Con altibajos, la provincia de Buenos Aires siempre fue muy particular en la manera de resolver los temas que sólo le interesan a la burocracia estatal y a la dirigencia que la guía. Lejos de la Ciudad de Buenos Aires, en La Plata todo se puede hacer por la ventaja de la presión social y mediática.
La provincia de Buenos Aires es, históricamente, una tierra de grandes consensos legislativos, donde los oficialistas son eso y la oposición hace que es eso, Pero, al bajar el sol, a diferencia de lo que sucede con la vida natural, todo se vuelve más claro, y las coincidencias son muchas más que las disidencias.
Para esto ayuda el lugar elegido para entronizar a la Ciudad Capital de los bonaerenses, La Plata, a 40 kilómetros del Gran Buenos Aires y a más de 500 los extremos sur y oeste del territorio sobre el que tiene que gobernar. Una ciudad burocrática que se autoalimenta de los intereses que defienden todos los que trabajan allí. Fuera de la Ciudad de las Diagonales, diputados, senadores y ministros provinciales son más desconocidos que cualquier vecino barrial.
Este proceso, que tiene matices y abruptos cambios específicos, nació desde el retorno de la democracia en 1983 con el Gobierno de Alejandro Armendariz, continuó con Antonio Cafiero, se asentó y se hizo corriente con Eduardo Duhalde y se mantuvo, con algunos retoques, en las gestiones de Carlos Ruckauf, Felipe Solá, Daniel Scioli y María Eugenia Vidal, en este caso, producto del apoyo que siempre tuvo del Frente Renovador y del Frente para la Victoria no kirchnerista, léase, intendentes alejados de La Cámpora.
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Así, más allá de alguna opinión altisonante, todo marchaba, y la Legislatura era un gran «cuerpo» que homogeneizaba todo lo que pasaba por ahí. Las turbulencias más profundas se dieron cuando el peronismo discutía internamente, como cuando el duhaldismo acorraló a Solá en alguna discusión presupuestaria o el kirchnerismo ahogaba a Scioli con la entrega de fondos.
El último año de Vidal en el poder eso se resintió. La posibilidad de la derrota cambiemita hizo que las palomas se transformaran en halcones y eso no se modificó con la llegada de Axel Kicillof, un intransigente con propios y extraños que nunca quiso compartir un centímetro de poder y casi siempre rechazó las ofertas de «paz con la oposición» que le acercaban operadores naturales, como los presidentes de los legislativos, ministros o intendentes.
Desde las PASO en adelante, en la que el mundo autónomo en el que vivía el gobernador se rompió con el ingreso de intendentes a su Gabinete, también se abrió otra puerta hasta ahora inexpugnable, como la de las concesiones legislativas para propios y opositores.
La actualidad encuentra al Frente de Todos y a Juntos con ideas cruzadas entre sus exponentes más relevantes. Por ejemplo, no hay dudas que hoy Kicillof y Vidal coinciden mucho más en cómo tratar a sus aliados y los temas sobre los que deben debatir que lo que piensan los dirigentes «tradicionales» de la política como legisladores e intendentes. Estos tienen una lógica mucho más lineal sobre los intereses y los métodos que hay que seguir para obtenerlos.
Sin embargo, ambos, gobernador y antecesora, tienen el mismo problema. No comprender las relaciones con las «especies» preexistentes, entre los que se encuentra la burocracia estatal en todas las formas. Vidal tropezó con los sindicatos estatales, el Banco Provincia y los empleados provinciales. El gobernador prefirió aliarse sin mover demasiado, pero sí embistió contra la política, al menos, al no considerarla para las decisiones trascendentes.
Por su parte, los jefes comunales, los legisladores y las máximas autoridades pasadas y presentes de la provincia de Buenos Aires coinciden en aumentar los recursos presupuestarios, distribuir casi $25.000 millones de pesos entre los municipios como parte del Fondo de Infraestructura Municipal, FIM, y el rellenado de los lugares vacantes en los organismos de control, entidades descentralizadas y la Defensoría del Pueblo, entre otros lugares.
En privado, Kicillof se manifestó en favor de habilitar una nueva reelección para los intendentes bonaerenses, algo que antes no deseaba. Las circunstancias lo hicieron cambiar. Vidal, en tanto, cree que la presión de sus aliados de Juntos lo único que persigue es su desprestigio personal.
La semana próxima, justo el día de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre, la Legislatura abrirá sus puertas en medio de negociaciones y urgencias que, quizás, provocan algún nuevo «error» involuntario a la hora de confeccionar el Presupuesto que beneficiará a todos juntos y se enfrascarán en una apasionada discusión sobre las reelecciones de los intendentes, quienes recién ahora se dan cuenta que pueden afectar sus proyectos políticos personales si no vuelven a presentarse.
La Ley fue aprobada en 2016, hace cinco años y en este período hubo tres elecciones. Dos legislativas, para cargos no ejecutivos, y una para intendente y gobernador. La urgencia le despertó su conocimiento judicial para ir en contra de una norma que «afecta derechos preexistentes».
Presupuestos, cargos y reelecciones. Que más se puede pedir para que la política, sus dirigentes y protagonistas, se pongan de acuerdo a pesar de los gritos que podrán escucharse. Tal cual lo relevó ayer a MDZ un reconocido operador todoterreno, «los que se plantan en contra después acompañarán si les das los cargos que están en juego»
ALEJANDRO CANCELARE – MDZ on line