El discurso ideológico que frena algo porque sí, ya no da para más. Hace más de una década que no se mueve la aguja productiva. Los pobres no aparecieron de pronto en Mendoza, llevamos años multiplicándolos.
Es imposible no pensar en los años perdidos en Mendoza cuando vemos el avance de la pobreza, no sólo el último relevamiento del Indec, sino en más de una década que no hubo crecimiento ni creación de empleo. Eso, sumado a la terapia de schok, llevó a que más de la mitad de la población del Gran Mendoza sea pobre.
Aunque no está medido oficialmente, seguramente los niveles de pobreza en el resto del territorio mendocino son similares (o incluso peores), pero con una tendencia clara, el aumento de la pobreza estructural, esa que cuesta mucho remediar. Si bien son dramáticos los números que dejó la terapia de schock de los primeros meses de gestión nacional, la pobreza estructural viene creciendo hace muchos años y el problema es que Mendoza no generó herramientas para enfrentarla y frenarla.
Lo que dicen claramente los números es que no se están generando buenas condiciones de vida para la población. Específicamente, el índice nos deja claro que los ingresos de las familias son insuficientes. Pero es peor aún, porque -lo que también tenemos claro- es que no por una cuestión de desempleo, sino por malos salarios y empleo de mala calidad. Aún en familias con dos ingresos, no se llega a cubrir la Canasta Básica Total. Más claro echarle agua.
Ciertamente para mejorar esto hacen falta recursos, los que no vienen y caen del cielo, pero que sí tenemos enterrados en la montaña. De hecho, cuando se escuchan las cifras de pobreza, no puedo evitar recordar los discursos antimineros que se oponen al desarrollo de la industria con un discurso que, hoy más que nunca, se cae a pedazos. Recordemos que, según su relato, se oponen a la actividad minera para que las corporaciones mineras internacionales no se lleven nuestras riquezas y nos dejen migajas.
Si de algo no tengo dudas es que hay miles de mendocinos que ni migajas están recibiendo, pero tampoco aparece la riqueza que supuestamente tenemos que defender. Si no son las compañías mineras las que se están llevando las riquezas, entonces quién la tiene, porque si la llegamos a encontrar podemos comenzar a bajar los niveles de pobreza que son dramáticos.
Más allá del sarcasmo, lo que tenemos que hacer es cuestionarnos el momento en que permitimos que estas minorías ruidosas, con sus discursos cargados de ideología y carentes de argumentos técnicos, nos llevaron a postergar una de las herramientas que pudo sumar para sostener el bienestar de los habitantes de Mendoza.
Convencieron a una parte de la población para que saliera a las calles a oponerse a algo que no conoce, pero que en base al miedo y la desinformación, les hicieron creer que es muy malo y que venía a destruir Mendoza. Mientras tanto, no ofrecieron alternativas y muchos hicieron carrera política con sus discursos que cada día son más difíciles de sostener. De hecho, los discursos son los mismos de hace 17 años, algo que fue posible confirmar en la última audiencia pública relacionada con la actividad minera.
Cabe preguntarnos hoy si todos los que se atribuyen la representación de «los mendocinos» son realmente representativos, si en realidad son la voz de un sector de la sociedad o, más bien, son militantes antimineros que van en contra de la industria por una cuestión netamente ideológica. Usted, como ciudadano, tómese un tiempo para mirar las intervenciones de estos «representantes» o sus manifestaciones y vea si ahí están «los mendocinos» o están «los militantes».
Sin inversión, no hay riqueza
Volviendo al tema de la riqueza, hay que aclarar -una vez más- que lo que dicen defender los antimineros no es tal. En Mendoza no hay riqueza, hay recursos, que no es lo mismo. Vos los recursos podés transformarlos en riqueza, pero para eso hay que trabajar fuerte e invertir altas cifras de dinero que no hay forma que pueda enfrentar el Estado. No puede porque no las tiene y, además, porque es una inversión de riesgo que no tiene la seguridad de recuperar. Les guste o no a los militantes antimineros, son los privados los que hacen minería, son ellos los que tienen que asumir los riesgos para generar las riquezas.
Ahora bien, estas riquezas no son sólo las regalías que tanto preocupan a un sector, sino –como suele indicar Mario Capello– es el motor que significan las grandes inversiones que se hacen para desarrollar los proyectos mineros y que mueven la economía. Tampoco significa que la minería será la salvación mágica, pero si será una herramienta potente para que la actividad económica e industrial de Mendoza se sacuda y se revitalice.
Por eso, ahora mientras nos enfrentamos a la crueldad de la pobreza, fijémonos que -casualmente- muchos de los que se oponen a la minería, también marchan para que haya mejores sueldos o aumentos, o para que no les recorten presupuestos, como si con sus reclamos fueran a aparecer mágicamente más recursos en las arcas del Estado. Vale aclararles que sin generar condiciones, es muy difícil que podamos tener un impulso de la actividad productiva, que es lo que realmente genera los recursos que permiten mejorar servicios, salarios y condiciones de vida.
La situación es demasiado dramática para seguir cayendo en engaños ideológicos y no aprovechar las alternativas que tiene Mendoza para enfrentar todos los problemas que tiene hoy sobre la mesa