Construyó la réplica de un molino antiguo que produce harina, funciona como museo y guarda la memoria galesa de Trevelin

Construyó la réplica de un molino antiguo que produce harina, funciona como museo y guarda la memoria galesa de Trevelin

A pocos kilómetros de los tulipanes de Trevelin, Mervyn Evans convirtió su nostalgia en un museo vivo: el Molino Harinero Nant Fach, que mantiene en movimiento la historia de los colonos galeses con harina recién molida, objetos que guardan memorias y un pueblo entero recreado bajo techo.

Construyó la réplica de un molino antiguo que produce harina, funciona como museo y guarda la memoria galesa de Trevelin

El «Molino Harinero Nant Fach» está ubicado en el kilómetro 56 de la Ruta 259, a 17 kilómetros de Trevelin. Foto: Marcelo Martínez

Mervyn Evans transitó su infancia en un campo en Trevelin, en el Departamento Futaleufú en Chubut. Muy cerca, funcionaba un viejo molino perteneciente a una familia de pobladores chilenos que él solía usar como un lugar de juegos. Cuando el dueño de ese predio murió en 1978, sus hijos vendieron la propiedad. Mervyn nunca perdió la nostalgia por el molino. Investigó y recopiló información hasta que conoció a un lituano cuyo padre había construido ese antiguo molino.

«Me corrían molinos por la sangre«, bromeó ese hombre, bisnieto de uno de los primeros galeses que arribaron a ese rincón de la Patagonia en 1894.

Mervyn Evans nació en Esquel. Su bisabuelo fue uno de los primeros pobladores galeses de Trevelin. Foto: Marcelo Martinez.

«El lituano -continuó- me vendió dos piedras del viejo molino a 100 dólares. Un 14 de abril de 1994 dibujé los planos con la intención de crear un museo para preservar la historia de la actividad molinera en esta zona. Se inauguró dos años después. De a poco empezó a llegar gente y hoy es lo que es».

El «Molino Harinero Nant Fach», ubicado en el kilómetro 56 de la Ruta 259, a 17 kilómetros de Trevelin y muy cerca del límite con Chile, hoy cumple tres décadas.

El «Molino Harinero Nant Fach» está ubicado en el kilómetro 56 de la Ruta 259, a 17 kilómetros de Trevelin. Foto: Marcelo Martínez

El molino no solo es una réplica. Produce harina que se vende en Trevelin. Pero Mervyn quiso ir más allá. Ambientó una casa de madera para recrear cómo vivían los antiguos pobladores galeses. Le siguió un galpón que recrea el pueblo con siete edificios en miniatura. Nada falta, desde un aula escolar, la oficina de correos y telégrafos (con el traje del cartero que perteneció a Miguel Medina en 1960), la imprenta, una carpintería a vapor, el viejo almacén de ramos generales y pulperías y, llamativos carruajes y autos antiguos, como un Ford T doble Phaeton de 1926. Cada «edificio» contiene la historia del lugar o de algún antiguo poblador, como la del telegrafista Medardo Morelli.

La casa recrea las antiguas viviendas de los colonos galeses. Foto: Marcelo Martinez

«De repente, pensé que sería lindo reconstruir el pueblo con las características de la época de nuestros abuelos. Primero conseguí un auto antiguo. Pensé que se iba a estropear así que le hice un techo. En este galpón monté toda una escenografía del pueblo», se enorgulleció este hombre que suele llevar una gorra para protegerse de la lluvia intermitente y botas de goma para sortear el barro.

Mervyn Evans nació en Esquel. Si bisabuelo fue uno de los primeros pobladores galeses de Trevelin. Foto: Marcelo Martinez

El «Molino Harinero Nant Fach» está ubicado en el kilómetro 56 de la Ruta 259, a 17 kilómetros de Trevelin y muy cerca del límite con Chile. Constantemente, grupos de turistas, argentinos y extranjeros, llegan curiosos hasta esa chacra, luego de recorrer el campo de tulipanes, a unos pocos kilómetros. De inmediato, se ven seducidos por el relato atrapante del mismo Mervyn que hace un minucioso recorrido por la historia de la región, alternando con chistes, mientras la gente toma fotografías.

