Por cuestiones ideológicas y por impericia, todo puede volverse en contra para el presidente y sus funcionarios. Para muchos, Macri va a ser siempre la derecha ortodoxa, salvaje y neoliberal, sin importar lo que haga.
El gobierno de Mauricio Macri acaba de transitar una de sus semanas más amargas. Tras el escándalo por la empresa residual Correo Argentino SA, perteneciente a la familia, lo que debía ser un anuncio favorable al Gobierno –el primer aumento de jubilaciones, asignación universal por hijo y demás beneficios de la seguridad social que le ganan a la inflación– se transformó en un capotón.
Un preacuerdo de deuda ad referendum de un fallo judicial y bajo la lupa de una fiscal; un aumento de jubilaciones… todo puede volverse en contra para Mauricio Macri y sus funcionarios.
Puede que sea, como dicen muchos, porque Macri ignora la aversión que un rico, de una familia que ha tenido negocios con el Estado, puede generar en un sector, si no grande, muy ideologizado de la población.
Pero también es impericia. Hay otro ejemplo de la semana, que pasó más inadvertido. Pero que es muy demostrativo. El martes, tres de los ministros del área económica –Nicolás Dujovne, de Hacienda; Luis Caputo, de Finanzas, y Rogelio Frigerio, de Interior– convocaron a los 24 ministros de Economía de las provincias y de la Ciudad de Buenos Aires. El dueño de casa era el decano: Frigerio.
Se suponía que el encuentro iba a ser para avanzar en una reforma de coparticipación. Por eso era la segunda reunión de una anterior, preliminar, que se había realizado en diciembre. Muchos de los asistentes no iban con demasiadas expectativas. Pero luego de pasar allí algo más de dos horas, salieron más confundidos que cuando habían entrado.
En primer lugar, sobre la coparticipación Frigerio apenas sugirió que una porción de los impuestos debería dejar de repartirse entre las provincias según un porcentaje fijo y distribuirse según el cumplimiento de determinados objetivos, a modo de incentivo. De inmediato, todos los ministros pusieron la cara de póquer que vienen poniendo todos sus antecesores desde que la Constitución ordenó cambiar un régimen que jamás cambió.
Luego, el temario, en lugar de profundizar en esa línea, se amplió. “Parecía un seminario”, contó una asistente. Dujovne volvió a la carga con su reforma impositiva, pero para decir que aún no tiene nada escrito y que, antes de mostrar algo, tendrá que exponerla ante Macri. Más caras de póquer alrededor de la inmensa mesa.
Los ministros también hablaron de la necesidad de controlar el gasto público y Caputo les pidió “ordenar” las salidas de los gobernadores a tomar deuda, a estas alturas ampliamente usada para financiar erogaciones corrientes. Como al pasar, recordaron decirles a todos los presentes la necesidad de que las provincias adhieran a la ley que el jueves tuvo sanción definitiva en Diputados y que reformó el sistema de riesgos de trabajo.
Si no lo hacen, corren el riesgo de que la Corte Suprema vuelva a declararla inconstitucional, porque los procedimientos de aplicación de las leyes laborales son de jurisdicción provincial, así que lo de exigir el paso único a los accidentados laborales por las comisiones médicas –eso es lo que plantea la ley, para eludir la industria del juicio con base en certificados médicos truchos– no será soplar y hacer botella.
Al final, contó un asistente, entre la tropa tan amable como impertérrita de ministros, el mendocino Martín Kerchner preguntó: “Bueno, hay periodistas esperando afuera. ¿Qué les vamos a decir?”.
Pocas balas
El gobierno de Macri ha tenido desde el inicio pocas balas. No puede perderlas por impericia. Ni dejar de usarlas. En el “gran relato argentino” no importa que Macri aumente las jubilaciones según la inflación –como hacía Cristina– y que, además, pague los reajustes que la expresidenta nunca les reconoció a los jubilados por la inflación 2002-2009 y que originaron más de 260 mil juicios.
Él igual va a ser siempre la derecha ortodoxa, salvaje y neoliberal. No importa lo que haga, en ese campo siempre va a perder.
En cambio, corre el riesgo de no terminar de corregir nunca los desbarajustes estructurales que dejaron décadas de populistas, autoritarios y seudorredentores.
Por Adrián Simioni – La Voz del Interior