
Carlos Belloni
Eran tiempos «cuando una carrera política se hacía con el periodismo, desde el periodismo, a pesar del periodismo… Hoy puede hacerse sin el periodismo e incluso contra el periodismo», acota León Gross.
Mensajes en botellas
No es que fuera todo perfecto, no idealizo el pasado. Siempre existieron las grietas por las que «el Diablo hacía de las suyas». No todo tiempo pasado siempre fue mejor.
Si tuvo razón Marshall McLuhan cuando afirmó que «el mensaje es el medio»; el mensaje violento, polarizador, superficial, vacío, efectista y efectivo de las redes sociales en efecto reemplaza para algunos lectores a los medios profesionales; deja palabras escritas con menos personas que las vayan a leer. Me hace pensar en Jürgen Habermas cuando afirmaba que era un error preguntarse por qué no había intelectuales, arguyendo que no puede haberlos si no hay lectores a quienes llegar. Pensado así, el verdadero periodismo quizás se asemeje, hoy, a una forma de resistencia. A un ejercicio en el que, incansables, los periodistas serios lanzan mensajes en botellas selladas al mar esperando, con fe, que alguien la reciba, rompa el sello y lea ese mensaje particular. Y todos los otros, después.
Verdades simples
Se presenta en sociedad la facción libertaria «Las fuerzas del cielo»; espacio en el que confluyen funcionarios, dirigentes y troles oficialistas. En la presentación de ese grupo tan variopinto, el militante Daniel Parisini -«Gordo Dan»-, dice que los allí reunidos conforman «el brazo armado» del Presidente a quien se lo defiende «hasta con la propia vida». «Su guardia pretoriana»; algo propio de un emperador.
Y comprender, por fin, que nada justifica la violencia institucional. «A gran parte del periodismo le gusta el boxeo duro con dosis extremas de violencia», dice el presidente. «Con la particularidad de que su rival tiene que estar atado de pies y manos. Así golpean de modo fuerte y dan ‘muestras’ de exquisitos en el arte. A su vez el oponente, frente a su imposibilidad de defensa, muchas veces es extorsionado para que no le peguen tanto. Sin embargo, gracias a la tecnología, los celulares y las redes sociales, los ´delincuentes del micrófono´ hoy ven que sus víctimas no solo han logrado desatarse, sino que además tienen gran capacidad de respuesta», plantea Milei. «Por ende descubren que no solo no son grandes púgiles, sino que además son bastante menos que mediocres frente a un rival endurecido fruto del castigo asimétrico», afirmó. «A estos pseudo periodistas les quiero decir que les llegó el momento de tener que bancarse el vuelto por haber mentido, calumniado, injuriado y hasta haber cometido delitos de extorsión».
No entiendo a qué se refiere con los cien años de atropellos. Me pregunto de qué lado queda la supuesta asimetría. Y me pregunto, también, quién busca imponer una libertad tan única que haga que sea imposible pensar distinto a él.
Caja de resonancia
Así, en una dinámica calculada, el gobierno provoca e insulta a los periodistas; los acusa de «ensobrados», de «llorones», de «violentos» y de «mediocres». Los acusa de haber cometido delitos de extorsión. No los denuncia en la justicia -el ámbito natural para denuncias así-; sino en los mismos medios acusados de delinquir.
En lo personal, considero a esta afirmación como una reafirmación de la idea perversa que asegura que el fin justifica los medios. Sabemos a dónde suelen conducir esos pensamientos tan horribles.
La caja de resonancia logra su cometido: el insulto también se vuelve espectáculo y show. Y estas formas equivocadas de periodismo convierten a todo el periodismo en general en una herramienta de polarización que, cual uróboro, se auto fagocita.
Palacios y payasos
Hay un proverbio turco que dice: «Cuando un payaso se muda a un palacio, el payaso no se convierte en rey, sino que el palacio se convierte en circo». Yo agregaría que cuando el Palacio se convierte en circo, todo el país termina haciendo payasadas, malabarismos, monerías y arrojándose tortas a las caras en un espectáculo temible.
Un país sin un periodismo financieramente independiente; crítico, pero justo; desideologizado y basado en hechos; es un país sin un futuro democrático. Me parece que, como siempre, deberíamos pensar qué en qué país nos queremos convertir y luchar por conseguirlo. Defender al periodismo serio es una forma de lucha; dejar de lado al «periodismo militante» y al «periodismo performer», también. Pero las peleas parecen equivocadas; dadas vueltas. Se ataca al periodismo serio y se reivindica a ese otro periodismo equivocado. El periodismo no está muerto -ni podría estarlo nunca-; pero está en nosotros decidir qué forma de periodismo queremos defender y revalidar.
En lo personal, no veo beneficio alguno en este perpetuo oscilar entre los amantes del garrote y los amantes de la ignorancia. Con tozudez me niego a ser un «león libertario bruto, ciego, sordo, y mudo»; tanto como a ser un «sucio comunista progre, casta, ensobrado y pieza del Partido del Estado». Sigo creyendo que estos extremos -y estas etiquetas- sólo conducen a una mayor pauperización intelectual; a una mayor violencia y a una peor sociedad. Y que nada justifica ninguna forma de extremismo político.
Como termina su libro León Gross: «la estupidez es siempre una brújula peligrosa». Y mortal, agregaría yo. ¿Lo habremos de aprender alguna vez? Espero que sí; de verdad