El Castillo de Ingeniero White halló la forma de volver a tener vida: se aprobaron los trabajos para retirar el asbesto que lo mantenía cerrado desde 1999.
Una joya arquitectónica bahiense empieza su recuperación
Fotos: Rodrigo García, Emmanuel Briane y Pablo Presti-La Nueva
Pablo Álvarez / palvarez@lanueva.com
No es la primera vez, pero intentará ser la última. Se buscará, una vez más, dar los primeros pasos destinados a la recuperación de la ex usina eléctrica General San Martín de Ingeniero White, más conocido como El Castillo.
El objetivo: poner al servicio de la comunidad una obra de altísimo valor arquitectónico, cultural e histórico. Un bien patrimonial de relevancia municipal, provincial y nacional.
Desde el primer momento en que quedó de fuera de servicio para el uso que fue edificado, el primer escollo a superar fue retirar los restos de asbesto existentes, material utilizado en la época de construcción como aislante y que luego se determinó como perjudicial para la salud.
Sin esta primera acción es imposible plantear otras tareas.
“Siempre se escucharon ideas fastuosas de lo que se podía hacer en ese sitio, pero entendimos que había que enfocarse en el primer paso, el más básico de todos, que era trabajar para poder retirar el asbesto que quedó dentro y que impide poder utilizar el edificio por cuestiones sanitarias”, contó Jorge de Mendonça, el actual presidente de la Asociación Amigos del Castillo, que hace pocos días logró sacar, tal como él lo define, “el clavo en el zapato” que tenía este emblemático edificio prácticamente abandonado.
Y añadió: “Iniciamos, junto a Arturo Hosch y el ingeniero Luis Maenza, las gestiones ante distintos organismos provinciales. Pasó mucho tiempo, pero la última semana fue todo repentino. Primero llegó el protocolo que indicaba la metodología de la limpieza y luego la autorización de la obra en el sitio solicitado. Con eso se destrabó por completo la situación”.
Aunque los trabajos a realizar no son sencillos, tampoco son imposibles.
“Maenza hizo el primer estudio del tema, allá por 2010. En plena pandemia lo contactamos y se retomó la idea. Nos encontramos que todo el mundo se la pasaba hablando del futuro que podría tener ese emblemático edificio, pero prácticamente nadie se había enfocado en el paso inicial”.
Según dijo De Mendonça, PG en Política y Planificación del Transporte, los recursos económicos tampoco son un escollo insalvable.
“El año pasado se realizó un estudio de costos que habría que actualizar por el tema inflacionario. Para tener una idea, la remoción del asbesto eran 4 millones de pesos. O sea que es una labor que no es imposible de afrontar desde la cuestión económica. La idea es que el dinero lo aporten aquellos interesados en colaborar. Hay muchos que ya han mostrado interés”.
Pero, para De Mendonça, la única solución es colectiva.
“Es con todos los que puedan aportar en beneficio de toda la comunidad. El solo hecho de tener la infraestructura limpia, sana, recuperada y abierta, va a ser de un amplio beneficio económico para el bulevar propiamente dicho, White, Bahía, al Área Metropolitana de la Bahía y a la «región de hora y media», aquella que citaba el arquitecto Caporossi”.
Otro aspecto favorable es que existen varias empresas locales que están capacitadas para desarrollar la labor de remoción.
“Hay que seguir todo un protocolo bastante específico, pero en Bahía hay compañías que lo pueden hacer”.
Ahora restan algunas cuestiones administrativas a resolver, pero es sólo cuestión de tiempo para que se inicien los trabajos.
“Esperamos tanto tiempo con el Castillo cerrado que podemos esperar un poco. La idea es comenzarlos de acá a 6 meses”, amplió Mendonça.
El Castillo tiene muchísimo potencial turístico ni bien se realice esta primera parte del trabajo.
