No es Trevelin ni Holanda: el jardín de tulipanes que sorprende en Calamuchita

En Rumipal, los tulipanes que crecieron en la primavera pasada, en el predio de Silvia Aimaro (Gentileza S. Aimaro)

Silvia Aimaro trabajó 25 años en el cultivo de esa flor en la Patagonia. Hace unos años se mudó a Villa Rumipal, y para asombro hasta de ella misma, probó y avanzó con éxito con un emprendimiento de tulipanes serranos.

Aunque ahora en la fracción de terreno pegado a su vivienda sólo se observa tierra batida entre un bosque de olmos (“no los quise sacar, estaban antes de que yo llegara”, aclara), meses atrás florecieron por primera vez allí más de 30 mil tulipanes. Pronto, florecerán otros 33 mil.

Si, esa flor que es postal de Países Bajos. O que en Argentina se la ve en un conocido campo de la patagónica Trevelin. Si uno no lo viera, podría no creer que en la más calurosa Córdoba se cultivan ahora también.

“La gente viene y me dice: eso tiene que ser otra cosa, eso no es tulipán. Pero sí lo son”, cuenta ella. Se resisten a creerle a esta mujer que dedicó la mitad de su vida al cultivo de estas plantas.

El trabajo de Silvia, en 25 años en Trevelin, forjó los instagrameros campos de tulipanes de esa localidad del noroeste de Chubut.

El tapiz multicolor, más pequeño claro, también emergió y lo volverá a hacer en pocos meses, no con los Andes sino con las Sierras de Córdoba de fondo. Difícilmente se equivoque al afirmar que es el único jardín de tulipanes cordobés.

DE LA PATAGONIA A LAS SIERRAS

En 2017, luego de divorciarse de su pareja (aún son socios comerciales), decidió radicarse lejos de la Patagonia, pero cerca de sus hijos, que por ese tiempo estudiaban en la ciudad de Córdoba. Buscando vivienda, llegó a esta zona conocida como El Torreón, en las afueras de Villa Rumipal. “Me mudé con un bolso y el corazón hecho bolsa”, recuerda.

Silvia Aimaro, entre los bulbos de tulipanes, en su predio en Calamuchita. Ahora prepara la próxima siembra (Nelson Torres/La Voz)

Sin saber cómo encausaría el perfil laboral en su nueva vida, fue probando de a poco con lo que más sabe hacer: cultivar tulipanes. Empezó en macetas, a prueba y error en un clima diferente y con otra topografía. Y funcionó. Las flores, de a poco, le ayudaron. “Me devolvieron la vida”, desliza.

No le encuentra mucha explicación lógica a la adaptación al clima cordobés de estas flores emblemáticas de climas fríos. No cree tener una “mano verde”: ya supone que es magia pura. “Los tulipanes van donde voy yo”, ironiza.

Los bulbos se plantan en otoño y florecen en primavera y luego, permanecen afuera de la tierra, varios meses en un galpón. “Planté en marzo, florecieron entre agosto y septiembre y coseché los bulbos como un año normal”, detalla.

Motivada por sus nuevas amigas en Calamuchita, decidió ahora abrir el patio a las visitas turísticas. Y aclara: “Yo les digo: es un jardín, no una plantación gigante como la de Trevelin”. Pero el espacio pequeño con la flor exótica a pleno, en este lugar, tiene su encanto.

Los tulipanes cordobeses. Lo que los ven cuando florecen, no creen que lo sean  (Gentileza S. Amaro)
Los tulipanes cordobeses. Lo que los ven cuando florecen, no creen que lo sean (Gentileza S. Amaro)

FLORES POR UN MES

La floración del tulipán dura un mes. Los de Calamuchita abren, como si estuviera guionado, en septiembre. Silvia anticipa que el 21, cuando inicia la primavera, estallan de color. Es el mejor día para visitarlos: todos están abiertos. Su interés no radica en la venta de flores sino en la venta de bulbos para jardines y ornamentación.

Cada año, cada bulbo reproduce dos más. Si la flor se cortara antes, limitaría el crecimiento del bulbo. Cuando ya cumplieron el ciclo, corta a mano la flor y se descarta: el tallo queda entero para formar el bulbo. En Trevelin, el proceso se realiza con máquina y suelen desparramarlas desde una avioneta.

