El pueblo imposible: un viaje a la mina que se puede convertir en la meca del cobre en Argentina

PRIMERA PARTE

El proyecto Josemaría, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar en la cordillera de San Juan, es un desafío de adaptación. Cómo es el proyecto de cobre más grande del país.

 
El proyecto de cobre más grande del país está en San Juan Foto: Pablo Icardi

El primer contacto con la altura, en lo que será la mina Josemaría, puede ser de un agrado engañoso por el paisaje y la bucólica sensación de «conquista» de la montaña. Alcanzan algunos pasos para darse cuenta que los más de 4 mil metros sobre el nivel del mar, la falta de oxígeno y un ambiente fuera de rango de la cómoda vida cotidiana, pesan. Agitación, dolor de cabeza y los costos de haber incumplido todos los las recomendaciones recaen sobre el cuerpo. “Tomen mucha agua, no se apuren”, repetían los expertos en seguridad. Tenían razón.

En esa zona, en la alta cordillera de San Juan, no había asentamientos humanos permanentes. No es lógico que los haya. Pero ahora crece una ciudad minera que no descansa, con más de 1000 personas que trabajan y están adaptados a esa vida en altura con el propósito final de extraer minerales metalíferos. En poco tiempo más serán 4 mil personas. Está en San Juan, pero se mezclan los acentos. Los metalúrgicos mendocinos, los salteños especialistas en pozos de agua. Hay enfermeras y conductoras de camiones. Médicos, constructores, geólogos, ingenieros, cocineros, ayudantes, electricistas. Se encuentra casi todo lo que necesita una ciudad y, también, algunas cosas inmateriales para reemplazar lo que falta. “Acá te convertís en la familia de muchos porque es mucho tiempo lejos de casa. Tenés todo y te acostumbrás, pero los afectos son los afectos”, cuenta Noelia, que trabaja para preservar la seguridad en el lugar y, además, oficia de amiga, familia y apoyo de muchos. La rutina es de 14 días en la altura, con doce horas de trabajo por cada jornada y 14 días de descanso en el llano. “Tengo 14 días de vacaciones”, recuerda el mendocino Diego Amaya, con una sonrisa y un suspiro por estar dentro de las duras jornadas de trabajo.

El camino a Josemaría, en plena cordillera.

Recursos de altura

Esa zona inhóspita, en el extremo noroeste de la provincia, se ha convertido en la promesa de riqueza del futuro inmediato por las reservas de cobre que guarda su cordillera. Las primeras campañas fueron a lomo de mula y campamentos rústicos, ejecutados por geólogos sanjuaninos. Ahora hay una infraestructura enorme en marcha, con más de 200 millones de dólares anuales de inversión.

Josemaría es el proyecto más avanzado de lo que se llama el Distrito Vicuña, que nuclea otros yacimientos cupríferos que están en exploración. Además de Josemaría están Filo del Sol, LunaHuasi, Las Pailas del lado argentino y Los Helados en Chile; todos proyectos ubicados en el mismo radio y con Lundin, un gigante minero de origen canadiense, como propietario. Argentina no tienen ninguna mina de cobre activa, pero en San Juan hay 5 de los 8 proyectos con mayor potencial para, aseguran, convertir en un país exportador relevante a Argentina hacia el año 2035; justo cuando aumente de manera exponencial la demanda de ese metal. Se supone, así lo dicen todas las proyecciones, que por el cambio en la matriz energética la demanda de cobre crecerá y habrá déficit de ese metal.

La mina está en preconstrucción y la empresa canadiense Lundin proyecta comenzar la explotación en unos 4 años. Hay condicionantes macroeconómicos que juegan y también una enorme logística por delante.

Parte de la ciudad que se monta en la cordillera. 

El proyecto demandará cantidades enormes de energía y por eso necesita construir un tendido eléctrico que incluye desde una línea de extra alta tensión (500KV, lo mismo que la Comahue – Cuyo), hasta el entramado interno. Tampoco hay rutas y por eso se prevé una traza de más de 200 kilómetros que será el “corredor del norte”. No hay agua superficial suficiente, por lo que la demanda que tiene el proyecto será cubierto con pozos, que requieren una logística de gestión y saneamiento posterior enorme. Tan enorme como es todo en Josemaría, a una escala fuera de lo común para una industria que en Argentina es incipiente.

Una de las postas en el camino, con los camiones 4×4 que trepan hasta la mina. 

