¿Federalismo o Feudalismo? El dilema argentino en la era Javier Milei 

¿Es un ataque al federalismo exigir que las provincias se hagan cargo de sus gastos? Lo que presenciamos es un choque entre la autonomía con responsabilidad y la dependencia estructural disfrazada de federalismo.

Javier Milei busca sostener el veto al aumento jubilatorio.

En estos meses de reformas profundas y elecciones determinantes, una acusación se ha vuelto constante: “Milei va contra el federalismo”. La repiten con indignación gobernadores, legisladores y dirigentes de provincias que durante décadas vivieron del goteo incesante de fondos nacionales. Pero, ¿es realmente un ataque al federalismo exigir que las provincias se hagan cargo de sus gastos? ¿O es justamente el intento más serio en mucho tiempo de restaurar el verdadero federalismo en Argentina?

Lo que estamos presenciando no es un conflicto entre Nación y provincias, sino entre dos modelos de país: uno basado en la autonomía con responsabilidad, y otro en la dependencia estructural disfrazada de federalismo. 

El “partido del Estado”, como lo define el presidente, no es un partido político, sino un sistema de poder transversal, que une a dirigentes de distintas banderas bajo un mismo objetivo: mantener privilegios, cajas y estructuras que les garantizan impunidad e inercia. Este partido no se presenta a elecciones, pero gobierna desde las sombras, chantajeando, frenando reformas y blindando el statu quo.

En ese contexto, muchos gobernadores -incluso aquellos que fueron históricamente adversarios- se unieron como bloque para frenar cualquier intento de cambio. No lo hacen para defender a sus ciudadanos, sino para no perder su lugar en el esquema prebendario que los sostiene. 

En nombre del federalismo, lo que en realidad defienden es un sistema unitario de dependencia financiera, en el que las provincias se especializan en gestionar subsidios, no en promover desarrollo; en negociar transferencias, no en mejorar la educación o la salud, que por cierto se encuentra en situación deplorable. Ese modelo, lejos de ser federal, ha convertido a muchas jurisdicciones en feudos subsidiados, donde el Estado está al servicio de los dirigentes, no de los ciudadanos. 

¿Puede acaso ser “unitario” un presidente que lo único que busca es reducir el tamaño del Estado nacional, eliminar ministerios, desarmar organismos ineficientes y estar presente en cada vez menos ámbitos de la vida económica y social? ¿Cómo puede pretender concentrar poder quien, por convicción ideológica, renuncia a manejar cajasregular mercados o intervenir en provincias? La acusación no resiste el menor análisis lógico: si algo ha quedado claro en estos meses, es que el actual Gobierno no quiere más poder central, sino menos Estado y más responsabilidad local.

Por eso, lejos de ir contra el federalismo, lo que propone el Gobierno nacional es su reconstrucción desde las bases. Y eso, justamente, es lo que el partido del Estado no puede permitir.

Es hora de dejar de repetir relatos vacíos y empezar a discutir ideas reales. El federalismo no se defiende con discursos ni mentiras, se construye con autonomía, responsabilidad y ciudadanía consciente. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos ser ciudadanos sin relato: informados, críticos y comprometidos con un país que funcione desde abajo hacia arriba, y no desde un centro que reparte premios y castigos a cambio de lealtad

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