Olacapato, en la puna salteña, es uno de los rincones más altos y menos conocidos del país. A 4.000 metros sobre el nivel del mar, guarda paisajes extremos, noches de cielos nítidos y la calma que ya no se encuentra en otros destinos turísticos.
El camino se hace largo y áspero, como si la montaña quisiera probar la paciencia de los viajeros. La Ruta 51 se estira entre curvas, polvo y silencio hasta que, de pronto, aparece: Olacapato, un caserío pequeño perdido en la inmensidad de la puna. Aquí no hay carteles luminosos ni filas de turistas buscando la foto perfecta. Lo que abunda es el aire fino y una quietud que se siente en los huesos.
“Acá el tiempo pasa distinto”, dice don Ricardo, un vecino que todavía recuerda cuando el tren minero pasaba con regularidad y el pueblo se encendía de movimiento. Hoy las vías oxidadas y las estaciones fantasma son parte del paisaje, memoria de un esplendor que se apagó pero que aún late en relatos al calor del fuego.
Caminar por las calles de tierra es, en sí mismo, una experiencia. El horizonte se abre en volcanes dormidos y salares que brillan al sol como espejos cegadores. Por las noches, el cielo ofrece su espectáculo: millones de estrellas que parecen rozar las cumbres, sin la contaminación lumínica que arruinó la magia en otros lugares.

Esta localidad salteña se erige como el pueblo más alto de Argentina, a 4.100 metros sobre el nivel del mar, enfrenta desafíos cotidianos marcados por la falta de servicios básicos como el agua potable y el acceso limitado a la electricidad, a pesar de su proximidad al Parque Solar Caucharí, el más grande de Sudamérica.
La vida cotidiana se abraza a la tradición. Empanadas, humitas y guisos espesos cocidos con quinua y llama reconfortan frente al frío cortante. En la cocina, las recetas no son moda sino herencia, transmitidas de abuelos a nietos como una forma de resistir en este territorio duro y fascinante.

Muy poca vegetación crece a tanta altura, y pueden verse tanto zorros como llamas en los alrededores. En su territorio, se muestran las casas de adobe que conforman el pueblo. Tiene un único hospedaje en el Paso Internacional Sico, en el límite con Chile.
Una estación abandonada del Ferrocarril General Belgrano confirma que hubo tiempos mejores, pero hoy el silencio de la zona es extremo, y cuesta respirar y moverse por el viento y la altura.
Llegar hasta Olacapato requiere más que un mapa: hace falta tiempo, un vehículo preparado y la decisión de internarse en caminos de ripio y altura.

Quizás por eso nunca será un destino masivo. Pero es justamente ahí donde radica su encanto. En medio de una Salta cada vez más visitada, este pueblo se planta como refugio para quienes buscan otra cosa: no la foto rápida, sino la experiencia de escuchar el silencio.
Cómo llegar a Olacapato
Desde la ciudad de Salta se puede llegar tomando la Ruta Nacional 51 hacia el noroeste. Se cruza por San Antonio de los Cobres y se sigue por caminos provinciales y de montaña hasta llegar al pueblo. Muchos tramos exigen un vehículo 4×4, atención al clima y prever combustible suficiente para rutas largas sin servicios.
Entre los últimos kilómetros se atraviesan caminos de ripio en altura, con pendientes, vados y falta de señalización en algunos sectores. Los viajes deben planearse con datos actualizados del estado del camino, horarios de luz y condiciones climáticas. No hay transporte público directo regular