Los altos costos de vida, la burocracia y la fuerte competencia hacen de Washington D.C. una ciudad desafiante para emprender; sin embargo, varios argentinos encontraron ahí un terreno fértil para sus proyectos.

Vivir en Washington D.C. es más costoso en comparación con otros lugares de Estados Unidos. Foto de Ted Eytan.Ted Eytan
Por Gabriela Origlia
En Washington D.C. reside uno de los hombres más poderosos del planeta, el presidente de Estados Unidos. Sede de buena parte de los icónicos edificios del país, sus habitantes llevan años reclamando tener representantes en el Congreso. Por eso las placas con la frase «taxation without representation» (“impuestos sin representación”) que abundan en la ciudad. Solo cuentan con una delegada que puede presentar proyectos y participar en debates en comisiones. Es decir, una de las diez economías más grandes del país tiene voz pero no voto.
De los cerca de 240.000 argentinos radicados en Estados Unidos –según datos del Gobierno argentino– la mayoría reside en la Florida, seguida por California y Texas. La capital del país no está entre los lugares más elegidos aunque quienes lo hacen sostienen que hay “oportunidades”. En su área metropolitana viven casi 5 millones de personas y se estima que recibe unos 20 millones de visitantes anuales. Cerca del 20% de sus habitantes que trabajan lo hacen para el Gobierno federal.
Vivir en Washington D.C. es más costoso en comparación con otros lugares de Estados Unidos y esa puede ser una de las razones de que sea menos elegido por argentinos que van en busca de trabajos o de encarar sus propios proyectos. Según un estudio de RentCafe (una plataforma online de búsqueda de propiedades), el costo de vida en la capital es 47% más alto que el promedio nacional. Los ingresos también son superiores; un reporte de WalletHub (empresa de finanzas personales) los establece en un promedio anual de US$162.265.
La vivienda está entre los factores con más peso, un alquiler promedio ronda los US$2443 mensuales. Hay alta demanda y oferta escasa, según la misma plataforma, que añade que la “presencia de numerosas agencias del gobierno federal y organizaciones internacionales contribuye a un mercado laboral competitivo, donde muchos empleos bien remunerados requieren altos niveles de educación y experiencia”.
El estudio revela que los servicios públicos en Washington D.C. son alrededor de un 10% más caros que en el resto del país, mientras que los costos de alimentos y otros artículos básicos también superan el promedio nacional.
Los hermanos platenses Rodrigo y Martín Fontán llegaron a Estados Unidos hace casi una década, ya recibido de abogados, para seguir capacitándose en las universidades de Berkeley y de Georgetown, respectivamente, y decidieron emprender en Washington D.C. “Lunas de Buenos Aires”, su street food y fábrica de empanadas argentinas que vio la luz en 2019, se terminó de consagrar con el Mundial de Fútbol del 2022.
“Es muy difícil emprender siendo de otro país; muy difícil de entender las regulaciones, muy complejas. Los trámites son lentos, tardan -dice Rodrigo Fontán-. Casi todo argentino que se muda de país piensa en llevar las empanadas y los sandwiches de miga, pero enseguida uno se da cuenta de que no es simple, de que hay que hacer un desarrollo que no existe y que para producir con escala hay que tener muchos empleados, con lo que no es rentable, o contar con máquinas que tampoco están”.
Los Fontán comentan que, con la decisión de ofrecer “empanadas de buena calidad y hacerlas de una manera eficiente”, empezaron a buscar tecnología en la ciudad. Encontraron una máquina taiwanesa para dumplings que pudieron adaptar y que produce 2000 unidades por hora (venden unas 20.000 por mes). Equipados, abrieron el restaurante de “comidas argentinas simples, porque la tradicional ‘parrillada’ en esta ciudad se asocia a una salida costosa”.
Sus clientes son predominantemente estadounidenses: “Para las empanadas el peor consumidor es el argentino -bromea Martín Fontán- porque es inevitable que la comparen con la mejor que ya conoce. El estadounidense que viajó quiere probar algo distinto, está dispuesto. A quien no lo hizo, hay que explicarle que no todo lo latinoamericano es taco mexicano”. Como un guiño a los locales a las empanadas de pollo les sumaron la “salsa mambo”, típica de Washington D.C, que es como la salsa barbacoa pero más dulce y, además, a todas las variedades les aumentaron la cantidad de condimentos. La marca se prepara para desembarcar en estadios y en centros de esquí con puestos de venta.

La argentina Violeta Edelman y su pareja, el estadounidense Robb Duncan, inauguraron el primer local de su heladería y cafetería Dolcezza en 2004 en Washington D.C. Hoy tienen siete, fabrican 250.000 kilos de helados artesanales al año y distribuyen a unos 100 restaurantes.
“Aquella ciudad no es la misma que hoy, sí era de gente muy educada, muy internacional -precisa Edelman-, pero por los recortes del Gobierno federal ahora se ve una crisis, hay restaurantes que cierran. Amamos a Washington D.C. porque es nuestro terroir, trabajamos con los granjeros y agricultores de los alrededores que son excelentes; sus productos son de primera calidad y es lo que permite que nuestros helados se distingan. Nos apoyaron siempre, desde cuando iniciamos con un producto diferente”.
Para el primer local destinaron unos US$200.000 que reunieron entre ahorros y préstamos de familiares. Hace 20 años “no había helado artesanal, era todo industrial, no usaban fruta, era todo colorante”. “Apostamos a lo totalmente artesanal en los helados, en el café, en la pastelería”.
Argentine Chef fue el primer emprendimiento del cordobés Katriel Menéndez, cocinero internacional de 37 años que en 2010 dejó la Argentina y después de un paso por Estados Unidos para estudiar inglés trabajó en algunos de los mejores restaurantes de República Dominicana, Dubai e incluso en algunos de África.
“Regresé en 2017, cuando en el D.C. empezaron los locales con estrellas Michelin -detalla- Trabajaba en varios restaurantes y clubes y empecé a incluir recetas argentinas. Es que afuera te hacés más argentino, era también la oportunidad de probar si los productos nuestros funcionaban o no y, de esa manera, empezar a perfilar mi proyecto. Arranqué, entonces, cocinando en paralelo en reuniones privadas. Una web, un blend, Nativo, de especias de sabores argentinos con recetas de mis abuelas Edith e Isabel. Iba a los mercados de productores locales, promocionaba el servicio”.

