Entrevista a Héctor Floriani, urbanista, ex rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y ex decano de la Facultad de Arquitectura UNR. Doctor en Planificación Territorial, docente universitario e investigador del Conicet.
A raíz de los intentos del municipio para revitalizar el área central, golpeada por la recesión económica primero y por los efectos de la pandemia después, los discursos oficiales reiteran el concepto de ciudad de 15 minutos, en consonancia con el modelo ville du quart d’ heure que visibilizó la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Para el urbanista Héctor Floriani, ex rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y ex decano de la Facultad de Arquitectura, es posible plasmar esta experiencia en Rosario, donde los vecinos del centro, a su juicio, ya la vivencian.
Por eso sugirió extenderla a los barrios para requilibrar la ciudad (además eje de la región metropolitana) y que la calidad urbana se distribuya en un territorio no exento de desigualdades. En ese camino será necesario fortalecer el transporte masivo en detrimento del coche particular, un desafío para una sociedad que valora desplazarse en auto.
Por el contrario, la ciudad de 15 minutos se basa en la cercanía y en la movilidad activa (de peatones y ciclistas) que en ese breve lapso de tiempo resuelven sus necesidades cotidianas de estudio, trabajo, recreación y provisión de mercaderías. El franco-colombiano Carlos Moreno, profesor de la Universidad de La Sorbona, le acercó el concepto a la alcaldesa Hidalgo, de extracción socialista, durante la campaña para su reelección en 2020. Pero se trata de una elaboración contemporánea de reflexiones datadas en los años 60, de la mano de la teórica del urbanismo y activista canadiense Jane Jacobs, quien escribió Muerte y vida de las grandes ciudades americanas en 1961. La pregunta es cómo cuadran en Rosario estas líneas de pensamiento y acción concebidas en países desarrollados.
“La expresión ciudad de 15 minutos es una síntesis, hay cierta tendencia a usar estos títulos como eslógans, pero la propuesta es más abarcativa”, explica Floriani, Doctor en Planificación Territorial, docente universitario e investigador del Conicet.
“No es una panacea y antecede a la pandemia, si bien responde a algunas necesidades producto de su impacto. Como urbanista prefiero ver los problemas de la ciudad en una perspectiva temporal más grande. La condición urbana del ser humano se convirtió en una segunda naturaleza, es la expresión superior del vivir juntos, entonces no conviene limitarse a pensar los efectos de la pandemia y agregaría tampoco obsesionarse. Un famoso urbanólogo americano, Lewis Mumford, dice que la ciudad es la más grande obra del ser humano, solo comparable al idioma. Las compara como creaciones humanas”, remarca.
—Ambas son hechos colectivos y siempre vivos.
—Sí, por eso es fantástica la analogía. Así como es impensable la condición humana sin el lenguaje, él estaría diciendo: «Es impensable sin la condición urbana». No es accidental que estemos juntos, es sustantivo. En ese contexto veo la propuesta de la ciudad de 15 minutos, que se expresa en la proximidad pero es más integral. Apunta a una vida centrada en el vecindario. Un desafío complejo, imposible de reducir a un eslogan.
—Sería entonces un horizonte?
—Sí, una perspectiva para las políticas urbanísticas con continuidad en décadas. No se resuelve en un año o dos. Necesitamos un abordaje estratégico, mirar más allá del efecto de hoy. Producir ajustes para satisfacer las necesidades cotidianas en la cercanía de los 15 minutos a pie o en bicicleta.
—En pandemia el concepto de espacio se redimensionó con la reducción de los traslados, el crecimiento del teletrabajo y la reclusión en los hogares.
