Lo cierto es que en nuestro país la izquierda se volvió violenta, autoritaria e incumplidora de toda norma de convivencia, ya que en su propuesta niegan el derecho cívico y constitucional de los ciudadanos que no adhieren a su ideología. Las nuevas formaciones de izquierdas se creen por encima de la democracia y sus reacciones son más violentas cuanto más radicales se crean y más capacidad de movilizar tengan. La izquierda argentina es la dueña de la verdad, de la historia, de la democracia, de las calles y del país también. Se autopercibe como la totalidad de los trabajadores ya que actúa y habla en representación de ellos.

La II Guerra Mundial termina derrotando al fascismo. Algunos sostienen que Hitler murió en su búnker y Mussolini acabó colgado boca abajo en una plaza de Milán junto a otros líderes de su sanguinaria cruzada. Pero, sin embargo, no se derrotó al comunismo y sí se pactó con los rusos del comunista Joseph Stalin el reparto de Europa y se les permitió seguir adelante con su también cruzada ideológica. Al final, el comunismo murió de viejo, fracasado, dejando un rastro de muerte que nunca antes había conocido la historia. Una obra de referencia, sobre el terror y el costo de vidas que dejó el comunismo, es «El libro negro del comunismo», obra realizada por un equipo de profesores e investigadores del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia. Los datos recabados son contundentes, reales y alarmantes: China: 82 millones de muertos; URSS: más de 21 millones de muertos; Corea del Norte: 4,6 millones de muertos; Vietnam: 3,8 millones de muertos; Camboya: 2,4 millones de muertos; Afganistán: 1,5 millones de muertos; Yugoslavia: 1.172.000 muertos. Por supuesto no debemos olvidarnos de Cuba, Venezuela y por supuesto Argentina en la década del 70, entre Montoneros y el ERP. Si sumamos llegamos a la escalofriante cifra de poco más de 120 millones de víctimas en la historia del comunismo.

Durante muchas décadas los gobiernos peronistas permitieron y justificaron los disturbios o delitos que se suceden de manera permanente, como una protesta legítima. Se trata de una forma de hacer política que considera legítimo generar violencia para imponer la propia visión del mundo. El mejor ejemplo práctico actual es lo que sucede en el sur argentino, donde la Resistencia Ancestral Mapuche se la pasa asolando la Patagonia: perpetran atentados en hidroeléctricas, usurpan tierras, cortan rutas, secuestran, roban ganado y cometen asesinatos y torturas y cuenta con el apoyo y la militancia de ONG, de partidos de izquierda y socialdemócratas (La Cámpora), de sectores de la Iglesia Católica.

No hay ninguna excusa posible que justifique la violencia, nuestra sociedad no puede vivir sin reglas ni ley. Quien no entienda y comparta que a los grupos de vándalos tiradores de piedras o el uso de armas de fuego caseras (el joven del mortero), hay que detenerlos y encarcelarlos. El orden es, básicamente, cuidar a aquellos más frágiles y débiles, y la violencia se aplaca con orden y el orden no es represión.

Diario de Cuyo