¿Quién protege a los vecinos del infierno acústico autorizado por la Legislatura?

Palermo en guerra nocturna: ¿quién protege a los vecinos del infierno acústico autorizado por la Legislatura?

Mientras los recitales y boliches a cielo abierto se multiplican en Palermo con el aval del Gobierno porteño, los vecinos denuncian vivir bajo tortura sonora. La pregunta que arde: ¿Por qué los candidatos a legisladores no dicen ni mu? ¿A quién le responden?

En el Palermo de los árboles centenarios, las embajadas silenciosas y los edificios con balcones floridos, ya no se duerme. Lo que alguna vez fue un barrio residencial elegante y amable para la vida cotidiana se ha convertido, según denuncian sus vecinos, en un infierno sonoro legalizado.

La indignación es real, concreta, y no es nueva: las denuncias por ruidos molestos, recitales masivos, boliches disfrazados de patios gastronómicos y locales de baile a cielo abierto llevan años acumulándose en despachos judiciales y oficinas del Ejecutivo porteño. Pero, ¿por qué nadie escucha? ¿Por qué los legisladores, que deberían defender el bienestar de quienes los votan, miran para otro lado?


Un barrio que grita… sin ser oído

Vecinos Autoconvocados de Palermo, junto a residentes de zonas aledañas como Palermo Chico, han elevado su voz contra lo que definen sin vueltas como “cuatro focos de tortura”: el Campo de Polo, el Hipódromo de Palermo, los Arcos del Paseo de la Infanta y el Club GEBA. Todos lugares que fueron concebidos como espacios de deporte, cultura o paseo, y que hoy —gracias a interpretaciones legales dudosas o directamente violatorias de la normativa urbana— funcionan como boliches, ferias y centros de entretenimiento sin aislamiento acústico ni control horario.

Y el ruido no es solo molestia: “Es un problema de salud mental, de sueño, de dignidad”, afirman los damnificados. Viven con el corazón galopando al ritmo del bumbum que empieza a las 23 y termina con suerte cerca de las 6 de la mañana. Todos los fines de semana. Y a veces en la semana también.


Las promesas rotas de Jorge Macri

En abril de 2024, el propio jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, prometió mudar los recitales del Campo de Polo y el Hipódromo al Autódromo y al Parque de la Ciudad. Palabras que se las llevó el viento amplificado por parlantes de 10.000 watts. No solo no cumplió, sino que en diciembre de 2024, la Legislatura aprobó un proyecto del Poder Ejecutivo que modificó la normativa 34421 y permitió lo que estaba expresamente prohibido: habilitaciones para locales bailables “de forma encubierta”, según los vecinos.

Y ahí surge la pregunta que ningún candidato responde en campaña: ¿qué rol juegan los legisladores que votaron esto en silencio? ¿A qué intereses responden cuando convalidan por acción u omisión la degradación de la calidad de vida de miles de votantes?


Los negocios mandan, la ley duerme

El documento Disposición N.º 1890/DGIUR/24, emitido por la Dirección General de Interpretación Urbanística, permite boliches clase C de hasta 1.000 metros cuadrados en predios como el Campo de Polo. ¿Quién lo firmó? ¿Con qué aval legal? ¿Dónde quedó la zonificación residencial de Palermo?

“Mientras la mayoría duerme, algunos lucran. Y el Gobierno de la Ciudad habilita”, denuncian con amargura desde las asambleas vecinales.

Desde Bocha Polo hasta Imperial Beerhouse, pasando por Crobar, Cobra BA, Avant Garden y otros antros modernos montados sobre espacio público protegido, los vecinos detallan un mapa de la ilegalidad habilitada que convertiría a cualquier inspector urbano con algo de dignidad en un héroe anónimo.


Palermo ya no es Palermo

“Esto no es Nueva York, ni Berlín. En ninguna ciudad del mundo se permiten fiestas a cielo abierto pegadas a edificios residenciales. Acá convirtieron Palermo en un boliche extendido”, dice Martín, vecino de la calle Sinclair.

Paula, otra residente, dispara con claridad: “El Gobierno de la Ciudad está legalizando la tortura. No se trata de ruido, se trata de violar derechos”.


¿Dónde está la Legislatura?

En diciembre pasado, mientras los vecinos pedían que no se modifique la normativa que exigía que los boliches fueran cerrados y acústicamente protegidos, la Legislatura porteña —esa que este domingo renueva bancas— levantó la mano sin objeciones. Ni un solo legislador se plantó a defender la paz nocturna de los votantes de Palermo. Ni uno solo.

Y mientras tanto, en campaña, muchos de ellos prometen “orden”, “seguridad”, “calidad de vida”. ¿En serio? ¿Con recitales que rompen los límites legales de decibeles? ¿Con inspectores que avisan antes de ir a controlar? ¿Con comisiones como la de Ambiente y Urbanismo que no emiten ni un mísero dictamen en defensa de los ciudadanos?


¿La ciudad de la furia?

El caso de Palermo no es una anécdota. Es un símbolo del desgobierno encubierto por marketing electoral. Es un ejemplo de cómo las leyes se modifican a pedido del sector privado y a espaldas del interés público.

Vecinos indignados, un Estado ausente, una Legislatura que convalida, y candidatos que se sacan fotos con globos mientras ignoran el bumbum que revienta la salud mental de miles de personas cada fin de semana.


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