La exportación de reproductores en pie a Chile lograda por una cabaña chubutense conlleva una rica historia de adaptación genética y abre oportunidades hacia el futuro.
La adaptación genética es la llave maestra para el crecimiento de la ganadería bovina en la Patagonia, y la sanidad es el pasaporte para que esa genética de alta calidad salga a conquistar el mundo.
Una muestra de ello es el caso de Río Frío, la cabaña chubutense que hace pocas semanas concretó la primera exportación de reproductores en pie a Chile, una historia curiosa de climas extremos, fronteras difusas y objetivos claros.
Pedro Schmalz vivió sus primeros años en un campo pegado a la frontera con Chile, en el límite entre las provincias de Chubut y Santa Cruz. Después creció en la ciudad de Comodoro Rivadavia, en la misma latitud pero sobre la costa del mar argentino, y más tarde se formó en la producción agropecuaria entre Australia y la ciudad de Buenos Aires. Pero como no podía ser de otra manera, volvió al pie de la cordillera, concretamente a la localidad de Trevelin, en Chubut, donde desde hace más de 20 años administra una empresa familiar con más de cien años de antigüedad. “La empresa es pionera de la ganadería en la Patagonia profunda”, afirma el productor en diálogo con Clarín Rural.
En la estancia Río Frío, Schmalz dirige un planteo de ganadería extensiva en el que a fuerza de adaptación genética y un manejo respetuoso del ambiente lograron transformar dificultades en ventajas. “No hacemos lo que queremos sino lo que el medio nos deja hacer. Hay que ser respetuoso, son climas muy duros los de acá”, aclara de entrada.
Después explica que el campo está bien metido en la cordillera, a una altura de 700 metros sobre el nivel del mar, donde en invierno puede caer hasta un metro y medio de nieve. En ese contexto desafiante la empresa dedica la mitad de sus recursos a la ganadería ovina y la otra mitad a los bovinos, que en los últimos años mostraron una consolidación interesante y dieron que hablar con noticias resonantes, como la reciente venta de cuatro toros a Chile.
Schmalz explica que el manejo que se hace en la región es sí o sí extensivo, de unas cien vacas cada 2.500 hectáreas. En total, cuentan con un plantel de 1.500 madres en condiciones pastoriles.
En las zonas cordilleranas, comenta, los planteos suelen ser de campos de veranada y campos de invernada. La mayor parte del terreno está cubierta por montes autóctonos. En invierno, la caña colihue se entrelaza y genera techos bajo los cuales se refugia la hacienda en los días más ásperos, y en esos túneles encuentran las hojas tiernas del colihue que ayudan a pasar el invierno.
Claro que no es nada fácil. “Los años de adaptación de la hacienda son la base de todo, le damos una importancia muy grande a la genética”, dice el chubutense. Esa adaptación es lo que les permite tener muy baja mortandad de animales.
En verano todo es más amable porque el pasto natural explota. Además en algunos mallines se apuntala la oferta forrajera con siembra directa de festuca, raigrás y trébol, siempre sin usar agroquímicos.
En época de servicios dividen al rodeo por categorías y utilizan las técnicas reproductivas más modernas, como la inseminación artificial a tiempo fijo y, en el caso de la hacienda de pedigree, la transferencia embrionaria. De esa manera obtienen excelentes índices. “El frío es amigo de la fertilidad”, explica Schamlz, y detalla que el último año la preñez fue del 99 por ciento y el destete del 85-90 por ciento.
Además de la mencionada genética adaptada, en este sentido hay otros factores que suman mucho, como el muy buen estatus sanitario que brindan esos ambientes fríos y secos, la excelente calidad del agua de deshielos y el confort intrínseco que aporta el manejo extensivo, con tanto espacio y tan poco estrés para las vacas.