—Estamos aprendiendo cuánto se puede hacer sin trasladarse y enhorabuena; también valoramos cuán imprescindible es acercarse al otro. El desafío es encontrar un nuevo equilibrio. Esto impacta en la organización del espacio y en lo urbano. Hay que considerar que la estructura urbanística tiene una fenomenal inercia a la estabilidad. (Se acoda en la mesa de un bar del centro, en cuyo patio trasero se desarrolla la entrevista al aire libre). Esta calle sobre la que estamos instalados fue trazada hace más de un siglo y es probable que dentro de tres siglos siga en esa geometría. ¿Cuándo se fragmentó este cuadrilátero que llamamos manzana? Probablemente poco después del trazado del damero, también tiene una enorme estabilidad. En lugar de una casa en línea se construye un edificio de departamentos de estas características (señala una de las torres de cemento que lo rodean) pero siempre sobre la misma parcela. Provocar la cercanía requiere de tiempo porque se hace con cambios incrementales, difícilmente con una revolución. Hubo transformaciones importantes en Rosario como la de la playa ferroviaria que dio pie al parque Scalabrini Ortiz, el centro comercial y el complejo residencial asociado. Fue excepcional, ya que la mayoría de las intervenciones se hacen a pequeña escala. Hay que tener políticas integrales, por eso critico los abordajes efectistas y oportunistas de los clichés: desconocen la complejidad y la necesidad de la mirada a largo plazo.
—Una mirada colectiva, porque a la ciudad la hacemos todos.
—Claro, lo dice Mumford en ese escrito famoso, La cultura de las ciudades, la ciudad es una obra colectiva de la humanidad. No la define el municipio ni el privado ni determinados grupos o colectivos, es una obra de una enorme pluralidad de actores de distintas jerarquías. Entonces para asegurar el resultado de las respuestas en cercanía, la estructura urbana requiere ajustes. Lo bueno es que Rosario ya tiene, por su fisiología y por planificación, una estructura relativamente policéntrica, una mezcla de usos. No estamos en el punto cero. Por eso reivindico el estudio de la ciudad como base para una política consistente y eficaz, en ese sentido la academia siempre ha aportado. Los arquitectos tenemos mucha producción, aunque esto no es patrimonio de ninguna especialidad sino de muchas, en definitiva de los ciudadanos también. En ese sentido hace falta desarrollar una cultura urbanística, es decir que en el saber más vulgar crezca la sensibilidad vinculada a lo urbano. Hay sociedades en Europa y en América del Norte donde esto se percibe en el uso de los espacios, equipamientos y servicios públicos, en el respeto de las normas que regulan la vida colectiva como el manejo de los residuos, el uso de los contenedores de la basura. Debemos trabajar colectivamente en cómo mejorar nuestro desempeño y crear reglas de juego, asumir que somos como un gran consorcio. Compartimos el dominio del espacio.
—¿Cómo le fue a París con el modelo de los 15 minutos?
—Buena pregunta. Todavía es muy reciente. Lo que veo es que frente a los planteos maximalistas de grandes intervenciones aparece el urbanismo táctico (a pequeña escala) y me da pánico caer en el discurso frívolo: lo táctico desprovisto del encuadre estratégico es inevitablemente superficial. El detalle adquiere sentido en una perspectiva, si no es una pavada, una frivolidad. La ciudad de 15 minutos pone en el centro de las preocupaciones un aporte a la transformación de la vida, ir a la escuela con el niño caminando por ejemplo. Una de las cosas que señala Moreno (y tomó la alcadesa Hidalgo) es apoyarse en la tradición de la escuela pública del barrio. Sucede que nosotros tenemos deudas más viejas y básicas, una sociedad menos integrada.
—París es una ciudad europea, de una potencia. ¿Funcionaría ese modelo aquí?
—En principio sí. No hay que copiar el ejemplo sino extraer lo estructural de la propuesta, sin olvidar las deudas previas: nuestra sociedad está más escindida, tiene lugares más estructurados y otros con menos equipamiento. Lo que no admite este abordaje es la frivolización, por el contrario invita a re-enfocar las políticas urbanísticas.
—Si el modelo tiene éxito en los barrios, ¿cómo se va a revitalizar el centro?
