Página/12 – Minería: ¿para qué y para quién?

Se sabe que cualquier desarrollo tecnológico altera a la naturaleza y que cualquier alteración a la naturaleza es contaminante. Por lo tanto, por propiedad transitiva, se concluye que cualquier tipo de producción altera el medio ambiente.

«Vale imaginar, por un instante, si es posible realizar la vida cotidiana sin ningún recurso mineral», señala Daniel Malec.
El domingo 8 de agosto en el suplemento Cash se publicó el artículo prohibicionista-y-la-posverdad»>“El movimiento prohibicionista y la posverdad”. En este texto se hace una defensa acrítica de la minería en general y se acusa a la “izquierda argentina” (sic) por cuestionarla pero, sobre todo, por tratar de impedirla a través de prejuicios y de haber cooptado centros de investigación de las ciencias sociales que operan en su contra.

De esa publicación se rescata lo más importante y lo primero que hay que poner en la mesa de discusión: la minería aporta a la generación de energías limpias pues es necesaria, entre tantas otras cosas, para la construcción de paneles solares y generadores eólicos, pero también aporta a las telecomunicaciones, a la medicina, al transporte. Los recursos minerales son indispensables para el mundo de hoy.

Así como está clara la necesidad de la tecnología también es evidente cuando se carece de ella. Para entenderlo mejor van estos dos ejemplos: 1. Se valora más que nunca la energía cuando las empresas distribuidoras cortan la luz. 2. En estos días de pandemia se nota la diferencia de estar conectados o no a la red de internet. El mismo análisis cabe para los minerales que, además, son la materia prima para el desarrollo tecnológico.

Vale imaginar, por un instante, si es posible realizar la vida cotidiana sin ningún recurso mineral. ¿Estamos dispuestos a vivir sin energía, sin transporte y sin telecomunicaciones? ¿Nos resignaríamos a tener enfermedades graves sin poder contar con determinados recursos para curarnos? Una inmensa mayoría, sobre todo la que vive en centros urbanos no lo estaría, entonces la primer pregunta estaría contestada.

Actualmente las tecnologías vienen avanzando en su desarrollo a pasos gigantes y cada vez más al alcance de más gente. Las impresoras 3D y el IoT (Internet de las cosas) son dos ejemplos que lo atestiguan. A mayor producción de tecnología hay más necesidad de su materia prima, que justamente la componen diferentes recursos naturales que incluyen a la minería.

Para obtenerla, según el mineral, hay diferentes recursos tecnológicos. Ninguno es sencillo y cualquier proceso tecnológico altera el medio ambiente. Entonces viene el siguiente interrogante: ¿Hay que pagar un costo para el acceso a una vida más confortable? ¿Cuál es ese precio que se esta pagando para acceder a la tecnología? En la era del Antropoceno el cuestionamiento es cuál es el límite que tendrá la humanidad para seguir devastando al planeta. Hay quienes sostienen que las terribles inundaciones acompañadas de larguísimas sequías son parte de la factura que tiene preparada la naturaleza.

Falsa dicotomía
Se sabe que cualquier desarrollo tecnológico altera a la naturaleza y que cualquier alteración a la naturaleza es contaminante. Por lo tanto, por propiedad transitiva, se concluye que cualquier tipo de producción altera el medio ambiente.

En esta instancia aparecen fundamentalistas que quieren hacer creer que hay una contradicción fundamental entre cuidado del medio ambiente y desarrollo tecnológico. A esto es justamente a lo que no debe oponerse, más bien todo lo contrario. La realidad da un simple y claro ejemplo: las vacunas contra la covid-19 son un gran desarrollo tecnológico y cada día se está comprobando más su eficacia para poner fin a la pandemia.

Algunos dirán que esta pandemia justamente es producto de la destrucción del planeta, pero la humanidad sufrió otras pandemias cuando no se contaba ni por asomo con la tecnología de hoy. Desde hace varias décadas que se sabe que el planeta tierra es finito y sus recursos se vienen agotando. Por eso hay una comunidad cada vez más creciente de científicos y científicas, de tecnólogas y tecnólogos, que vienen trabajando muy seriamente para lograr desarrollos sostenibles y sustentables.