La inversión prevista ronda los 5 mil millones de dólares. La empresa Lundin está en plena negociación para que las obras de infraestructura que se necesitan (la ruta y la interconexión eléctrica) sean declaradas de uso público y el Estado le reconozca parte de la inversión como adelanto de regalías. Además, comienza la etapa más delicada: la búsqueda de financiamiento para ejecutar el plan, en medio de la incertidumbre económica del país. La ley de inversiones mineras le garantiza, por ejemplo, estabilidad fiscal por 30 años; pero el camino de la inversión se complica con las dificultades para el acceso a divisas, las idas y vueltas fiscales y los matices políticos.

Los tiempos de desarrollo de Josemaría están también fuera de escala de lo acostumbrado. Se cumplieron 20 años desde que comenzó la exploración y la construcción demandará otros 4. En principio se prevén 19 años de vida de la mina, aunque la exploración para aumentar reservas sigue. Por eso, el proyecto tendrá, en total, más de 50 años de desarrollo hasta su cierre si se cuenta desde las primeras campañas de prospección realizadas a lomo de mula.

El viaje, una experiencia

Recorrer el camino hacia la mina es una experiencia en sí. No hay ruta directa por San Juan, pues aunque es una provincia minera y las riquezas están en la montaña, no tiene infraestructura vial que permita el acceso a la nueva meca del cobre ubicada en el noroeste, en el departamento Iglesia. Desde San Juan hay que ir por la ruta 40, esquivar San José de Jáchal y llegar hasta Guandacol, un pueblito de La Rioja que es portal de la cordillera de los Andes y ha cambiado en base a la logística de Josemaría. Una pequeña estación de servicios es la base y hay movimiento incesante. Allí se hacen los trasbordos de los colectivos a unos pequeños camiones 4×4 que suben y recorren como hormigas amarillas los más de 200 kilómetros cuesta arriba hasta lo que será la mina de cobre más grande de Argentina.

La estación de servicios de Guandacol, la informal base del proyecto.

Es una trepada intensa. Subidas, bajadas, vibraciones por los serruchos. En la misma zona hay parte de la historia a cuestas. No se ven de paso, pero allí están, por ejemplo, los refugios de altura que construyeron Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento para que sirvan de posta para los ganaderos y también para plantar bandera en territorio argentino. Ya entrada la cordillera aparece lo que era Laguna Brava, un santuario de agua salada que solía albergar flamencos y hoy es un salitral despoblado. Algunas ruinas de campañas antiguas y en el filo de las montañas un relincho cuida a una manada de vicuñas, un camélido que está protegido y allí abunda.

Laguna Brava, un sitio Ramsar que hoy está seco. 

Son cerca de 10 horas de viaje desde San Juan y, al fin, el campamento Batidero, una ciudad con lógica propia que está preparada para que ante una contingencia climática de largo aliento no sea necesario salir. Más de 1.000 plazas de alojamiento en dos pisos, comedor, para todos, talleres, clínica médica, sala de juegos y gimnasio. Todo está conectado, todo está disponible, casi todo está coreografiado con horario, roles y disciplina.

El proyecto

Josemaría será una mina a cielo abierto. El cobre, oro, plata y otros minerales contenidos en la roca se extraerán con el método de flotación. El yacimiento está en el cerro Josemaría, donde se realizará el “rajo” para sacar grandes volúmenes de material. En una mega planta de procesos se convertirá la roca en polvo para luego procesarla y extraer un lodo que, en realidad, es el material rico. De un porcentaje mínimo se llega a casi un 30% de minerales valiosos. El concentrado será acopiado, trasladado en camión hasta Albardón desde allí tren hasta el puerto de Rosario para ser exportado.

A diferencia de la lixiviación, no se usan sustancias químicas como el ácido sulfúrico, sino otros productos menos riesgosos que “captan” el mineral en un proceso cerrado y sin contacto con el ambiente. Uno de los impactos más grande será el dique de colas, que tendrá un tamaño enorme: 1.100 hectáreas (casi lo mismo que el dique Potrerillos de Mendoza) y tres represas; una de ellas de más de 200 metros de altura entre la fundación y el coronamiento. Ese dique estará en una zona de vegas, “la selva de la cordillera”, y ese es uno de los principales desafíos ambientales del proyecto. Entre otras cosas evalúan mudar las vegas a otra zona, pues en 20 años el lugar quedará bajo tierra.

El campamento Batidero. 

En promedio, se producirán 590.000 toneladas de concentrado de cobre por año, que contendrán 131.000 toneladas de cobre metálico, 224.000 onzas de oro y 1.048.000 onzas de plata. Eso, en primera instancia, pues se profundiza la exploración para sumar más reservas y, además, aprovechar las instalaciones de Josemaría para potenciar otros yacimientos del Distrito Vicuña.  La empresa asegura que cuando produzca a pleno puede generar 1.100 millones de dólares de exportaciones para San Juan y multiplicar su PBG.

