Qué es una huerta urbana: Bariloche ya tiene su mapa

Lo hicieron científicos del Conicet que colaboran con productores locales. Cuáles son los desafíos de la original experiencia.

El trabajo fue realizado por investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y del Instituto de investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural (IRNAD), que depende de la Universidad Nacional de Río Negro y el Conicet.

El registro inicial determinó que hay 140 huertas distribuidas por todo el ejido de Bariloche. Hay variedad: comerciales, familiares, comunitarias, vinculadas a la inclusión o lo terapéutico, aunque los investigadores creen que hay muchas más.

Antes de hacer la investigación,  se evaluaron procesos históricos que se produjeron en la zona. En la década de 1970, Bariloche se posicionaba como una colonia agrícola.

Pero hubo un desmedido crecimiento demográfico de Bariloche, que no fue a la par de la planificación territorial: hoy son acentuadas las desigualdades socioeconómicas y ambientales. Además, el turismo como principal actividad económica direccionó el desarrollo urbano y desplazó otras actividades como la producción local de alimentos frescos. Esos productos llegan de otras regiones.

Los investigadores detectaron que aún perdura la producción hortícola urbana. «En general, hay una producción amigable con el entorno natural. Se producen más de 140 variedades de cultivos. Es una diversidad de cultivos importantes. En algunos barrios, bastante despoblados de árboles, puede ser que la huerta sea lo único verde», dijo a Diario RIO NEGRO el biólogo Manuel De Paz, investigador del IRNAD.

El especialista aseguró que «el fondo productivo no es lo único importante. Las huertas comerciales son las menos, pero el objetivo se entremezcla: hay huertas comerciales que no solo buscan un fin comercial sino una conexión con el entorno natural. O bien huertas familiares que piensan en la obtención de un ingreso directo o indirecto».

El exhaustivo mapeo fue la continuación de una línea de trabajo que lleva a cabo el IRNAD sobre paisajes multifuncionales y la búsqueda de estrategias para que la actividad agrícola y productiva sean amigables con el entorno natural y social.

El monitoreo de las huertas motivó, en paralelo, un proyecto más ambicioso: conectar el saber científico con el de los productores, a través del proyecto de extensión «Biodiversidad y Producción», de la Universidad Nacional de Río Negro, en conjunto con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

«A partir de esa iniciativa, comenzamos a impulsar encuentros con los productores locales y especialistas del ámbito universitario a fin de conocer y vincular la producción hortícola con el entorno natural y los lazos sociales», contó De Paz.

Esas primeras jornadas de trabajo tuvieron como sede el vivero de la Universidad Nacional de Río Negro, al oeste de Bariloche, donde participaron grupos de investigadores y becarios del IRNAD, junto con el INTA y el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA). Se sumaron los productores locales organizados en la Red de Huertas de Bariloche.

Los temas varían desde la producción local de semillas, las técnicas que emplean para producirlas y el manejo de plantines hasta el intercambio de saberes y el compartir diversas experiencias.

¿Cuál fue el desafío? “Intercambiar el conocimiento de la academia de la ciencia con el conocimiento práctico de productores, que es mucho más profundo que el que tiene un investigador que estudia la biodiversidad. Pero además se buscó atender las necesidades de los productores», contestó De Paz.

Puso como ejemplo los requerimientos de dos huertas de barrios populares, como San Francisco y 29 de Septiembre, que tenían problemáticas con el acceso al agua a la hora de producir. «Necesitaban agua para el riego y no tenían para el consumo. Con un trabajo conjunto logramos instalar reservas de agua y mejorar el sistema de riego para que haya el suficiente. Hoy esos tanques están a disposición por si alguien los necesita en caso de emergencia», relató.

Destacó que. en el desafío de construir lazos de confianza con los productores, la investigación se desarrolla «en los patios de las casas de los mismos productores», porque la clave es construir un «conocimiento horizontal».

Sucede que algunos investigadores o becarios no tienen experiencia en huertas y aprenden a la par de los productores. Mientras que los productores pueden conocer aspectos de la producción hortícola o beneficios que no conocían a partir del contacto con científicos.

A partir de los lazos de cooperación entre los productores de diversas zonas de la ciudad y los distintos sectores socioeconómicos y culturales, orígenes y hasta trabajos, se pretende reconectar a la persona con su entorno, garantizar el acceso a alimentos sanos y reconstruir los lazos sociales. Se trata de consolidar una red de huertas en Bariloche y pensar en una agenda de trabajo en conjunto para que tenga incidencia en las políticas públicas de la ciudad.