En simultáneo y en varios países, sobre todo en los denominados desarrollados, empiezan a regir legislaciones muy protectoras de “su” medio ambiente: en algunos casos prohíbe directamente la instalación de determinado tipo de empresas y en otros casos exige inversiones de cuidado del medio ambiente para que sus alteraciones no provoquen daños irreparables.

En cualquiera de los casos muchas empresas multinacionales analizan sus costos y empiezan a decidir inversiones en países en vías de desarrollo y en países subdesarrollados, donde tratan de evitar leyes que protejan las condiciones ambientales. Un ejemplo fue, hace unos años, cuando una empresa pastera finlandesa decidió instalar su fábrica a orillas del río Uruguay del lado de Uruguay, lo que provocó en su momentos protestas masivas de la población de la entrerriana Gualeguaychú. Respecto a la minería el escenario es similar con la diferencia que en la región se cuenta con los recursos minerales, y los países desarrollados cuentan con los recursos tecnológicos y monetarios para su extracción.

Desarrollo nacional
El panorama hoy es de una cantidad de empresas extranjeras de varios países desarrollados (Japón, Alemania, Estados Unidos, China, Canadá) que extraen «nuestras riquezas minerales de nuestros suelos» sin políticas claras y uniformes tanto desde el punto de vista ambiental como productivo. La Constitución de 1994 contribuyó a eso, lamentablemente, pues a partir de su vigencia en lugar de ser el Estado Nacional dueño de los recursos mineros, cada provincia pasó a serlo. En el caso del litio, la política que lleva adelante Jujuy es diferente a la de Catamarca. Como si esto fuera poco, durante el gobierno de Macri esas empresas dejaron de pagar retenciones.

Además, y como viene pasando desde la época en la colonia española, la empresas extranjeras se llevan la materia prima para luego generar ellos el valor agregado y vender a precios mucho mayores sus productos terminados. Es cierto que estas empresas generan trabajo y muy bien pagos, pero ¿por qué a cambio de eso hay que dejarse llevar por sus propios intereses y no imponerles los que sean del bien común, cuidando al personal y a las poblaciones?

Muchos sectores científicos, académicos y empresariales empiezan a ver la importancia de generar en el país la cadena de valor desde la extracción del mineral hasta la producción de la tecnología de referencia. Esto pasa con la construcción de paneles solares y de baterías de litio. No es casualidad, entonces, que aparezcan organizaciones internacionales con un ambientalismo parcial que, por ejemplo, critican el uso de la energía nuclear en Argentina, que siempre la utilizó para fines pacíficos, y no dicen nada del uso de esa energía en Francia que es el principal componente de su matriz energética.

En realidad, a lo que se oponen es a que los países en vías de desarrollo puedan avanzar hacia su autonomía científica y tecnológica. Por eso es factible de sospechar que cuenten con el mismo financiamiento de aquellos que dieron el golpe de estado en Bolivia hace un año porque Evo Morales supo tener una política autónoma para la extracción del litio y llegó a fabricar su propio auto eléctrico con tecnología de su país.

Por eso es triste que algunos sectores locales adhieran en nombre del antiextractivismo a la imposibilidad de contar con una política que defienda nuestros propios intereses en esta materia. Pero también es muy triste que quienes escribieron la nota arriba mencionada engloben a toda la izquierda argentina en esas miradas. Si se quiere convencer a quienes aún piensan que el desarrollo tecnológico es enemigo del cuidado ambiental no hay que hacerlo con miradas sectarias o con expresiones que utilizan los sectores neocoloniales.

Somos muchas las personas que nos referenciamos en el extenso y diverso campo popular que, con militancia partidaria o sin ella, queremos un país independiente y, al decir de Oscar Varsavsky, con su propio estilo tecnológico. Pero para lograrlo debemos ser muchos más. Por eso hay que fomentar, apoyar y difundir los proyectos como el que está liderando Y-TEC junto al Conicet y la UNLP en la creación de la primer fábrica argentina de celdas y baterías de litio, a la que Jorge Sábato hubiera dicho que es una auténtica fábrica de tecnología.

* Ingeniero electrónico UBA, Profesor en la UTN y la UNGS. Miembro del Consejo Consultivo del Inaes

Por Daniel Malec * – Página/12