Un reciente Foro Urbano Nacional marcó las pautas para acceder a ciudades más controladas y planificadas. Ojalá que Mendoza tome las enseñanzas de un encuentro internacional, y pueda iniciar un ordenamiento que por ahora está muy distante de obtener.
Ha resultado de gran trascendencia para la provincia la reciente realización en nuestra capital del Foro Urbano Nacional, organizado por el Ministerio del Interior, el capítulo ONU Hábitat y el municipio capitalino.
Fue una oportunidad para explorar la nueva agenda urbana y acceder a los modernos paradigmas de cómo se vive en los núcleos urbanos y de qué manera se puede gestionar el crecimiento en zonas como Mendoza, donde coexisten el interés por la planificación y el ordenamiento territorial, pero subsisten realidades muy crudas de hacinamiento, precariedad de servicios y parámetros de descontrol.
La Argentina se comprometió a adoptar la Nueva Agenda Urbana, que fue el documento final resultante del acuerdo alcanzado en la conferencia Hábitat III que se llevó a cabo en octubre de 2016, en Quito (Ecuador). Ese dispositivo apunta a que se concreten ciudades inclusivas, planficadas, sustentables, resilientes y compactas.
El doctor Joan Clos, director ejecutivo de ONU-Hábitat y secretario general adjunto de Naciones Unidas, se refirió en una nota de opinión publicada por nuestro diario al papel de la urbanización «no como un gasto, sino como una inversión, ya que el costo de la nueva urbanización es mínimo en comparación con el valor que puede y debe generar”.
Los urbanistas locales fincan las posibilidades de tener ciudades compactas e integradas en las bondades de aplicar el ordenamiento territorial y de esa manera contrarrestar el actual desorden que impera en muchas áreas habitadas. El desmadre del pedemonte, es un ejemplo.
En la realidad del Gran Mendoza y sus seis departamentos se aprecia que cada uno posee un núcleo que conforman las distintas cabeceras, donde frecuentemente se da una «mancha» urbana desordenada, sin planes previos, en suma una realidad negativa sin horizontes de mejoras. Respondiendo a esta idea de la fragmentación, una estrategia sería la densificación de esos ámbitos históricos, que poseen actividades residenciales, comerciales, administrativas y hasta eclesiásticas.
Paralelamente a ese fortalecimiento de los núcleos cabecera, habría que preservar los espacios intermedios que conservan un carácter rural o de espacios verdes, que disponen hasta de fincas, y restringir el uso de estos ambientes, que conservan características naturales, al avance de los barrios, privados en buena medida, que han invadido las áreas periurbanas.
Entonces hay un llamado de atención para corregir la ausencia de planificación imperante por años. Esta compactación o densificación de la que se habla en los centros de avanzada del urbanismo debe ser realizada teniendo en cuenta densidades de población por hectáreas, no excesivamente altas. Debe tenderse a una ocupación del suelo que tenga escala humana, con espacios verdes, equipamientos básicos, educación, aprovisionamiento diario, atención primaria de la salud y recreación (juegos para niños), preservando una vida vecinal efectiva, con una clara identidad barrial. En una palabra, los intereses inmobiliarios deben conjugar con el interés común.
Mendoza está en condiciones aun de lograr un ordenamiento urbano razonable, crear una metrópoli descentralizada, con adecuados sistemas de transporte público de pasajeros, que vinculen los distintos núcleos constitutivos del tejido urbano, y con una solución al intenso tránsito vehicular, altamente contaminante. O llegar a una descentralización orgánica, como lo propiciaba el arquitecto y urbanista Eliel Saarinen, en su obra «La ciudad. Su crecimiento, su decadencia. Su porvenir», escrita, con lúcida visión, a mediados del siglo pasado.
– Los Andes