LOS ORÍGENES

Oriunda de Tucumán, Silvia se mudó a los 21 años a Trevelin, luego de casarse. Allí vivió 35 años. “No había tulipanes, empecé con cien bulbos que le compré a un señor de Esquel que se estaba por retirar”, evoca cuando comenzó con aquel emprendimiento. Luego, se sumaron a distintos programas provinciales y el proyecto fue creciendo. Llegaron a seis hectáreas de tulipanes.

La mujer recuerda que en esos años plantaba a pala, con ayuda de sus hijos pequeños. Luego, la producción comenzó a crecer y a sumar tecnología.

En 2008, la erupción del volcán chileno Chaitén los tapó de cenizas y debieron recomenzar casi de cero. “Se pudrió casi todo, cosechamos solo una hectárea”, recuerda. En la actualidad ese proyecto tiene tres hectáreas sembradas.

Silvia con los bulbos de tulipanes en su casa del valle de  Calamuchita. (Nelson Torres/ La Voz)
Silvia con los bulbos de tulipanes en su casa del valle de Calamuchita. (Nelson Torres/ La Voz)

Con la mudanza a Córdoba dudó de si los tulipanes seguirían siendo su vida. “Es Córdoba, hace calor”, se repetía. Pero comenzó a probar y funcionó. En la Patagonia, las primaveras son de entre 15 y 17 grados y los inviernos con bajo cero en muchos de sus días.

“Con más calor y un invierno caluroso y seco acá funcionaron muy bien, mejor que el año anterior incluso cuando cayó alguna nieve”, señala sobre las dos primeras cosechas en Córdoba.

Para este año planea sembrar 33 mil bulbos y sumar cada vez más colores.

A BULBO PERDIDO

“La magia está adentro del bulbo, no hay otra explicación; florece en todas partes, es más complicado el proceso de la producción del bulbo que el de la producción de la flor. Si uno corta la flor, el bulbo se pierde”, explica a La Voz.

Luego de la cosecha, los bulbos se guardan por meses en galpones. En marzo, los plantará nuevamente, cavando a pala, como cuando sus hijos –ya universitarios y radicados de nuevo en el sur– eran pequeños.

En septiembre, Calamuchita tendrá nuevamente un pequeño jardín de tulipanes para que ojos y almas se llenen de colores.

El jardín de tulipanes en Calamuchita, en septiembe pasado (Gentileza S. Amaro)
El jardín de tulipanes en Calamuchita, en septiembe pasado (Gentileza S. Amaro)

LA “TULIPOMANÍA”: PRIMERA BURBUJA ECONÓMICA DE LA HISTORIA

Países Bajos es reconocido por su producción de tulipanes para ornamentar parques y jardines. Siglos atrás, el valor de la flor creció tanto que desató una fiebre especulativa que en determinado momento estalló y dejó a mucha gente en bancarrota.

En 1630, el tulipán dejó de ser sólo la flor que se lucía en los jardines de las clases adineradas. “El negocio se convirtió en una práctica de taberna, pues hombres de toda índole y condición se daban cita para comprar y vender los bulbos”, explica un artículo de la página web de BBVA.

Una fábrica de cerveza, el valor de 25 toneladas de mantequilla, una mansión o un barco mercante con su tripulación podían cotizar como un tulipán, según información documentada.

Un bulbo virtual podía cambiar hasta 10 veces de manos en un solo día, generando beneficios en cada uno de los intercambios. El precio subió entre un 500 y un 2.000% en tan solo unas semanas y la gente invertía todo lo que tenía en comprar al menos uno de aquellos pagarés.

Tulipanes creciendo en Villa Rumipal, valle de Calamuchita (Gentileza S.A)
Tulipanes creciendo en Villa Rumipal, valle de Calamuchita (Gentileza S.A)

Ya no era su uso ornamental, se había construido de la nada un mercado financiero de futuros en el que estaba involucrada toda la sociedad.

“El 5 de febrero de 1637 se vendieron 40 bulbos por 100.000 florines (un artesano bien pagado de la época tenía una renta anual de 150 florines) y al día siguiente, en una taberna, un comerciante puso a subasta algo menos de medio kilo de bulbos por 1.250 florines. Era una buena oferta, pero nadie la aceptó”, reconstruye la historia el mismo artículo. Ya nadie quería comprar: la primera burbuja financiera de la historia acababa de estallar.

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