Uno de los grandes interrogantes que tiene la provincia por delante es saber de qué vivirá: qué actividad económica, o conjunto de ellas, le proporcionará lo necesario para crecer y desarrollarse a gran escala, y cuáles de esos sectores serán capaces de generar al menos los empleos mínimos para sacar a la población de la pobreza y del parate que la afecta desde hace casi tres lustros.
Mendoza quiere encontrar la salida a su laberinto. Credit: Imagen diseñada con Gemini /IA.
Ese primer enigma se une a otro más inquietante: ¿serán estos candidatos, los que han presentado los frentes electorales para las elecciones del 26 de octubre, quienes comiencen a abrir el camino que ilumine la larga noche del estancamiento mendocino? ¿Está bien orientado el oficialismo provincial detrás de ese objetivo? ¿Qué pasa con la oposición? Y, en todos, ¿habrá alguna idea concreta en ese mensaje preciso y certero —el del impacto buscado con los diseñadores de campaña para encantar al electorado— que apunte a descifrar la salida del laberinto?
Mendoza sigue alimentándose con lo mismo que producía hace casi quince años, pero con más bocas en la mesa. El desánimo es visible, como también la angustia y la desesperanza. La pobreza, según el INDEC y la DEIE, ha descendido a niveles del 30 por ciento, pero no se nota. ¿Por qué será? ¿Por qué quien ha dejado de ser pobre de acuerdo con la escala estadística no lo siente así? Los números, supuestamente, mandan. Ellos dictan que, si un grupo familiar de tres o cuatro personas supera ingresos de 1,1 millón de pesos, ya se ubica por fuera de la línea de pobreza. Surge entonces una sensación extraña: millones de personas escapan de la pobreza por el descenso inflacionario, pero con ingresos magros, magrísimos. ¿Estará protagonizando Argentina un fenómeno en el que el equilibrio buscado y cierto grado de equidad social se alcanzan hacia abajo, con la caída de los indicadores más sensibles (salarios, empleos, formación, capacidades, idoneidad), en vez de aspirar a un estándar superior?
Este lunes, el Consejo de Mayo vuelve a reunirse en torno al esbozo de reformas de fondo. En apariencia, se ha trabajado en un borrador sobre cambios laborales en el que Alfredo Cornejo —integrante del grupo junto a Guillermo Francos, Gerardo Martínez por la CGT, la senadora Carolina Losada, el diputado Cristian Ritondo y Martín Rapallini por la UIA— habría presentado un bosquejo. Según lo trascendido, la propuesta busca establecer nuevas reglas laborales que acompañen y reflejen las características de cada región geográfica y económica del país, y no que todas las actividades se rijan por lo que una central obrera defina desde una mirada porteña. Un ejemplo: un taller pyme de tornería en Mendoza hoy se rige por las mismas normas que una planta industrial en Zárate, Buenos Aires. Las reformas de fondo se presentan como un principio de solución mínimo para estabilizar un sistema que, además, requiere de un esquema impositivo distinto al actual.
De nuevo la pregunta: ¿de qué vivirá Mendoza en los próximos años? ¿Será la minería el nuevo motor de crecimiento y desarrollo, como el petróleo y el gas en Neuquén o la construcción asociada a la minería en San Juan? O, en todo caso, ¿la minería será apenas una parte de una economía diversificada, con sectores que quizá requieran rediseñarse sobre nuevas bases impositivas, objetivos distintos y condiciones vinculadas a la calidad, la eficiencia y la productividad?
Hoy no puede decirse que Mendoza tenga un sector por encima de otro que la impulse. Se trata de una complejidad positiva: no todas las provincias cuentan con tantas alternativas, ya que la mayoría depende de una sola actividad. En Mendoza, el petróleo y su industria, el comercio y los servicios de salud y educación aportan cada uno entre el 14 y el 15 por ciento del PBG, según datos del IERAL y del propio gobierno. Les siguen la vitivinicultura, la actividad inmobiliaria y el resto de la industria, con una participación cercana al 10 por ciento. Más atrás aparecen el transporte, la administración pública y el rubro hoteles y restaurantes, que se reparten entre el 5 y el 7 por ciento. Y contra lo que se suele creer, al final figuran la agroindustria, la construcción, el sector financiero, la electricidad y el gas, cada uno con apenas un 3 o 4 por ciento.
Mendoza produce y exporta vino, como también petróleo y energía; ofrece los más sofisticados bienes turísticos; sostiene un proceso agrícola de transformación con altos estándares y posee una metalmecánica potente. Pero ninguno de esos sectores, en forma individual, la salva. Más preocupante aún: el conjunto apenas le da a la provincia lo necesario para subsistir, lo que explica el malhumor general y la insatisfacción social.
En cuanto al empleo, todo indica que habrá que modificar su actual estructura. El comercio lidera la generación de trabajo privado, con casi el 25 por ciento, seguido por la industria vitivinícola y el complejo agroindustrial. Completa el podio el sector público —fuera del ámbito privado— con docentes, profesionales y trabajadores de la salud, además del personal administrativo.
Sobre el final de la semana pasada, un grupo de funcionarios del gobierno viajó a Perú. Lo encabezó la vicegobernadora Hebe Casado y participaron, entre otros, Jerónimo Shantal, de Minería, y representantes privados, sobre todo del sector metalmecánico. “Estamos en Perumin, la convención de minería más grande de Latinoamérica, en Arequipa. Esto es impresionante: 65 mil participantes, 1.400 stands, más de 50 países…”, me comentó la vicegobernadora cuando le pedí detalles. Y agregó: “Nos pidieron que habláramos del milagro mendocino”.
—¿Qué milagro? —pregunté sorprendido.
—El minero —respondió.
Al pedirle más precisiones, explicó: “Hablan de milagro porque en menos de dos años logramos pasar de una provincia antiminera a tener 38 proyectos de exploración y estar a punto de ser la primera en explotar cobre. Para que veas: acá en Arequipa tienen un proyecto llamado Tía María y llevan más de 15 años intentando ponerlo en marcha, pero la conflictividad social lo impidió”.
Mendoza perdió mucho tiempo, claramente. Pero no sólo en materia minera. Se malgastaron años sin avanzar en reformas de fondo, aquellas que ya se discutían en los noventa. ¿Será ésta la oportunidad aprovechada y no, como tantas veces, otra perdida?