancia en 1947 y la rebautizó con el nombre de “Nibepo Aike”. «Aike» significa «Lugar de» (en tehuelche) y «Nibepo» proviene de las primeras sílabas de los nombres de sus hijas Niní, Bebe y Porota.
A partir de entonces, la familia continuó con la producción ganadera, adaptándose a los cambios que había traído la creación del Parque Nacional en 1937. La madre de Adolfo continuó con el legado familiar. «En 1956 se casó con mi papá, Juan Enrique Janzma, y ambos estuvieron al frente del establecimiento agropecuario. De ese matrimonio nacieron cuatro hijos. Mi hermano Carlos, mi hermana Silvia, mi hermana Gladys, y yo», cuenta.
El padre de Adolfo, al que llanmaban Don Juan, introdujo el turismo en la década de 1970. Fue un pionero en la navegación del lago Argentino con una lancha de madera para acercar a los visitantes al glaciar Perito Moreno. «En ese momento no había ni Prefectura acá, todo estaba por hacerse», recuerda.
Desde la década del 80, la estancia dejó de criar ovejas y se enfocó en la ganadería bovina, priorizando el cuidado del entorno. En 1986, Adolfo tomó las riendas del campo y consolidó el agroturismo como el eje principal de la estancia, sin abandonar la ganadería, que hoy se enfoca en la cría de bovinos Hereford. También tienen vacas Jersey que ordeñan todos los días para tener leche fresca.
Con su labor logró mantener firme el establecimiento productivo. «Me interesa dejar como legado el desarrollo de la estancia, sumando el cuidado del medioambiente. Estamos dentro de un parque nacional y reciclamos todo. Nuestra energía es 90% limpia. Queremos que las futuras generaciones puedan disfrutar de esta tierra, que es parte de la historia de nuestro país», reflexiona.

Más allá del impresionante entorno natural, la hostería de Nibepo Aike es un testimonio vivo de la historia familiar. Funciona como tal desde 1990 con 10 habitaciones con baño privado. Los pisos de madera crujen bajo los pasos de los visitantes, evocando tiempos en que la estancia era un enclave solitario en esas tierras. Muebles de época, fotografías en blanco y negro y objetos antiguos convierten cada rincón en un relato del pasado.
«Aquí cada cosa tiene su historia», explica Adolfo. No es solo un lugar para dormir, sino para vivir la estancia tal como lo hicieron sus antepasados. Los huéspedes pueden disfrutar de un ambiente cálido y acogedor, con la posibilidad de compartir experiencias con los dueños y conocer de primera mano el día a día del campo. «Nos gusta recibir a los visitantes contarles anécdotas y mostrarles cómo era y cómo es la vida en este lugar tan especial», añade.

Adolfo vivió en Río Gallegos, pero su historia de vida está ligada a la de Nibepo Aike. Hoy la elige para vivir la mayor parte del año. En El Calafate, solo pasa los días más fríos del invierno. Tiene tres hijos y su hija mayor es la que trabaja con él en la estancia. A veces piensa que a su abuelo le tocó el «peor lugar» porque era el más alejado, hacia el oeste, pero terminó siendo el más lindo, junto al lago y muy cerca del glaciar. Un privilegio.
«Cuando le preguntaron a mi abuelo por qué quería venir aquí, él dijo que era para iniciar el desarrollo en esta zona. En 1924 él puso el primer teléfono hasta El Calafate con un cable compacto, cuando en el pueblo solo había un puesto sanitario y una subcomisaría. Nosotros intentamos continuar esa misma línea del desarrollo con el cuidado del medio ambiente para las generaciones futuras», sostiene