El principal desafío del proyecto es la disponibilidad de recursos para la explotación. La energía eléctrica es uno y el agua otro. No hay fuentes superficiales y por eso se instalará una batería de pozos de agua en las subcuencas de los arroyos Pircas y Macho Muerto. “Vinimos desde Salta, hacemos esto en todos lados”, explicaba a MDZ uno de los operarios de las perforadoras que llegó a San Juan para optimizar esa búsqueda. “El requerimiento de agua de reposición para el Proyecto se estima entre 400 l/s (1.440 m3/h) y 660 l/s (2.376 m3/h), estabilizándose en un promedio de 550 l/s (1980 m3/h) según la hidrología de cada año”, dice el Informe de Impacto Ambiental.

Los módulos de dos plantas.

Entre las consecuencias de la explotación de agua subterránea está la posibilidad de que se sequen vegas por el descenso de los acuíferos, pero, explican, se trabaja en planes de saneamiento y son acuíferos que se recargan. “El agua será enviada a través de una línea de impulsión instalada lo largo del camino hacia la planta de procesos. El agua de proceso será recuperada en el depósito de colas y recirculada para su utilización en la planta. En menor proporción, otra fuente de agua será aquella proveniente del desagüe de la mina. Finalmente, se contempla captar filtraciones del depósito de colas para su recirculación a la planta de procesos”, dice el Informe.

El cerro Josemaría, donde estará el «pit», el rajo a cielo abierto para extraer cobre, oro y plata. 

Para producir, la planta de procesos y toda la cadena necesitarán una potencia de 233 MW, casi 4 veces lo que genera el dique Punta Negra de esa provincia, el doble que Potrerillos de Mendoza y suministrada por la línea de transmisión.

Vida en altura

El campamento actual que sirve de base es “Batidero”, que será desmontado por completo cuando comience la explotación porque está en la zona de seguridad del futuro dique de colas. La mudanza será hacia “Josemaría”, el segundo y definitivo campamento que albergará hasta 4 mil personas en etapa de construcción. La primera etapa de ese campamento ya está lista: es un enorme pueblo “fantasma”, equipado y a la espera de sus habitantes.

En la sala de juegos hay pool, metegol, música, internet y otros entretenimientos. 

El lugar tiene una logística aceitada. Una terminal de buses propia, controles de seguridad y un paso obligado por la clínica para evaluar la adaptación a la altura. Oxígeno y todo lo necesario para combatir el apunamiento disponible. La primera noche es dura. Dolor de cabeza e insomnio pueden ser dos de los síntomas con los que el cuerpo avisa que está en un lugar extraño. Mientras el grueso de los trabajadores duerme, otros siguen su rutina de trasnoche, con temperaturas bajo cero en las plataformas de perforación para buscar cobre y proyectar nuevas minas.

Para Lundin trabajan más de 200 personas de manera directa, pero más de 1.000 son subcontratistas de diversos rubros. Ricardo Rueda es salteño y ha recorrido el país en campamentos mineros y petroleros. Hace dos días que trabaja en San Juan y ya está acostumbrado a ser nómada. “Uno se acomoda y le gusta la vida así. Es interesante. Nosotros estamos especializados en pozos de agua. Compartimos todo”, dice el hombre. En la sala de juegos se mezclan jóvenes que tienen sus primeras experiencias y ponen reguetón, con mineros experimentados que, sentados, solo descansan. En el fondo un grupo de mendocinos mira el partido de Godoy Cruz y la mayoría interactúa por whatsapp con quienes están en el llano.

Diego, un mendocino que pudo lograr su sueño en San Juan. 

Diego Amaya es electricista. Nacido y criado en Mendoza, en Rivadavia más precisamente. Su acento con la “R” arrastrada se parece bastante al de los sanjuaninos. “Me camuflo”, dice el joven. Aunque en Mendoza tenía trabajo, se animó a probar suerte en la mina. Y se quedó. “Llevo un año y medio y ya me quedo…me casé y conseguí lo que buscaba. Vine por un sueño y se cumplió”, dice. Él trabaja en mantenimiento y tiene como amigo a Sergio Lucero, otro “emigrado”. “Soy de Santa Cruz, pero ya me siento sanjuanino”; asegura. El hombre es perforista y trabaja a más de 5 mil metros de altura, buscando cobre en “Filo del Sol”. “Me gusta el trabajo. Y acá en el campamento es muy buena la convivencia porque todos conocemos las reglas. El respeto es la base”, asegura. Sergio se fue de la Patagonia agotado por el clima duro, dice, y la rutina. Ahora trabaja en condiciones extremas en San Juan y disfruta, cada dos semanas, de su retorno a casa. reproductor imagereproductor imagereproductor imagereproductor imagereproductor image

MDZ

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