ENTREVISTA CON EL PRESIDENTE DE LÓGICA
Por Christian Masello
En tal sentido, el presiente de la ONG, Matías Olivera Vila, fue el principal orador de una charla que se llevó a cabo en el hotel Cacique Inacayal, ubicado en Juan Manuel de Rosas 625.
A modo de introducción a la exposición, se proyectó un video donde se indicaban las razones por las que los argentinos podían considerarse “boludos impositivos” y se hablaba de una “tragedia fiscal” en el país.
Tras su disertación, en una charla a solas, Matías Olivera Vila ahondó en esos conceptos y explicó de qué se trata Lógica.

–¿Cómo comenzó Lógica?
–Empezó por la incredulidad. Es decir, no podíamos creer que lo que decía el Banco Mundial, acerca de que teníamos los impuestos más altos del mundo, era verdad. Lo pusimos en duda, pero llegamos a la conclusión de que, efectivamente, era cierto. Fue así que un grupo de profesionales, dedicados a temas fiscales, nos dedicamos a analizar la cuestión. Vimos que eso tenía efectos en toda la sociedad, o sea, en los cuarenta y seis millones de argentinos que terminamos pagando alrededor del cincuenta por ciento de impuestos cada vez que consumimos sin tener la menor idea de que es así, porque hay un régimen que lo oculta, legalmente o porque el sistema lleva a eso. El artículo 39 de la Ley de IVA prohíbe exponerlo al consumidor final (“Cuando un responsable inscripto realice ventas, locaciones o prestaciones de servicios gravadas a consumidores finales, no deberá discriminar en la factura o documento equivalente el gravamen que recae sobre la operación”). Algo vergonzoso. Además, se esconden impuestos detrás del vendedor que se trasladan al consumidor sin que tengamos la menor idea: ingresos brutos, impuesto al cheque, tasas municipales… Todo eso hace un combo de alrededor del cincuenta por ciento que pagamos cada vez que consumimos algo.
–¿Eso nos transforma en “boludos impositivos”?
–Sí, el sistema nos hace boludos impositivos, pero no es que lo seamos naturalmente. El argentino, si pudiéramos hacer una comparación con la región, tiene una cultura superior al promedio. La tenemos en materia de derechos humanos, en temas de psicología… Y no es que nos cueste entender el tema de los impuestos, pero nos transforman en ignorantes impositivos. Por eso, nuestro objetivo número uno es atacar esa falta de cultura informando a la gente acerca de todos los impuestos que paga. Correr el velo.
–¿Se le puede poner una fecha de inicio a –como la llaman ustedes– “la tragedia fiscal argentina”?
–Podríamos poner como un hito importante la crisis de 2002. Ahí empezó la carrera entre el gasto público y los impuestos, donde como el gasto público iba más rápido que los impuestos fue necesaria la inflación. El Banco Mundial inició una investigación en 2006, y desde entonces la Argentina estuvo en el “barrio” de los países con los impuestos más altos del mundo. A partir de 2015, es el más gravoso de todos.
–¿Los altos impuestos que existen en el país tienen un vínculo con la informalidad?
–Por tener los impuestos más altos del mundo, hay una de las informalidades más altas. No es que porque existe informalidad, o debido a una supuesta naturaleza evasora en el argentino, se necesiten impuestos altos. En realidad, los impuestos altos son los que generan una informalidad de más del cuarenta y cinco por ciento. Es un mecanismo de autodefensa para poder subsistir. Cuando se bajen los impuestos a un nivel lógico, se agrandará la torta de los contribuyentes que pasarán a pagar impuestos.
–Suele decirse que el argentino se acostumbra a todo. Si llegara a producirse la transparencia fiscal tal como la desean, y se lograra que en los tickets apareciera lo que carga el Estado nacional, el provincial y el municipal, ¿cree que habría una reacción en el ciudadano o simplemente sería algo a lo que también se acostumbraría?
–Nos guiamos por lo que está implementado en Brasil, donde la gente no tenía idea de que pagaba semejante cantidad de impuestos, como por ejemplo un cuarenta por ciento en los combustibles. Pero, desde el momento en que fue consciente de eso, se comenzó a involucrar. Estamos hablando de brasileros, es decir, de personas con idiosincrasias similares, no de estadounidenses o finlandeses. Desde 2012 se enteraron de los impuestos que pagan y hubo un efecto. De hecho, consiguieron que se bajaran algunos. Por ejemplo, el ICMS (Imposto sobre circulação de mercadorias e serviços), que vendría a ser el provincial, pasó del dieciocho al cuatro por ciento en restaurantes y hoteles, y recaudaron más, porque antes se evadía. Fue sano y la recaudación no se vio afectada, al contrario. El segundo efecto tuvo que ver con exigirle al Estado servicios de acuerdo a lo que se paga. Y un tercer punto se vio en que la gente se empezó a preocupar por el gasto público.
–En la Argentina, en la actualidad, ¿existe temor de que se produzca un aumento de impuestos provinciales y municipales?
–Si se llegan a bajar los impuestos nacionales, y se afecta la coparticipación, el efecto será que las provincias tendrán menos recursos. Si es así, hay dos caminos: uno es que ellas mismas bajen el gasto público; el otro, que no quieran hacerlo y tengan que subir impuestos provinciales y municipales, como han hecho en Rosario y en Azul.
–En este país, ¿el tema impuesto está pegado al color político de turno?
–Entendemos que sí, y ese es el problema. Hasta ahora, el tema de impuestos y de gasto público quedó asignado exclusivamente al sector político, con la paradoja de que quien paga es la ciudadanía, los cuarenta y seis millones de argentinos…
–Los impuestos, claramente, son un tema político, pero otra cosa es que la temática vaya unida a lo partidario…
–Totalmente. Hay dos hechos que demuestran que eso ha sido así. En 2002, donde teníamos un sistema de gasto público e impuestos más o menos razonable, cambió el color político y, a partir de ese momento, se fue a la otra banquina. Luego, después de que el gobierno de Cambiemos hiciera tres reformas -la de 2017, con bajas graduales de impuestos nacionales; el consenso fiscal, con baja gradual de impuestos provinciales; y la ley de economía y conocimiento-, apenas asumió otra gestión se dio marcha atrás con todo eso y se fue al otro extremo, porque el tema de impuestos y gasto público es de tinte político. Ahora, con un gobierno que está haciendo las cosas con un perfil mucho más alto, el riesgo es que el día de mañana, cuando vuelva a cambiar el color político, otra vez nos vayamos a la banquina. La forma de evitarlo es que la ciudadanía meta la cuña y diga: “Momento, este es un tema nuestro; exigimos, como ciudadanos, austeridad en los impuestos y en el gasto público”.
–Lógica se define como una organización sin fines de lucro, pero ¿cómo se solventa?
–Con donaciones de privados. No hay fondos públicos. Tampoco ningún grupo empresario determinado que nos diga: “Les cubro las espaldas”.
–¿Y usted? ¿Hace algo en el ámbito privado?
–Durante veintinueve años me dediqué ser tributarista. Estuve como socio a cargo del departamento tributario del estudio Bruchou, hasta que decidí largar todo y dedicarme a ser el presidente y director ejecutivo de Lógica