“El edificio limpio, iluminado y en condiciones de ser visitado, es un gran aporte al movimiento turístico de la ciudad y la región. Es un centro de atracción muy grande. Después se pueden pensar mil ideas más, pero primero hay que hacer este trabajo de limpieza del asbesto, que era el clavo en el zapato que impedía avanzar”, agregó.
Otro de los pasos que tiene previsto la Asociación es solicitar un pedido de informes al ENRE sobre los transformadores de energía eléctrica que están funcionando dentro el predio para garantizar la seguridad ambiental.
“Queremos saber si está bien que estén funcionando de ese modo. A simple vista, los cables de 33kv y 66kv están en el piso y recorriendo gran parte del espacio. Y tenemos que pensar que la cantidad de visitas se incrementará notablemente ni bien se limpie este espacio. No estamos haciendo una denuncia, sino que queremos saber si está bien que funcionen así o si los tienen que acomodar o retirar”.
Para juntar fondos que permitan cubrir ciertos gastos, la Asociación lanzó la “Rifa Monumental”, que tiene un costo de 550 pesos, a la vez que reabrió el registro de socios.
“En Buenos Aires hicieron un trabajo similar, en un edificio parecido, que se denominó La Usina de las Artes. Pero es un buen ejemplo que un edificio así se puede recuperar”.
La historia
En 1929, EEBB compró al Estado nacional un terreno de 13.242 metros cuadrados sobre la costa de la ría de Bahía Blanca. Como el lugar era un cangrejal al que cubrían las mareas, fue necesario rellenar el terreno con material extraído del dragado del canal principal de la ría e hincar 700 pilotes de hormigón en el el lecho pedregoso del estuario, para convertir a ese espacio ganado al mar en terreno firme, seguro para la edificación.
En 1930, siguiendo el diseño del arquitecto Guiseppe Molinari, la empresa alemana Compañía General de Obras Públicas S. A. (GEOPÉ) comenzó la obra que demandaría dos años de trabajo, el empleo de centenares de obreros y miles de toneladas de hormigón.
Aunque a primera vista parezca una construcción del medioevo europeo, un edificio que, de manera inexplicable, hubiera atravesado el océano para terminar varado en estas costas, el “Castillo” del puerto alguna vez fue una usina.
Un establecimiento industrial en el que durante décadas se produjo la electricidad necesaria para que funcionaran elevadores y muelles, pero también para que encendieran cada una de las lamparitas, las heladeras, las planchas, las radios y los televisores que fueron poblando los hogares de Ingeniero White, de Bahía Blanca, e incluso, de varias localidades de la región.
“Todo dependía de acá”, dice Nicolás Ángel Caputo, en su libro «El castillo de la energía», en el que cuenta su historia como trabajador en la usina General San Martín.
Fueron 67 años, en los que marcó a fuego la historia de nuestra ciudad: desde su inauguración, el 1° de octubre de 1932, hasta su desguace definitivo en 1999.
Desde su cierre, la presencia de asbesto, el material contaminante presente en el edificio (ver aparte) fue uno de los impedimentos para que recupere su brillo, al menos cumpliendo otra función distinta para la que fue construido.
Para tomar dimensión, es un edificio que, en superficie cubierta, tiene más metros cuadrados que el propio palacio municipal y que el Teatro Municipal.
Pero del que apenas se pueden utilizar dos sectores de dimensiones reducidas, mientras lo restante quedó a merced del vandalismo, de las inclemencias climáticas, al inexorable paso del tiempo.
Ya sin vidrios ni aberturas sanas, es lugar propicio para que una gran cantidad de palomas y roedores vivan en total libertad.
Transferido al municipio en 2001, el edificio generó durante 60 años la electricidad para la ciudad.
Incluso, según un informe publicado por La Nueva Provincia en julio de 1968, estima que en aquel año la usina atendía a una población que superaba los 430.000 habitantes, e incluía, además de a Bahía Blanca, White, Cerri y Cabildo, a otras 17 localidades de la región: Tornquist, Pigüé, Coronel Suárez, Guaminí, Adolfo Alsina, Puán, Espartillar, Arroyo Corto, Goyena, Dufaur, Sierra de la Ventana, Saldungaray, Pehuen Co, Bajo Hondo, Médanos, Algarrobo y Coronel Dorrego.