Menéndez ratifica que los comienzos “no son simples, por la idiosincrasia, por la cultura diferente, y también porque los costos son altísimos”. En 2022 abrió Tango Pastry by Argentine Chef, un local de panadería y comida argentina. Comenta que el día que inauguró tuvo 800 personas. El menú que ofrece incluye facturas, alfajores, café, empanadas, choripán y milanesa. “Hay búsqueda de comida argentina porque fueron a estudiar, porque compraron un caballo de polo, porque sus hijos siguen el fútbol, porque hicieron intercambios y consultorías. Es un público informado, que permite integrarnos”.
También se refiere a la idiosincrasia de los locales, que “buscan todo rápido, ‘ya’”. “Mi propuesta es relajarse, escuchar música, hojear alguno de los libros que tenemos. Y aceptan, son amigables”.
Muchos profesionales
Sede de varias e importantes universidades, la educación superior mueve la economía de Washington D.C., no solo mientras los estudiantes tienen esa condición sino también cuando se reciben y siguen trabajando allí como profesionales. El ecosistema se completa con los perfiles de miles de empleados de organismos internacionales y del propio gobierno federal.
“Hay argentinos, claro que menos que en Miami o Nueva York”, grafica Martín Fontán, quien apunta que una buena proporción son profesionales, y otros directamente jóvenes que llegan a probar suerte. Rodrigo Fontán admite que en su empresa buscan siempre contratar connacionales “no por el simple hecho de que sean argentinos, sino porque ‘vuelan’, tienen responsabilidad, capacidad de entender el funcionamiento; son serviciales. Son muy valorados”.
Los hermanos Fontán están entre los impulsores del “círculo de networking” entre los argentinos radicados en el D.C., en el que hay unas 300 personas que intercambian experiencias, datos. “Ayuda a saber cómo moverse. Por ejemplo, acá pedir hacer un café, una reunión, es lo más habitual”, grafica Martín Fontán.

Vanesa Portas y Nicolás San Martín estuvieron algo más de medio año en la ciudad como “chefs nómades”, trabajando con servicios privados y realizando “intercambios” de culturas gastronómicas. “Se nos abrieron las puertas, tuvimos muchas posibilidades -coinciden-. Los argentinos radicados son más relajados, se mueven de otra manera. Hay oportunidades. Conocimos profesionales, técnicos y también mucho obrero latinoamericano. Ofrecer buenos servicios, de calidad, es clave. Es bien recibido. Ahí se puede hacer diferencia”.
El trabajo de WalletHub coloca al D.C. entre las “peores ciudades para emprender” en Estados Unidos compartiendo ese podio Honolulu (Hawai) y San José (California), todas con calificaciones inferiores a 40 sobre 100. Entre los factores que menciona están la alta competencia, la baja tasa de supervivencia de startups y los escasos apoyos externos para nuevos empresarios.
“La competencia es muy fuerte; hay muchos conceptos exitosos que vienen a probar en esta ciudad, también desembarcan las grandes marcas. Claramente es un mercado altamente competitivo -repasa Edelman-. Hay que tener un plan de negocios bien estructurado y capacidad financiera”.

La hora de trabajo se paga en Washington más que en otras ciudades de Estados Unidos, US$16,7: “Es más que en Miami, por ejemplo. Se gana más, se gasta más. Alquiler una habitación bien ubicada puede rondar los US$900. Hay una relación directa entre lo que se gana y lo que se necesita para vivir”, aporta San Martín.
Los Fontán cuentan lo complejo que resulta alquilar para poner un comercio. Explican que los dueños “buscan, eligen a quién y lo último piensan es en alguien que recién empieza”. “No quieren tomar riesgos y eso incluye a los inmigrantes”. Martín Fontán ejemplifica que, debajo de su casa, hay cuatro locales que llevan una década con el cartel de “alquiler”.
Un espacio, bien ubicado, en el D.C. ronda los US$30.000 mensuales. Señalan que en términos de trámites, “si se piensa que en CABA son muchos, acá es todavía más difícil”. En el caso de ellos, que hicieron una obra para la fábrica, “controlan todo de la obra, en el expediente van opinando todas las áreas”. “Una obra se puede extender un año y las inspecciones son hostiles especialmente en licencias de alcohol, controles de incendios y de salud”.
“La burocracia es interminable, licencias, autorizaciones. Lo que se espera terminar en un mes lleva tres; muchos requisitos, inspecciones y pagos”, ratifica Menéndez.