El analista considera que, cuando se hace prospección electoral, se necesita saber quiénes son los candidatos y que la sociedad tenga interés en el comicio.
La Argentina se caracteriza por ser un país con gran incertidumbre. Antes de que se conozca la decisión de Cristina Fernández, de integrar una fórmula como postulante a vicepresidenta, Eduardo Fidanza, analista político, sociólogo y director de Poliarquía, remarcó que la sociedad argentina está atrapada entre la crisis socioeconómica y la polarización en la competencia electoral, que no están ajenas a las encuestas que se han dado a conocer. En una charla con LA GACETA, luego de disertar en esta ciudad invitado por la Federación Económica de Tucumán (FET) y la Cámara Argentina de Comercio, Fidanza dio la siguiente entrevista a LA GACETA.
-Usted mencionó las encuestas. ¿Qué valor político tienen?
-Creo que hay que relativizar las encuestas de opinión. Yo hace más de 30 años que trabajo en el campo, pero la encuesta de opinión tiene ciertos requisitos. Básicamente, cuando se trata de hacer una prospección electoral, debemos esperar que estén definidos los candidatos, empiece la campaña y el interés de la población en el comicio sea mayor. Creo que hay muchas encuestas apresuradas que están presentando un escenario que todavía está por verse. De manera que sirven efectivamente para conocer las expectativas de la población y los problemas que la gente señala, pero para hacer prospección electoral hay que tener mucho cuidado. Y además hay una relación muy estrecha de casualidad entre las encuestas y los mercados financieros. Por eso creo que los que hacemos encuestas tenemos que ser muy responsables porque hay una gran sensibilidad, sobre todo en el exterior, y en la medida en que los sondeos insistan con las chances de Cristina… Yo no digo que si ella tiene las chances haya que ocultarlas, pero tenemos que esperar al menos hasta el 22 de junio, cuando efectivamente ella sea, o no, candidata, y haya también la tercera opción, porque el peronismo federal tendrá su candidato. Entonces cuando estemos en ese contexto creo yo que a las encuestas les vamos a tener que prestar más atención. Si las sobredimensionamos antes, estamos haciendo una interpretación interesada o ingenua de la situación política.
-Sobre todo en un país con tanta volatilidad…
-Por supuesto, eso desde ya. Yo llamo a la prudencia respecto del consumo de encuestas, aunque reconozco sin embargo que es muy difícil, en este país y en otros, que los políticos y los empresarios den un paso sin mirar sondeos de opinión. Lo que está claro, y esto ya no surge de los sondeos, sino del análisis político, es que hay dos líderes fuertes en este momento en la Argentina, que tienen una diferencia ideológica marcada y que son el Presidente y la ex presidenta. Sin embargo, y esto también es paradójico, (porque) los argentinos nos hemos acostumbrado a los debates ideológicos muy acentuados y entonces podemos decir que Cristina representa al populismo y el Presidente al republicanismo; estos son relatos. Ahora, cuando los gobiernos enfrentan los problemas de la Argentina y dejamos de discutir ideologías y pasamos a discutir políticas públicas, entonces vamos a constatar que el margen de desacuerdo no es tan grande. Vemos la paradoja de que un gobierno con una orientación liberal, como el de Mauricio Macri, frente a sus necesidades electorales plantea una política de acuerdo de precios, de aumento de subsidios…; una política que, uno podría haber dicho, es impropia de este gobierno. Sin embargo, las necesidades priman. A la inversa, Cristina, que aplicó una política redistributiva, en su momento también tuvo que recurrir a la devaluación… De manera que quiero marcar esos dos niveles: uno es el de la discusión ideológica, que no tiene límites, y el otro es el de la discusión de las políticas públicas frente a los problemas de la Argentina, que tiene menos margen de desacuerdos. Y en este caso creo que vale, porque la Argentina, pasado este año electoral, enfrenta un 2020, un comienzo de la tercera década de este siglo, muy complejo, con problemas muy serios de financiamiento. No olvidemos que Argentina hoy es un país atado a un respirador artificial, que es el Fondo Monetario Internacional.
-Generalmente en el mundo político se dice que ganan las encuestas aquellos que las pagan. ¿Es así, o esto es menospreciar el trabajo de una consultora?
-Lamentablemente, durante el kirchnerismo, el Gobierno falsificó los números del Indec (Instituto Nacional de Estadística y Censos). Y también lamentablemente había contratado a una serie de consultoras que distorsionaban los números a favor del Gobierno. Yo no veo que esto esté ocurriendo durante el Gobierno de Cambiemos. Yo creo que las empresas que hacen sondeos se han dado cuenta de que pagan un costo muy alto por adulterar los resultados. Lo que pasa es que ahora tenemos otro fenómeno, que tiene que ver con la tecnología: la multiplicidad de sondeos, porque (encuestar) cada vez se hace más fácil, sobre todo con las encuestas IVR (Respuesta de Voz Interactiva, por sus siglas en inglés), que usan un software relativamente al alcance de muchos. De manera que ahora hay una proliferación de sondeos que está generando una saturación en el público, que tiene su teléfono y durante el día recibe tres, cuatro o cinco llamadas que requieren su opinión política. Yo creo que esto también es inconveniente, porque a las técnicas de investigación hay que analizarlas muy bien: no es lo mismo, por ejemplo, una encuesta digitalizada que una entrevista. Pero, en cualquier caso, no creo que se estén adulterando los resultados, sino que no se está resistiendo la presión mediática y la presión de los políticos. Entonces se está permanentemente produciendo resultados de escenarios electorales. A mí me parece que es algo demasiado preliminar, que tenemos que dejar para dentro de un par de meses.