Fueron sus años de esplendor.
Pero ante la perspectiva de la creación de un polo petroquímico que, evidentemente, incrementaría el consumo energético, a principios de la década de 1970, se empezó a considerar la posibilidad de construir una nueva central.
En la década de 1980, con la incorporación de Bahía Blanca al sistema de interconexión nacional a través de líneas de 132 KV, la usina General San Martín perdió la exclusividad en la provisión de energía y poco a poco se volvió menos importante.
Aunque nadie imaginaría lo que pasaría pocos años más tarde, cuando en diciembre de 1988, desde La Plata, se decidió detener las calderas y las turbinas. El cierre de la usina coincidía con el fin de una era. A partir de 1989, el gobierno de Carlos Menem encararía la privatización del sector energético nacional.
Un presente en ruinas
Acceder al castillo, además de dificultoso (actualmente está cerrado al público por razones de seguridad), significa ingresar a un lugar en ruinas, en el que el vandalismo y el abandono se hacen evidentes a cada paso.
“El acceso está vedado por razones de seguridad. Hay que tener en cuenta que el edificio fue desguasado. La usina dejó de funcionar el 28 de diciembre de 1988 y 9 años después fue enviada a desguace, por lo que todo el material de metal fue sacado. Eso quiere decir que prácticamente no quedaron barandas en las escaleras y donde había máquinas quedaron los huecos. Y eso hace peligrosa la circulación”, explicó Nicolás Testoni, director del Museo FerroWhite.
Pese a ello, un sector — el de la vieja sala de transformadores de la usina– fue recuperado.
“Allí se realiza el Taller Prende, donde se efectúan diversos talleres, por ejemplo de serigrafía, con chicos de bajos recursos de esta zona de White. Eso nos permitió poner un pie dentro del castillo y soñar con muchas más cosas”, dijo Testoni.
“También logramos abrir el entorno, que hasta no hace mucho estaba vedado. Hoy se puede recorrer el edificio de afuera, viendo sus distintas caras. Tiene detalles arquitectónicos únicos”.
Precisamente, la única área “limpia de asbesto” (certificada con un estudio que realizó el Departamento de Geología de la UNS) la ocupa el Museo.
“El Taller Prende ganó este año un subsidio de la Fundación Williams, que premia ideas innovadoras con impacto en los museos y sus comunidades. Eso nos permitirá reacondicionar esas salas, no sólo para utilizarlas para dictar el Taller, sino como un espacio de muestra de Ferrowhite”.
¿Qué es el asbesto?
El asbesto, también conocido como amianto, es el nombre que se da a seis minerales de origen natural que existen en el medio ambiente como manojos de fibras que pueden separarse en hilos delgados y duraderos para usarse con fines comerciales e industriales. Estas fibras son resistentes al calor, al fuego y a las sustancias químicas y no conducen electricidad.
Por estas razones, el asbesto se ha usado extensamente en muchas industrias. Pero si los productos que contienen asbesto se sacuden, fibras pequeñas de asbesto se desprenden en el aire.
“El asbesto o amianto provoca enfermedades que se denominan neumoconiosis, producidas por la infiltración de partículas de polvo o de sustancias minerales en el aparato respiratorio», señaló la neumonóloga Ana Putruele (MN 55966).
Cuando se inhalan las fibras de asbesto, es posible que se alojen en los pulmones y que permanezcan ahí por mucho tiempo. Con el tiempo, las fibras pueden acumularse y causar cicatrices e inflamación, lo cual puede dificultar la respiración y llevar a serios problemas de salud.
