El conurbano que viene: crecimiento sin desarrollo

Mucho se habló en Salta acerca de la oportunidad económica que representa la explotación minera. Crecimiento económico, ingreso de divisas —tan escasas y valoradas en el país—, generación de empleo, regalías. Buena parte de ese optimismo seguramente viene de la mano con la necesidad que tenemos de «buenas noticias», porque no puede decirse con números que lo respalde cuánto hay de verdad en todas esas posibles oportunidades y cuánto de expresión de deseos. Entonces, hasta que podamos respaldar empíricamente las opiniones y charlas de pasillo, propongo aquí discutir un tema que sí tiene respaldo en hechos: la que podría llamarse «conurbanización del NOA» y de otras regiones del país.

Jorge Paz

¿A qué nos referimos? A la repetición de las lógicas del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) en torno a nuevos polos de acumulación de capital (inversión): concentración urbana espontánea en torno a un núcleo económico dinámico, crecimiento de la informalidad laboral, fragmentación y polarización social y expansión de la pobreza estructural. ¿Cuáles son esos polos de acumulación? Vaca Muerta en Neuquén, el «triángulo del litio» en Catamarca, Jujuy y Salta, y «el cinturón cuprífero» en Catamarca, La Rioja y San Juan.

La idea es que estos polos de crecimiento (no de desarrollo, por lo ocurrido en otras experiencias similares) podrían traducirse en nuevos conurbanos; es decir, periferias con un crecimiento acelerado de la urbanización, asentamientos precarios e informales, presiones sobre los servicios públicos y una estructura social segmentada. Podría pasar que Argentina no sólo profundice la desigualdad entre regiones, sino que esas desigualdades reproduzcan hacia adentro de las provincias una estructura de exclusión similar a las del conurbano bonaerense con todo lo que ese proceso implica y que ya conocemos de sobra.

En suma entendemos por «Conurbanización» a un tipo particular de transformación territorial asociada a una expansión desordenada de la mancha urbana, segregación espacial, territorial y social (barrios privados que comparten el espacio con asentamientos espontáneos), desigualdades en el acceso a recursos básicos (agua, saneamiento ambiental (cloacas), luz, gas, etc.), alta informalidad laboral, debilidad institucional local y desconexión entre el núcleo económico dinámico y la población que lo rodea.

Muchos galpones y pocas casas

Alta rentabilidad y escaso efecto multiplicador. El tema de las economías de enclave es antiguo. Sus causas y sus consecuencias fueron extensamente estudiadas y documentadas. Se trata de explotaciones productivas con alta (altísima) rentabilidad económica, pero con bajo efecto multiplicador. Por efecto multiplicador se entiende un «derrame» sobre la población del país, de la provincia y de la localidad en la que se localiza la actividad. Como suele decirse, se ven muchos galpones y pocas viviendas. Un aspecto de tipo de efecto multiplicador es la escasa capacidad de creación de empleos directos y un flujo fuerte de personas que se moviliza hacia la zona de explotación por expectativas de oportunidades. Más aún en coyunturas económicas en las que esas oportunidades no abundan.

La evidencia empírica muestra que cuando se expande la economía de enclave sin planificación no sólo no hay derrame, sino que puede aumentar la pobreza. No la pobreza medida por los ingresos, sino la pobreza estructural; la que está anclada a la falta de servicios, de institucionalidad social y la falta de oportunidades sostenidas en el mediano y largo. Es decir, importantes para nuestros hijos y nuestros nietos. Se trata de una pobreza que trasciende las privaciones y se extiende a la exclusión territorial y a la reproducción de desigualdades.

El tiempo se ha encargado de mostrar que este tipo de crecimiento con núcleos de enclave, sin acompañamiento de planificación, tiende a profundizar la polarización. La riqueza se concentra, el país se vacía de recursos naturales y la pobreza se expande. Son los residuos de cualquier tipo de crecimiento (el crecimiento produce residuos), amplificado.

Vaca Muerta

El caso de Añelo, en Neuquén, es ilustrativo: Vaca Muerta trajo un flujo de inversiones y empleo calificado, pero también una presión urbana brutal, con alquileres por las nubes, barrios sin agua corriente, y una periferia que creció más rápido que cualquier política pública. El resultado es un núcleo que exporta energía y una periferia que importa desigualdad. La riqueza no se distribuyó: se encapsuló. La pobreza no se resolvió: se desplazó geográficamente y creció.

También sabemos por estudios previos que la niñez es la que recibe los impactos más severos de la pobreza cuando esta aumenta. La precariedad urbana, los empleos de mala calidad, la falta de servicios, y la imposibilidad de acceso a condiciones de vida digna están fuertemente asociadas a la pobreza infantil. Pensando el tema desde esta perspectiva la pregunta que hoy se hace la población —»¿cuántos dólares ingresarán por el litio?»— queda automáticamente reemplazada por «¿cómo vivirán las niñas y los niños en esas ciudades dentro de 10 años?».

«Cuando se expande la economía sin planificación no hay derrame y puede aumentar la pobreza estructural».

Cuando hablamos de desarrollo, no de tasas de crecimiento, estamos pensando en proyectos de vida posible, y eso requiere de planificación, instituciones sólidas y una economía que integre no que excluya.

¿Qué hacer?

Lo que hace un país, una región, una provincia y/o un municipio: pensar en términos de las condiciones de vida de la población. A veces resulta tentador decir que las empresas no piensan en la gente. Lo cierto va más allá de esa idea. La empresa busca rentabilidad. Pretender que piense en el bienestar colectivo es como exigirle a un Estado que maximice beneficios. Son lógicas distintas.

Desde esta perspectiva, lo importante es no sólo el crecimiento en sí, sino el tipo de sociedad que se está construyendo alrededor de ese crecimiento. Quizá la propia gente construye su narrativa de esperanza y oportunidades, pero eso no es lo que muestran los datos. Los grupos vulnerables no van a ser integrados a un tejido productivo de economía de enclave.

De eso no hay dudas. Las expansiones económicas con gran concentración de ingresos y escaso efecto multiplicador dejan cicatrices indelebles en el tejido social. Experiencias similares se verificaron luego de haber implementado políticas de promoción industrial. Se ponían en marcha para luchar contra el desempleo y terminaron generando más desempleo que el existente antes de la política: la gente era captada por un gran imán de incentivos y la escasa absorción terminaba empujándolos a un precipicio de pobreza y marginación.

¿Qué hacer? Anticiparse. Pensar ahora y actuar. Las consecuencias de no anticiparse son difíciles de revertir. Porque cuando se quiere curar lo que no se quiso prevenir, ya no se trata solo de pobreza sino de fractura social.

El Tribuno

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