Mervyn sueña con ampliar el galpón. Ideas sobran. Foto: Marcelo Martínez

La casa recrea las viviendas de principios de siglo, cuando ese valle se fue poblando por inmigrantes galeses. Las paredes contienen fotos antiguas y muebles de la época. La cocina exhibe la vajilla de cerámica de la época y una cocina a leña. En el living, hay una máquina de coser -«donada por Mechi Williams»- y la bandera de Gales, junto a un cartel explicativo de la leyenda del dragón rojo.

«Acá en la zona tuvimos teléfonos rurales, incluso antes que los barrios de Buenos Aires», les decía Mervyn a los turistas en la recorrida. «Allá pueden ver una máquina para hacer pastas. Y este órgano era de mis bisabuelos. Vamos con el coro», dijo mientras se disponía a tocarlo e invitaba al público a tararear una conocida canción. La gente se reía aunque obedecía.

La casa recrea las antiguas viviendas de los colonos galeses. Foto: Marcelo Martinez

A un costado, había una pianola -un piano automático- que exhibía un cartel que indicaba que había sido trasladada por Elías Owen, desde Trelew en un carruaje a caballo en 1920, como así también un Polyphon -una caja musical- que, al abrirse, emitía una melodía de 1880. El órgano correspondía a 1895 y había pertenecido a un tal Hugues; la vitrola, era de 1920. También mostró el sonido del Carnyx, un instrumento de viento celta.

«¿Y por qué vinieron los galeses a esta región?«, lanzó de pronto, esperando alguna respuesta de los visitantes. Pero prosiguió: «Buscaban libertad porque sus vecinos ingleses los habían invadido. La máquina de vapor fue el motor de la Primera Revolución Industrial. ¿Y a dónde estaba el carbón? En Gales, en las minas. Los galeses vivían en condiciones similares a la esclavitud. Transformaban sus apellidos para cambiar su identidad, eran perseguidos por la religión y de hecho, se prohíbe la enseñanza en gales. Por eso, vinieron y fundaron esta colonia«.

Autos antiguos en el galpón. Foto: Marcelo Martinez

La interacción con el público era constante. También los chistes, de un lado y del otro. «¿Cuál es el origen de los galeses? -preguntó Mervyn-. Son de las tribus celtas que habitaban Europa. Los celtas son sumamente porfiados y territoriales. Un turista me dijo una vez: ‘Me acabo de enterar de dónde viene mi mujer´». Una vez más, el público estalló en risas.

De pronto, nadie quiso perderse la puesta en marcha del molino harinero. Un grupo de turistas preparó las cámaras de sus teléfonos para inmortalizar la rueda mientras giraba.

Cecilia Bonazzola recorría el museo, junto a su esposo y unos amigos suecos a quienes, de tanto en tanto, les traducía algún relato de Mervyn. «Somos de Buenos Aires, pero hace dos años que vivimos en Trevelin. Como a mi marido le gusta tanto el trekking, siempre soñó con venir a la Patagonia y cuando nos jubilamos, nos decidimos», contó la mujer y agregó: «Elegimos Trevelin porque todavía es un pueblo pequeño y tenemos un aeropuerto cerca para ir a visitar a los hijos a Buenos Aires«.

El «Molino Harinero Nant Fach» está ubicado en el kilómetro 56 de la Ruta 259, a 17 kilómetros de Trevelin. Foto: Marcelo Martínez

Florencia Catapano, de Mendoza, admitió que su visita a Trevelin comenzó con la excursión por el campo de tulipanes y continuó por el molino. «Es la primera vez que recorremos este lugar. Acabamos de llegar y es un sueño. Con estos relatos sobre la historia del pueblo, más los tulipanes y la torta galesa, somos más que felices«, dijo riéndose.