-Frente a la polarización, la dirigencia suele hablar del voto-valores y el voto económico, por un lado, y dicen, por el otro, que, cuando duele el bolsillo, la corrupción no pesa a la hora de votar. ¿Es así?
-A ver, no es que no pese. Depende de los electorados. La apreciación de la corrupción como un fenómeno negativo depende del nivel educativo y socioeconómico de los votantes, pero no debemos sancionar a los que tienen menos educación o están en una condición socioeconómica inferior. Estos sectores, que son amplios en la Argentina, en el interior del país, hacen un razonamiento de sentido común. Ellos dicen simplemente: “hoy no puedo llegar a fin de mes, hoy no puedo alimentar bien a mis hijos, hoy no puedo cubrir la cuota del colegio, hoy las tarifas están ocupando mucho espacio en mi presupuesto; esto no me pasaba en el Gobierno anterior”. Ese razonamiento tiende a dejar en segundo plano la cuestión de la corrupción. En cambio, en los niveles socioeconómicos y educativos medios y altos, la cuestión de la corrupción se atiende más. Ahora, respecto de los motivos del voto, está el voto por razones económicas, que es muy sencillo, porque esto lo hace todo el mundo. La gente juzga cómo le fue económicamente durante un gobierno: si considera que le fue bien, suele ratificar a ese gobierno, y si considera que le fue mal, suele votar a la oposición. Hay otro tipo de motivo de voto, que tiene que ver, por ejemplo, con la adhesión al líder o al candidato, o con expectativas positivas con respecto al futuro… Cuando la gente le tiene simpatía a un político y este empieza su gestión, tiende a decir: “lo tenemos que bancar, tenemos que darle tiempo, tenemos que postergar nuestras satisfacciones para el futuro”. Si eso se combina además con el rechazo a la oposición… Esto es lo que ocurrió con los triunfos de Macri en 2015 y, sobre todo, 2017. La gente adhería al Presidente y proyectaba sus expectativas hacia el futuro, y prevalecía un rechazo hacia la ex presidenta. Pero en esta elección presidencia yo creo que las condiciones que van a definir el voto van a ser más predominantemente económicas que políticas. Y esto proviene de los datos que nosotros recogemos, que son muy fiables. A nivel nacional, el 70 % de las personas, cuando uno le pregunta cuál es su principal problema personal o familiar, dice: “problemas económicos”. La gente está muy angustiada y frustrada por la cuestión económica. Ahora bien, esto nos hace pensar que el Gobierno necesita, de acá a las primarias, y sobre todo hacia octubre, una mejora, aunque sea pequeña, de las condiciones económicas. Por eso ha puesto tanto esfuerzo en el acuerdo de precios, en la baja de la inflación, aunque haya economistas que digan que, con las tasas de interés en el nivel que hoy tienen en la Argentina, la economía real no se va a recuperar seguirán la recesión y el padecimiento.
-Frente a la estabilidad de otros países de la región, como Chile o incluso Bolivia, ¿qué nos pasa a los argentinos?
-Yo pienso que en la Argentina hay una desarticulación muy grande entre tres esferas: la ideológica, la política y la administrativa. Vamos a suponer un país que funcione con normalidad: la ideología tiene que marcar los grandes lineamientos, como si un gobierno se va a orientar hacia el mercado o el Estado; la política tiene que regular no solamente la competencia entre los partidos, sino también los consensos, y la administración, como la administración de una empresa o la de una casa, tiene que hacer los cálculos y determinar qué es factible y qué no, en qué se puede gastar y en qué no, cuánto uno se puede endeudar. Y además está la administración de la Justicia. Entonces los países que funcionan bien tienen grandes orientaciones; tienen una política que no es solamente competencia, sino también consenso, y respetan la administración. En Argentina la ideología rige a la política, que por lo tanto es simplemente un hecho de competencia, no de consenso, y que política e ideología están sofocando a la administración. Por eso la Argentina tiene indicadores macroeconómicos completamente desviados. ¿Cómo puede ser que en Chile Sebastián Piñeira, que es un presidente de centroderecha, y en Bolivia Evo Morales, que es de centroizquierda, no transgredan determinadas normas de la administración económica? Puede ser porque en estos países, como en otros de la región, la administración tiene un peso decisivo, o por lo menos importante, en las decisiones de los gobiernos. En la Argentina, en cambio, cuando hay necesidades electorales importantes y requerimientos de poder, la política y la ideología dominan a la administración, que queda en un segundo plano.
Por Marcelo Aguaysol – La Gaceta