Una vez destetados los terneros, es hora de mirar los números y el contexto y decidir si se venden como están o si se recrían y engordan a pasto para llegar a los 420 kilos. En ese sentido este año no es el mejor ejemplo. “Es de los peores porque el precio de la carne pierde contra la inflación y el precio de los granos para recriar está muy alto”, advierte Schmalz.
En invierno puede caer hasta 1,5 metros de nieve.
En invierno puede caer hasta 1,5 metros de nieve.
De todos modos, se muestra muy optimista respecto del negocio en el mediano y largo plazo. “En los últimos 15 años la carne pastoril se empezó a valorizar en el mundo y lo que antes eran dificultades, si se hacen las cosas bien se pueden transformar en ventajas”, afirma.
La cabaña, un pilar de todo el sistema
“Como cabaña estamos en un gran momento, nuestros toros y vaquillonas son reconocidos en la Patagonia, la demanda nos supera, pero creo que es importante cuidar la calidad. Vender verdad es la clave del éxito”, sentencia Schmalz al poner la lupa en la selección genética que vienen haciendo desde hace más de cien años en Río Frío.
¿A qué se refiere con “cuidar la calidad”? ¿Cómo se realiza concretamente esa selección?
La respuesta es interesante. “Nos concentramos en escuchar el mensaje de las vacas. Si te tomás el tiempo de observarlas, en el campo, en los corrales, ellas te dicen si están bien en el ambiente donde viven”.
Schmalz asegura que aprendió a distinguir a las vacas unas de otras tal como se distingue a las personas. “Hay expresiones en las caras, actitudes al caminar que te indican cómo está el animal. No digo que no hagan falta los DEPs, la información del peso al nacer y todo eso, está bueno medirlas, pero mucho mejor está escucharlas”, dice.
Se abre una puerta
Históricamente, Río Frío se dedicó a la cría de la raza Hereford, que todavía domina el paño en los ambientes fríos como los de Trevelín, pero hace cinco años decidieron empezar a incorporar el Angus con la compra de embriones de cabañas de primera línea. Todavía están evaluando la adaptación de la raza, pero ya hay señales positivas. Una de ellas se conoció el pasado 5 de enero, cuando se logró la histórica exportación de hacienda en pie a Chile. Se trató de tres toros Angus y uno Hereford que ya cruzaron la frontera y ahora están cumpliendo la cuarentena para incorporarse al plantel de una estancia en Coyhaique, algunos cientos de kilómetros al sur de Trevelin.
Eso de las fronteras le suena raro a Schmalz, que se crió entre montañas y ríos, mucho más cerca de Chile que de cualquier ciudad argentina. De hecho, la estancia Río Frío está justo en ese límite internacional, solo un alambrado separa allí a la Argentina de Chile. “El puestero cuando recorre el campo se cruza muchas veces con el puestero chileno. Ese alambrado simple es imaginariamente enorme”, describe.
Schmalz explica que tiene muchos amigos y colegas productores del lado chileno, y que gracias a esas amistades logró empujar una estrategia de ablandamiento de las autoridades para que se pueda concretar la exportación. “El estatus sanitario de la Patagonia, que es libre de aftosa sin vacunación, brinda grandes oportunidades pero nunca se había sacado provecho de ellas”.
Lo que hizo fue decirles a sus amigos que convenzan a sus colegas de la conveniencia de incorporar la excelente genética argentina a sus rodeos, y que después todos juntos hicieran una petición a las autoridades sanitarias chilenas. Así, tras cinco años de intentos, lograron destrabar la cuestión y abrir un panorama auspicioso tanto para la Patagonia como para toda la ganadería argentina.
“Tal vez Chile no es el gran mercado del mundo, pero tiene buena reputación y eso puede generar que se abran otros mercados importantes. Ahora tenemos que ser más responsables y serios que nunca. Al mundo le gusta nuestra carne y nuestra genética, pero la barrera sanitaria es difícil de saltar. Imagino a la Patagonia como un puente al mundo”, concluyó el criador.
Lucas Villamil – Clarín.com