Falta menos de un mes para las elecciones primarias (PASO) y de una sola cosa están seguros hoy los encuestadores más serios: si pudieran, evitarían dar un pronóstico para el más esperado de los comicios, el de la provincia de Buenos Aires.
El nivel de indecisos no baja hoy en ningún sondeo del 15 por ciento, siempre que se le pregunte al encuestado a quién elegiría entre algunos de los candidatos. Cuando la consulta es abierta (sólo preguntando «a quién votaría hoy», pero sin mencionar postulante) el porcentaje trepa a 30%.
El problema se agudiza cuando los encuestadores deben ponderar las respuestas positivas para pintarles un escenario posible a quienes pagan por encontrar alguna certeza que calme su ansiedad. La diferencia entre la lista de candidatos del oficialista Cambiemos, liderada por Esteban Bullrich y Gladys González, y la que encabeza Cristina Fernández de Kirchner (Unidad Ciudadana) nunca supera los 3 puntos, por lo que siempre se está dentro el margen de error. Ambos bandos reúnen entre un 50 y un 60% del electorado. Son los que se conocen como votantes fieles, el núcleo duro que el macrismo y kirchnerismo parecen tener asegurado a cada lado de la grieta.
Así lo revelan los últimos sondeos realizados por las consultoras Isonomía, Management& Fit (M&F) y Poliarquía. Pero los números de esas tres mediciones tampoco son coincidentes y muestran algunas diferencias relevantes. Para Isonomía y Poliarquía la pequeña ventaja que registran favorece a Cambiemos; en cambio, en los sondeos de M&F Unidad Ciudadana se adelanta por alrededor de 3 puntos.
En lo que sí coinciden todas ellas es en que la campaña se inauguró con una caída de la imagen de la gestión macrista. La economía parece haber jugado su rol, coinciden los consultores.
«Creció el mal humor y eso se traduce en una caída de la imagen del gobierno» explica Alejandro Catterberg socio de Poliarquía. El índice del estado de la opinión pública de julio que acaba de concluir la consultora es elocuente: el nivel de aprobación de la gestión de Macri cayó cinco puntos, el rechazo a la gestión creció 6 puntos y la imagen positiva del Gobierno se redujo 5 puntos.
«El Gobierno arranca erosionado», concuerda Juan Germano, socio de Isonomía.
Mariel Fornoni, de M&F, por su parte, sostiene que Cristina Kirchner creció algo después de su lanzamiento y que no ve «a ninguna otra fuerza creciendo en igual magnitud».
Los tres aclaran que, de todas maneras, para la mayoría de los ciudadanos la campaña no arrancó, especialmente para los menos involucrados en política, que son mayoritariamente los que aún no definieron su voto.
De allí la incertidumbre que envuelve a los encuestadores. En ese espacio, en la brecha que existe entre los actores principales de la película, hay poca fidelidad, es un centro de arenas movedizas, en el que hasta ahora el que mejor hace equilibrio es el binomio Sergio Massa-Margarita Stolbizer (1País), pero que sube y baja según movimientos aleatorios. Ahí residen los swingers, los indefinidos y muchos que, según la definición de Germano, albergan frustraciones de variada índole y alternan entre algunas pocas preferencias y muchos rechazos.
Captar el humor de ese segmento, que no es homogéneo, es el gran desafío. Lo mismo que el de los bordes del voto del macrismo y del kirchnerismo, el de esos que votan más por espanto que por amor.
Por eso, el Gobierno ha dejado de centrar su disputa en la figura de Cristina, pero sin dejar de agitar el fantasma del pasado. Como reconoció, el jefe de gabinete el sábado pasado «el principal rival [del oficialismo) es el pesimismo», o que «desmoralicen a nuestros votantes», según la expresión que suele utilizar María Eugenia Vidal.