“Son enfermedades ocupacionales y se suelen observar en grandes ciudades, sobre todo en zonas muy industrializadas. Para hacer el diagnóstico se realizan tomografías de tórax, radiografías, y estudios de la función pulmonar específicos, y en algunos casos, muy pocos, los pacientes van directamente a trasplante de pulmón”, completó.
Ahora, ¿cuánto asbesto hay? En 2013 el municipio contrató al Centro de Investigaciones toxicológicas de la Capital Federal para verificar esa presencia. Doce informes analíticos sobre muestras recogidas en distintos sectores del edificio, todos «con fragmentos de aspecto filamentoso», dieron «positivo», con un limite de detección del 1%.
Ese mismo año, el departamento de Geología de la UNS realizó una «Identificación de materiales asbestiformes», tomando muestras de pisos, paredes, columnas, bloques caídos de techos y tuberías.
La conclusión fue que «no todos los materiales a retirar contienen minerales perjudicales» y se halló asbesto en chapas, pintura asfáltica y aislante de tubos. El trabajo sugiere tener el cuidado adecuado al retiraros para evitar un problema ambiental «de magnitud».
El aporte de la Asociación
Aunque a De Mendonça le cueste admitirlo, su llegada a la presidencia de la Asociación fue un elemento clave para destrabar la situación que mantenía al edificio cerrado y con escasas posibilidades de recuperarlo.
Hasta allí la Asociación sólo acompañaba en actividades menores al Museo, siendo tan solo un auxilio para cuando se necesitaba algún acompañamiento de mano de obra en eventos, o la personería jurídica como canal para muy pocas tramitaciones.
“La propuesta que me tocó encarar, en que cada uno de los voluntarios para la Comisión Directiva en noviembre de 2020 tenía miradas y deseos muy diferentes, salvo en lo referente a sostener para construir (parar la pelota hasta resolver la descontaminación y la reconstrucción progresiva). Iba a ser muy difícil, especialmente porque la oposición descreía de resolver lo importante”, contó.
Jorge de Mendonça
En síntesis, conducir con muy bajo perfil estos dos años, mientras se hacían los trámites, y otros preferían lo poco, el ya y el ahora sin ningún mañana, no fue difícil, sino un tarea que exigió, exige y exigirá resilencia: donde cada interés pueda ser atendido.
“Lo único que no es aceptable es la expulsión del otro”, señaló.
Y agregó: “Ahora bien ¿qué tiene que ver la zona de restaurantes de Alem con la recuperación del Castillo? Quien venga a visitar o trabajar a Bahía, va a saber que tiene un fantástico monumento en un Puerto, frente al Mar y dentro de una gran metrópoli, y que cuando quiera saborear un plato, tendrá a White y a Bahía con cada vez más sitios para visitar”.
Eso último es lo que demuestra que la Asociación de Amigos del Castillo tiene que trabajar con todos, equilibrar intereses hacia un único objetivo.
“Es el desarrollo que generará trabajo. Lo que no quita que comencemos nuevamente a realizar bingos, chocolatadas y sorteos, solo que ahora toda vez que sea posible y buscando beneficiar a cada una de las instituciones de White, pues no es que el Castillo da para todo, sino que Ingeniero White lo necesita y es el mayor enclave de generación de trabajo de la región, y ahora también lo será por el atractivo cultural”.
Detrás de De Mendonça hay un grupo de trabajo. La CD está compuesta por Arturo Hosch, Marcela Fuentes, Lorena Acevedo, Daniela Casado, Stella Maris Giménez, Alejandro Mondillo, Nora Betencurt, Leandro y Alberto Bozzetti, Andrés Junquera, Adrián Gestido, Angélica Fordighini, Amalia Luján, Juan Cruz de Mendonça, Stella Maris Correngia, Jesica Grau y Graciela Alvaro.
“Somos 18 personas muy diferentes, y eso asegura que todos cuenten. Ese expediente se logró por dos años de ser pacientes, buscar a los que saben y, fundamentalmente, estar listos para aprender, dejando las certezas de lado”, cerró el actual presidente
– La Nueva Provincia