Mientras recorría el galpón Liliana Rizzi, turista de San Isidro, provincia de Buenos Aires, contó que viajó a Bariloche para visitar a su hija y surgió «una escapada» a Trevelin para conocer el campo de tulipanes. «Escuchamos de este rincón y no quisimos perderlo. Es hermoso porque este Mervyn es la historia viviente«, resumió la mujer.

La oficina de Correo y Telégrafo en el galpón. Foto: Marcelo Martinez

De pronto, al entrar al galpón que recrea el Trevelin de antaño, Mervyn lanzó una anécdota que generó un estruendo de risas. «Un día cayó Antonio Banderas al molino. Yo no sabía que era él. De casualidad, le pregunté, como hago con todo el mundo, a qué se dedicaba. Me dice que trabajaba en cine. ‘¿En serio?, le pregunto, ‘¿con las cámaras?’. Casi me matan. Me acuerdo que era muy instruido, pero me arruinó el día porque las mujeres solo lo miraban a él», relató con gracia. «Bueno, no hablo más: recorran el pueblo y saquen todas las fotos que gusten», invitó mientras la gente empezó a dispersarse.

«Cuando la gente ingresa, relatamos la historia de los molinos de la región, mostramos el molino en acción, cómo se hace la harina, contamos por qué desaparecieron. Sumamos la historia de la vivienda del colono y contamos por qué vinieron los galeses a Chubut. Luego pasamos al galpón grande donde está el pueblo antiguo», recalcó este hombre que nació en Esquel un 14 de abril de 1959.

La casa recrea las antiguas viviendas de los colonos galeses. Foto: Marcelo Martinez

Emprendedor como sus antepasados, Mervyn no se conforma con el museo que montó. Entre guiada y guiada, construye una réplica de un avión Laté 25, construido entre 1925 y 1926 en Toulouse, Francia que fue utilizado en la Patagonia como aeropostal. Y el próximo año tiene previsto colocar rieles para poner en marcha un tren turístico dentro de su charca.

Construye la réplica de un avión Laté 25, construido entre 1925 y 1926 en Toulouse, Francia que fue utilizado en la Patagonia como aeropostal. Foto: Marcelo Martínez

La historia del «pueblo del molino»

Jaime llegó a Trevelín años atrás del norte argentino. Comenzó a trabajar en el molino, se enamoró de la hija de Mervyn y hoy, al igual que su suegro, ofrece todo tipo de historias a los turistas que van llegando al campo.

«¿Cómo llega esta antigua colonia galesa desde Trelew y Rawson a Trevelin? Con la promesa de tierras salieron a explorar. Fueron 32 personas las que llegaron en un primer momento, conocidos como ‘los 32 rifleros del Chubut’. Les pareció tan hermoso el lugar que lo bautizaron como Valle Hermoso: había agua dulce y tierras fértiles«, les contaba.

El relato continuaba: «Les fue mal en la agricultura los tres primeros años. Pero años después, empezaron a exportar cereales. Unas 50 familias fundaron Trevelin que, en galés, significa pueblo del molino».

Jaime brinda detalles del proceso de molienda. Foto: Marcelo Martinez

De pronto, Jaime los invitó a ver el engranaje en marcha del molino. La gente no se cansaba de tomar fotografías desde diversos ángulos. Le siguió una explicación del proceso de molienda que se entrelaza constantemente con la historia de ese rincón patagónico.

«Podemos procesar hasta 200 kilos en ocho horas de trabajo. Siempre hay agua del arroyito que corre aquí nomás», señaló.

Jaime brinda detalles del proceso de molienda. Foto: Marcelo Martinez

  • El Molino está abierto de 9 a 18. La entrada general cuesta 15 mil pesos; 10 mil para jubilados y 8 mil para niños de nivel primario.
  • Un lugar para hospedarte: Villa Azul, un complejo de cabañas en Villa Ayelén (Ruta 259 – Villa Ayelen).

La casa recrea las antiguas viviendas de los colonos galeses. Foto: Marcelo Martinez

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