La economía que no arranca, la inflación que no cede, el dólar que sube, el consume que no crece son vistas como las causas principales que afectan la imagen del oficialismo. «En este mes se pagó el aguinaldo y ya se cobraron casi todos los aumentos acordados en las paritarias, sin embargo, eso no no mejoró la percepción», advierte Catterberg.
Para Peña las razones de ese estado de la opinión pública se son similares a las de 2009 cuando el PRO enfrentó en la ciudad de Buenos Aires su primera elección como oficialista: «la gente sólo veía el pozo y dudaba de que la obra fuera terminada, pero al final nos creyeron y nos votaron», se ilusiona.
En algún punto, Fornoni parece darle la razón. «La aprobación a la gestión de Macri en la provincia de Buenos Aires ronda el 30%, mientras que la intención de voto para sus candidatos está unos 4 puntos por debajo de esa porcentaje. Lo lógico es que la intención de voto suba y que el índice de aprobación de la gestión sea el piso».
En este escenario aparece entonces una suerte de juegos de espejos entre el macrismo, el massismo y Cumplir, el espacio de Florencio Randazzo. Si bien todos los sondeos coinciden en que la disputa por el primer puesto en la provincia de Buenos Aires se da entre macrismo y kirchnerismo, los estrategas de campaña del oficialismo ponen la mira en los votantes probables o posibles de Massa y Randazzo. Y el massismo y el randazzismo apuntan hacia los bordes macristas.
En el Gobierno admiten que si 1País crece será más a expensas de sus candidatos que de Cristina. Fornoni adhiere a esta hipóstesis y le agrega un riesgo para la elección general: «Si en la PASO, Cambiemos sale segundo en la provincia de Buenos Aires y no aventaja suficientemente a 1País, algunos que no quieren el regreso de Crsitina pueden ver que Massa es más freno que Bulrrich».
La evolución de los números por ahora no da sustento a esta posibilidad. Es más, Germano considera que si el de Tigre mantiene el perfil con el que inició la campaña corre el riesgo de alejarse aún más. «Massa está mostrando un discurso muy opositor y así le será difícil captar al indeciso que no está contento con lo hecho por el Gobierno, pero que quiere frenar a Cristina. Hoy no se ve a nadie buscando al votante frustrado».
Los números de Poliarquia van en el mismo sentido: «En julio se ve una caída de la popularidad de todos, pero nadie capitaliza el descontento», destaca Catterberg.
El socio de Isonomía añade un dato para tener en cuenta: «Lilita [Carrió] está jugando como la oposición light al Gobierno y eso contiene a muchos que en 2015 votaron a Macri, pero que ahora tienen algunas críticas a la gestión».
Lo que hasta ahora había sido patrimonio del peronismo (mantener en su seno a oficialismo y oposición) podría estar mutando. Sería un cambio radical en el escenario y un regalo inesperado que Cristina le habría hecho a Macri al abandonar el PJ para encerrarse en el círculo de sus fieles.
No será la única novedad que está complicando los pronósticos. Cuál será la «marca» (espacio político) más atractiva para atraer a esos votantes que no se han definido aún es otra gran incógnita. Los partidos tradicionales habrán desaparecido de las boletas bonaerenses de este año, tanto que el nombre más antiguo que se presentará tiene sólo dos años de vida: es Cambiemos, que debutó triunfante en 2015. Pero el oficialismo tendrá que lograr que el votante que valore esa «marca» la identifique con sus candidatos, Bulrrich y González, que aparecen aún con una alta dosis de desconocimiento en las encuestas.
La falta de competencia interna suma otro elemento para el desconcierto: cuál será el nivel de asistencia a estas PASO devaluadas y cuestionadas, como se reflejó en el sondeo hecho por la ONG Transparencia Electoral y publicado por La Nación el miércoles pasado, anteayer.
Todos esperan que los próximos sondeos aporten algo de claridad, aunque casi nadie cree que arrojen certezas inmodificables que el 13 de agosto no pueda desvirtuar. El escenario está abierto.
Claudio Jacquelin – LA NACION