—Está bien que una ciudad tenga una suerte de policentrismo. El centro es el ámbito con más alta concentración de servicios, o sea negocios, centros comerciales, cines y teatros, bancos, administración pública, restaurantes. No se trata de combatir eso sino de requilibrarlo. La descentralización parcial de la administración pública va en ese sentido y ya tiene 20 años, es un logro que está en el haber. La estructura escolar, los clubes, las parroquias son otros puntos de agregación. Hay que hacer un ejercicio del camino ya transitado para acercarnos al objetivo. Algunas cosas no se resuelven con este modelo ni en París ni en Rosario, por ejemplo los trabajadores de General Motors que viven en el municipio seguirán recorriendo un trayecto largo para llegar a su trabajo, o quienes se desempeñan en el puerto. No todo se puede tener en cercanía ni todos los trabajos hacer a distancia. Enfocar el desarrollo urbanístico con esta sensibilidad permite ajustar las decisiones y potenciar las respuestas. Al centro hay que asumirlo en su dimensión de barrio si se lo quiere revitalizar. A pesar de que algunos indicios preocupan, nuestro centro es vital porque tiene población residente. ¿Hay riesgo de perderla? Sí, por eso hay que crear condiciones para su mantenimiento y crecimiento. Hasta Manhattan tiene un alto porcentaje de población residente, a diferencia de Detroit, un caso paradigmático de vaciamiento, un fracaso estrepitoso, una ciudad que parece bombardeada. Son los dos polos de la realidad urbana norteamericana. En cambio los argentinos tenemos la tradición de centros vivenciales y eso es bueno, claro que hay que sostenerlo con políticas. El centro es un barrio distinto, de los residentes pero también apetecido por el conjunto, y no podemos resignar eso. La París buscada por la alcadesa Hidalgo con el asesoramiento de Moreno no va a rifar el potencial de atracción de sus estructuras culturales en el centro, el mundo entero se mueve hacia allí. En definitiva, si el modelo de los 15 minutos no soluciona todo sí mejora la calidad de vida de los vecinos del centro y de quienes van allí. El centro de Rosario debe seguir siendo atractivo para todos los vecinos de la ciudad, de la región metropolitana y en algún punto del país.
—Sobre este modelo siempre se habla en relación al centro, no a los barrios.
—El concepto es integral y es un error pensar en el centro y no en los barrios, el meollo del planteo es apuntar estratégicamente a requilibrar la ciudad a largo plazo. Agrego una complejidad: Rosario es una ciudad metropolitana, así que la planificación no debe ser ajena a esta realidad. Debemos generar calidad urbana distribuida en el territorio. El centro tiene una apropiación colectiva de esta comunidad regional, esto es lo singular, el centro no es solo de sus vecinos. Es un lugar de referencia y de memoria colectiva. El habitante de Echesortu se siente local en Echesortu, yo no porque vivo en el centro.
—En el centro ¿todos jugamos de local?
—Sí, un profesor de urbanismo nos decía que el centro es como el living de la casa, donde todos se encuentran. Es una buena imagen.
—¿Cómo podría darse este modelo sin un buen transporte público o coartando el uso del auto?
—El auto está destinado a reducir su participación en la ecuación de modos de transporte. En nuestra cultura de la movilidad esto genera reacción, porque estamos enviciados con la comodidad del auto aunque a veces también se transforma en un dolor de cabeza: no se llega, no hay lugar, no es sustentable desde lo ambiental. Esto sucede en todo el mundo, la movilidad urbana pasa por la movilidad masiva y reducir los desplazamientos para satisfacer las necesidades en la cercanía.
—¿Algún ejemplo de una ciudad donde funcione este modelo en la Argentina?
—No hay, pero quienes vivimos en el macrocentro de Rosario tenemos realidades de 15 minutos. O sea que en gran medida ya lo experimentamos al modelo. Vale la pena incorporarlo como un objetivo de las políticas urbanísticas en tanto hay gente que hoy no lo vive. Y valorar lo que tenemos en el centro
Por Alicia Salinas – foto, ilustrativa – La Capital