Horacio Marín y sus años de tenista reflejados en las páginas de el dia. Es el primer platense que llega a liderar la compañía petrolera
Al ingeniero químico Horacio Marín se le dibuja una sonrisa amplia cuando habla de su ciudad natal. “La Plata es mi lugar en el mundo”, señala. Lo dice con el orgullo de alguien que vivió en los Estados Unidos y en Venezuela y que desde hace largos años reside en Capital Federal, pero que ama retornar a la aventura de transitar entre sus floridas diagonales. De hecho, regresa cada semana para visitar a su madre, a su hija Julieta y a sus nietos Charo y Joaquín.
“No lo sabía, pero hace poco me enteré de que soy el primer platense que llega a la presidencia de YPF”, señala. Y se sorprende de que siendo la Refinería de La Plata la que genera el 40 por ciento de los ingresos de la empresa, nunca un oriundo de esta ciudad estuviera al frente de la compañía.
El presidente de la petrolera reafirma su identidad platense con anécdotas y recuerdos que brotan desde su infancia. Y se entusiasma cuando rememora los tiempos en que buena parte de su familia se juntaba para ir a la cancha a ver a Gimnasia. “Vivíamos en el barrio Mondongo”, sintetiza, un sinónimo de la pasión por la camiseta azul y blanca. “Toda la familia de mi abuela, o sea, de mi vieja, era de Gimnasia. Entonces nos pasaban a buscar casa por casa y cuando llegaban a la mía, ya éramos con 25. Íbamos siempre a una de las ochavas de la cancha, yo era muy chico, iban mis primos, mis tíos, gritábamos. Así que es imposible que no sea de Gimnasia, es un sentimiento”, afirma.
Ese ritual se extendió hasta que Marín descubrió el deporte que abrazó con pasión: el tenis. Comenzó a practicarlo en el Club Universitario y muy pronto sus condiciones llamaron la atención allá por mediados de los años ´70. Se codeó con los mejores de su generación, ganó varios torneos y se fue a competir a Europa en busca de transitar el camino cuya tranquera habían abierto años antes Guillermo Vilas y luego, José Luis Clerc. Pero a los 19 años dijo basta. “Me puse un objetivo muy importante, que era a los 19 años estar entre los 100 primeros del mundo o dejaba. Sobre todo porque mis viejos eran de una clase media normal y hacían muchos sacrificios para que pudiera jugar. Muchas veces lo estuve pensando y fue como una decisión de control de gestión. ¡Pum! No se dio, a estudiar. Yo podía haber entrado a la facultad a los 15 años ya que di cuarto y quinto años de la secundaria libre. Creo que el sueño que me puse a los 11 años, que ahora lo verbalizo, era jugar Wimbledon (el torneo más prestigioso que se disputa en Londres). Y creo que cuando jugué Wimbledon, empecé a dejar”.
Y luego enlaza el sacrificio del entrenamiento para jugar al tenis con su actual función en la petrolera. “Tenía un preparador físico que era muy exigente, me entrenaba como a Rocky. Y hasta me enseñó una técnica para bañarme con agua fría. Corría por el Bosque unos 28 kilómetros, y siempre tenía que ganarle al otro día al árbol que estaba terminando el Zoológico. Le tenía que ganar unos segundos en el cronómetro de lo que había hecho el día anterior. Y eso se traduce hoy en YPF. Una de las virtudes que me reconocen es la mejora continua y la optimización constante. Y eso se lo debo al tenis”.
Luego llegó el tiempo de la Universidad. Se costeó la carrera dando clases de tenis en el club Estudiantes y se recibió de ingeniero químico en la UNLP con promedio 9,47. Enseguida fue contratado por la empresa Tecpetrol del grupo Techint.
Por eso no resultó casual que al asumir en YPF diera un discurso en el que asoció su nueva función con su pasión por el deporte. “Mi Wimbledon ahora es irme de YPF inaugurando la planta de GNL”, concluye