
Cristina Carrazán
Diez días consecutivos de lluvias de diferente intensidad han comenzado a generar preocupación en Tartagal, una ciudad ubicada prácticamente al pie de las serranías que llevan su nombre. La persistente caída de agua, que se extiende durante todo el día y la noche, revive en la memoria colectiva un episodio trágico: el alud del 9 de febrero de 2009. Aquel desastre, causado por lluvias ininterrumpidas durante más de diez días, provocó el desmoronamiento de los cerros, destruyó cientos de viviendas y se cobró la vida de dos mujeres que vivían a pocos metros del cauce del río Tartagal, que divide en dos a la ciudad.
Ante este escenario climático similar, un exsecretario de Obras Públicas que trabajó en el municipio durante aquella catástrofe ha solicitado medidas preventivas urgentes. «Las aeronaves que provienen de Salta capital y pasan hacia el Chaco salteño por la crecida del Pilcomayo deberían traer especialistas que supervisen la cuenca alta del río Tartagal. Hay demasiada humedad y, cuando los cerros acumulan demasiada agua, llega un momento en que ya no pueden sostener sus estructuras», advirtió.
Miguel Ángel Parra, exfuncionario municipal, recordó la situación previa al alud de 2009. «Durante varios días llovió intensamente, pero nadie prestó atención al hecho de que, aunque en las altas cumbres siempre llueve más que en la planicie, el río Tartagal traía muy poca agua. Luego supimos que un cerro se había derrumbado, bloqueando el cauce y formando un dique natural. Cuando la presión del agua acumulada superó el límite, esa barrera cedió y desató la avalancha que destruyó todo a su paso», relató.
Parra señaló que, tras la tragedia, se estableció la necesidad de mantener una vigilancia constante en la cuenca alta del río durante la temporada de lluvias. Sin embargo, denunció que este control nunca se implementó. «Estamos atravesando una situación climática muy similar a la de febrero de 2009, por lo que lo mínimo que podemos pedir los tartagalenses es que se realicen sobrevuelos sobre la cuenca alta del río. Es fundamental verificar si hay derrumbes importantes o nuevos diques formados por desmoronamientos. Con la experiencia que tenemos, no podemos permitirnos que algo así vuelva a ocurrir», enfatizó.
«Tenemos que anticiparnos», dijo un ex funcionario
El exfuncionario Miguel Parra también explicó la geografía de la región y el comportamiento del río en épocas de lluvias. «El río Tartagal se origina en la cuenca del Aguay. Son las corrientes que descienden de los cerros las que alimentan su cauce. No hay otro riesgo inminente, ni la Laguna del Cielo ni ningún otro afluente afectan a la ciudad. Sin embargo, la gran cantidad de agua que cae sobre los cerros, que no son de piedra sino de tierra y árboles, puede provocar nuevos deslizamientos. Si sucedió una vez, no podemos esperar a que ocurra de nuevo. Tenemos que anticiparnos», advirtió.
En ese sentido, instó a que el gobierno provincial destine personal especializado para monitorear la situación. «Ahora que hay tantos vuelos hacia el Chaco salteño, que necesariamente cruzan por el espacio aéreo de Tartagal, sería lógico que se aprovechen para realizar estos controles. Todos estamos pendientes y preocupados por la desgracia que viven nuestros hermanos del Chaco, pero no debemos dejar de prestar atención a lo que sucede en Tartagal y otras localidades situadas al pie de los cerros», concluyó.
El 9 de febrero de 2009, a las 9 de la mañana, una violenta corriente de agua, lodo y árboles descendió desde la alta cuenca del río Tartagal, arrasando todo a su paso, incluido el viejo puente ferroviario