La intendenta peronista de La Matanza, Verónica Magario , está en guerra. No contra los alarmantes índices de pobreza, inseguridad o corrupción del partido. Como su jefa política, Cristina Kirchner, le declaró la guerra al presidente Macri.
«El fracaso de Macri», proclaman pasacalles a lo largo y ancho del distrito, y todo el mundo sabe que llevan la firma implícita de la líder territorial.
La ofensiva incluye también grafitis («Macri nazi», «Macri es ajuste y hambre», «Macri=Videla»), hostigamientos a locales de Cambiemos y ocultamiento o destrucción de carteles del gobierno nacional, en línea con un discurso opositor de marcada dureza.
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Pero la mayor audacia de Magario fue atribuirse la obra pública más importante que se hizo en La Matanza en muchos años: el Metrobus, que se extiende 16 kilómetros por la ruta 3, columna vertebral del partido. Impulsado por los gobiernos nacional y provincial, prácticamente sin intervención de las autoridades municipales, decenas de gigantografías ubicadas en puntos neurálgicos cuentan una historia muy distinta. En ellas aparece una enorme foto de la intendenta y el siguiente texto: «Trabajamos en obras que nos cambian la vida a todos. Nuevo Metrobus. Municipio de La Matanza. Intendencia Verónica Magario».
La Presidencia de la Nación también instaló carteles por el Metrobus, pero fueron tapados o sacados.
Con una media sonrisa, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, le quitó importancia a esa campaña. «Es una forma antigua de hacer política. La gente sabe muy bien quién hizo el Metrobus», afirmó a LA NACION.
Cambio de nombre
«Es una obra sensacional, en la que la municipalidad no tuvo nada que ver aunque quiera hacer creer lo contrario», sostiene Fernando Ascensio, concejal por el Frente Renovador.
Algo similar ocurre con «El Estado en tu barrio», el programa de la Nación y la provincia que se lleva adelante en plazas públicas bonaerenses con una contribución marginal -ceder el espacio- de las municipalidades. En La Matanza, la iniciativa cambió de nombre y de dueño: «Operativo Integral Matanza. Intendencia Verónica Magario».
Después del escándalo por haber ploteado con su nombre una flota de 40 nuevos patrulleros de la policía, lo que la llevó a admitir que había sido «un error», Magario se arrepintió. Se arrepintió de haber hablado de error. Los móviles siguen circulando con la misma inscripción.
Madre de todas las batallas electorales con su más de un millón de votantes, La Matanza está desde 1983 en manos del peronismo, que ha construido allí una extendida y poderosa red de clientelismo político. La organización territorial es clave en un distrito en el que, por su pobreza extrema, el papel de punteros barriales que distribuyen desde planes sociales y alimentos hasta materiales de construcción y empleos municipales, resulta fundamental.
Culto a Néstor Kirchner
En los últimos 13 años, los intendentes del partido se convirtieron en soldados de primera fila del matrimonio Kirchner. Salvo el histórico furcio de Cristina en su diálogo con estudiantes de la Universidad de Harvard («Chicos, esto es Harvard, no es La Matanza»), los Kirchner mimaron al distrito y tejieron con sus sucesivos jefes una alianza que nunca se interrumpió. El presidente del peronismo bonaerense es Fernando Espinoza, que condujo la intendencia durante 10 años y fue sucedido por Magario.
Con el nombre «Néstor Kirchner» se bautizaron en el partido calles, avenidas, plazas, centros deportivos, campings, hospitales… Pero el culto a su persona llegó hasta el extremo de que a Espinoza no le tembló el pulso para teñir de color partidario una institución de carácter esencialmente republicano: «Municipalidad de González Catán Néstor Kirchner», dice el frente del edificio donde funciona desde 2010 una sede descentralizada de la comuna.
Otro emprendimiento que lleva ese nombre es el enorme hospital de Gregorio de Laferrère, inaugurado de apuro por Cristina, Daniel Scioli y Espinoza 10 días antes de las elecciones generales de octubre de 2011. Pero no tuvo suerte. Después del acto las puertas se cerraron. Hasta hoy.
– LA NACION