
Director: Sergio Romero
Para los países con elevado poder adquisitivo, el ingreso de drogas altamente refinadas es un grave problema de seguridad interna frente al que fracasó la estrategia de «guerra al narcotráfico» declarada por Estados Unidos en Colombia y para todos los países productores de droga en la región.
Pero al mismo tiempo, controlando con eficiencia y transparencia la hidrovía – hoy un área apetecible por distintas fracciones políticas – y desbaratando paso a paso el lavado de dinero, que solo es posible con la complicidad de funcionarios, magistrados, profesionales, empresarios y financieras. Las luchas territoriales, los crímenes a cargo de sicarios y la formación de pequeñas bandas de marginales que terminan siendo carne de cañón configuran el escenario de sangre y violencia que, con diversos matices, se observa en enclaves estratégicos, como el conurbano bonaerense, Rosario y, en la última década, en el norte salteño.
Los hechos de violencia que, en los barrios populares o en las áreas rurales, genera el narcomenudeo requieren, justamente, presencia del Estado no solo con fuerzas de seguridad idóneas e incorruptibles, sino, fundamentalmente, con políticas de desarrollo productivo, que reemplacen a las producciones de supervivencia, con una estrategia educativa realista, que abarque mucho más que la mera construcción de aulas, sino que contemple el futuro laboral y social de los niños y adolescentes. También, con presencia sanitaria preventiva y asistencial, servicios básicos e infraestructura indispensable para el transporte.

El desafío de sacar a Latinoamérica como la región con peores índices de criminalidad del mundo es muy grande y de largo plazo. Debe ser desideologizado y afrontado con políticas de Estado serias, compartidas por los gobiernos, la dirigencia política, empresarios y la comunidad. Es arduo, pero es el único camino