La ofensiva central y las provincias: la casta atiende en Buenos Aires

Los fortísimos recortes de Milei en la coparticipación le suma el condimento federal a la pelea distributiva. Los ecos de las pujas sangrientas del pasado

La historia es larga. La pelea, en el pasado sangrienta, por los recursos económicos y el poder político es constitutiva de la organización nacional y no sólo involucra tensiones entre los diferentes niveles de Estado sino entre jurisdicciones territoriales. El entramado institucional construido para procesarlas ofrece períodos de latencia pero cíclicamente el conflicto se manifiesta de una forma u otra. Más de un presidente se ha pegado porrazos históricos por subestimar esta realidad.

La recuperación de la democracia no sólo repuso el pleno funcionamiento de la Constitución Nacional sino que alumbró la última ley de coparticipación. Seguida de una sucesión de pactos federales, algunos asociados a reformas más estructurales, y muchos vinculados a la disputa urgente por la caja y las responsabilidades en momentos de crisis. En cualquiera de esas circunstancias, se evidenció la vigencia y la profunda imbricación del conflicto federal en la lucha política.

En estos mismos 40 años hubo dos ciclos políticos de larga duración. Aunque con la misma marca partidaria, el menemismo y el kirchnerismo expresaron modelos económicos muy diferentes. Sus políticas y resultados también lo fueron. Pero ambos marcaron época. En contraste, y sacando del análisis la gestión de Raúl Alfonsín, cuyas peripecias merecen ser leídas en el marco de la difícil transición luego de la dictadura, otras tres administraciones penaron en medio de crisis de distintas características e intensidad. En orden de intensidad crítica: Fernando de la Rúa, Mauricio Macri y Alberto Fernández.

Las causas de estas trayectorias diferentes son diversas y profundas, y forman parte del debate permanente en la agenda pública. Pero, aun pecando de minimalismo, cuesta no prestar algo de atención a esta regularidad que presenta el pasado reciente. El menemismo y el kirchnerismo nacieron en los confines geográficos del país, llegaron al poder nacional luego de un extenso recorrido, curtidos en la gestión y la construcción de poder desde provincias extrapampeanas, con todo lo que eso significa. No estuvieron exentos de conflictos federales, algunos de enorme magnitud, pero siempre en el marco de un sistema de castigos y compensaciones.

Los otros tres presidentes crecieron en el sistema político porteño, menos distante en todo sentido de la Casa Rosada y desplegado en el microterritorio del “círculo rojo”. Una gestión vecinal aceptable en la ciudad más rica del país, una relación aceitada con grandes empresarios, financistas y “formadores de opinión”, la pertenencia a una cofradía empoderada de operadores políticos, o el acceso privilegiado y rutinario a los set de televisión aceleraron, según sea el caso, el camino al sillón de Rivadavia.

La provincialización de una parte de la pelea política contribuyó a la primera derrota de Milei en el Congreso.

La provincialización de una parte de la pelea política contribuyó a la primera derrota de Milei en el Congreso.

Es probable que esta velocidad de acceso conspire en parte con la eficacia de gestión. En los casos de De la Rúa y Macri, que dejaron un pronunciado achicamiento de la economía, quiebra de empresas, y caída de producción y empleo, esa hipótesis parece verificarse con crudeza. Y los resultados fueron muy nocivos en el interior. En el de Alberto Fernández, que en cambio acumuló un leve crecimiento en un contexto de crisis, y que en lo que refiere a las provincias repuso transferencias, asistencia, obras, subsidios y financiamiento (incluso apalancando más de un superávit provincial), el límite se expresó por el lado de la política. Una billetera más abierta no alcanzó para comprarse un oficialismo y su gobierno quedó regalado como blanco fijo en las campañas electorales en muchos distritos. Es lo que pasó en Santa Fe.

Hoy algún referente de los distintos niveles subnacionales quizás lo extrañe un poco, en momentos en que el presidente Javier Milei encabeza una de las más brutales ofensivas fiscales sobre las provincias, con el objetivo proclamado de “fundirlas”. Al menos por lo visto hasta el presente, el libertario parece proponerse como una versión radical de esa tradición porteñocéntrica en materia de gestión del Estado nacional. Picante y exótico, con un look algo más urbano que De la Rúa y Macri pero formado en las escuelas de la city y de los grandes grupos económicos, obnubiló a medios y redes con su jerigonza teórica, su violencia y su promesa de venganza cultural y económica. Y así llegó a la Rosada en tiempo récord.

En el segundo round, tras una primera golpiza de proporciones a los ingresos populares, fue por las provincias. Sus recortes son presentados como un ataque a los gobernadores pero castigan directamente a los habitantes de cada jurisdicción. Esos a quienes, siguiendo a González Fraga, parece que alguna vez les hicieron creer que podían tomarse un colectivo. El programa oficialista de “poner las cosas en su lugar” en términos de puja distributiva tiene también su dimensión federal.

La “provincialización” de una parte de la pelea política contribuyó a su primera derrota en el Congreso ya que el propio Milei sepultó la vocación de la mayoría de los gobernadores de constituirse en caciques paraoficialistas, y los perdió como aliados en la pelea con la oposición real..

Muchos mandatarios provinciales, que coquetearon con el nuevo presidente, fueron llevados a un ring que no esperaban y que les exige definiciones que no les atraen. De apresurarse a señalar a la provincia de Buenos Aires como mejor víctima para recortar recursos, pasaron a ser socios de una desgracia que no distingue a kirchneristas de antikirchneristas. Y que casi no presenta excepciones territoriales, más allá de algunos trueques de poca monta. La nebulosa pelea “contra el Amba” se diluye y deja ver en la otra punta del conflicto al sistema de decisiones que tiene territorio en Caba.

Un corrimiento que impacta en los alineamientos partidarios. Y la dedicación exclusiva a la defensa de los sectores empresarios frente a las políticas impositivas nacionales se queda corta frente a la agresión generalizada de todos los habitantes de cada provincia. Otra densidad tendría el conflicto federal si articulara de algún modo con la resistencia multisectorial que sostienen organizaciones sindicales y sociales. Habrá que ver si están dispuestos a dar ese paso.

La Capital

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