Antofagasta de la Sierra, el imponente departamento catamarqueño que con sus más de 28.000 kilómetros cuadrados es más grande que varias provincias argentinas, cobija a menos habitantes de los que viven en cualquier manzana de edificios del centro porteño. Con una ínfima densidad de población que ronda 0,05 habitantes por kilómetro cuadrado, enfrenta cada día las dificultades de las distancias, agravadas por tratarse de una zona poblada a más de 3.000 metros de altura, y rodeada por montañas que duplican esa altitud. Antofagasta es un territorio bellísimo, y también un rincón del país que atesora riquezas incalculables. Desde paisajes y tradiciones, desde su fauna y flora hasta la minería. No por casualidad, mucho antes de que el litio se convirtiera en un boom mundial, allí comenzó a producirse ese mineral, en el emprendimiento del sector pionero de toda la Argentina.
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Siempre de difícil acceso, aislada por siglos, Antofagasta fue pretendida por bolivianos y chilenos, y su territorio estuvo en disputa varias décadas después de declarada la Independencia nacional, para ser íntegramente catamarqueña recién cuando se disolvió la Gobernación de Los Andes, ya en el Siglo XX. Pueden rastrearse en su pasado huellas de comunidades aborígenes de distintas vertientes, y por capricho de la geografía o designio de la naturaleza, el desarrollo de los antofagasteños fue siempre más complejo que en otros puntos de la provincia y el país. El verdadero interior del interior, una zona considerada inhóspita por generaciones. En una Catamarca ya rezagada con respecto a los avances de los grandes centros urbanos, el crecimiento de Antofagasta de la Sierra fue incluso más dificultoso, y allí radica una de las razones por las cuales su explosión demográfica a gran escala nunca se produjo. No hablamos ya de épocas coloniales: hasta 1978, sólo se podía llegar a través de Salta.
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El gobernador Raúl Jalil inauguró ahora el último tramo de pavimentación de la etapa de 25 kilómetros de la Ruta Provincial N°43 entre Villa Vil – Cuesta de Randolfo. Con esa obra, por primera vez en la historia, el camino a Antofagasta de la Sierra está totalmente asfaltado. Ya no es una odisea llegar a la Villa, ya no hacen falta horas a lomo de mula. Antofagasta finalmente se integra plenamente a la provincia, y se le abre un nuevo abanico de posibilidades de desarrollo y crecimiento, turístico, cultural, social, minero y productivo. Es un verdadero hito, para valorar enormemente, sobre todo en estos tiempos en que se cuestiona la obra pública. ¿Qué inversor privado, en búsqueda de réditos económicos, hubiera encarado semejante obra? Ninguno. Sólo podía hacerlo un Estado, enfocado no en perseguir ganancias, sino en otro objetivo, como lo es mejorar la vida de la gente que vive allí.
El Esquiú