El biólogo Manuel De Paz, del IRNAD, lideró el estudio sobre las huertas urbanas. Foto: gentileza

«No es lo mismo que se piense en un entorno natural como principio de la ciudad, como parte de la ciudad a que una ciudad se sienta ajena a ese entorno y sea solamente cemento», subrayó y planteó la posibilidad de pensar en «ciudades saludables» a futuro a partir del trabajo colectivo.

Acceso a la producción hortícola

Una fuerte falencia de la ciudad patagónica es que la mayoría de los alimentos que se consumen son importados, es decir, que llegan de otras regiones. Los traslados se traducen a los precios que resultan extremadamente caros. A esto se suma que muy pocos barilochenses viven de la producción hortícola.

«Para muchos sectores, los valores resultan inaccesibles. Entonces, poder tener producción y comercialización local, al menos, de una parte de esos alimentos sería importante para generar acceso y que la gente pueda vivir de la producción hortícola», sostuvo De Paz. Aunque consideró que, por lo general, los productores pequeños y medianos no son propietarios de la tierra que cultivan.

«De modo que -agregó- la posibilidad de incrementar la producción a futuro está en riesgo. Una política pública podría apuntar al acceso de tierras para producir y a otorgar líneas de financiamiento para concretarlo».

Recordó que hoy el Mercado Municipal de Bariloche no se encuentra en funcionamiento y era un mecanismo para que muchos productores canalizaran su producción. La ciudad ahora solo dispone de dos ferias: la Feria Franca de Plaza Belgrano y la Economía Popular que funcionan como canal de comercialización para productores pequeños.

La iniciativa también favoreció el intercambio de saberes entre científicos y productores de Bariloche. Foto: gentileza

«Este tipo de iniciativas podrían servir de inclusión de personas que, quizás por condiciones de salud o formación, no pueden incluirse en el mercado laboral. Podrían pensarse políticas de huertas comunitarias que incluyan laboralmente a ciertas personas», consideró.

El investigador mencionó otro punto en contra: el reciente cierre del programa Prohuerta del INTA, después de 34 años de trabajo. Fue el primer programa a escala nacional para la producción y distribución de sistemas de autoproducción de alimentos, con la entrega anual de hasta un millón de kits de semillas a más de 600.000 huertas familiares, escolares y comunitarias. Además, generó el establecimiento de 15.000 granjas agroecológicas.

«Este plan quedó desfinanciado y existe una fuerte necesidad de abastecerse de semillas por parte de los productores o la posibilidad de convertirse en proveedores de otros. O almacenar semillas colectivamente», señaló.

Los productores y los investigadores científicos intentan hacer mejoras en la producción. Foto: gentileza

Qué hay que tener en cuenta con las prácticas agroecológicas

Los investigadores compartieron estas claves para las prácticas agroecológicas:

  1. Riqueza y diversidad de cultivos: una mayor diversidad regula mejor los ciclos de los nutrientes, disminuye la frecuencia de plagas y mejora la disponibilidad de recursos para más especies. Resulta en un mejor equilibrio con el entorno y una mejor calidad alimentaria.
  2. Semillas propias o de intercambio: se trata de elegir las mejores plantas para guardar sus semillas. Esto otorga una mayor autonomía a los productores y aumenta la cantidad y diversidad de producción.
  3. Riesgo eficiente: permite usar la menor cantidad de agua para producir. Esto mejora la producción y reduce las pérdidas de nutrientes por riego excesivo.
  4. Animales de cría y control de mascotas: los animales de cría son fuente de alimento directo, aportan nutrientes (abono), reciclan los restos de la huerta (por ejemplo, las gallinas) y brindan servicio de polinización. Evitar que los animales estén en la zona de los cultivos reserva la salud del suelo y la sanidad de los cultivos.
  5. Fuentes autónomas de agua: tener reservas de agua independientes de la red permite guardar agua para épocas de sequía, de mayor demanda o de corte del servicio.
  6. Compostaje: recicla y disminuye los residuos que cada casa envía al vertedero. Aporta nutrientes para enriquecer el suelo.
  7. Atracción de polinizadores: las macetas de plantas con flores atraen polinizadores que mejoran la producción de los cultivos.
  8. Insumos caseros u orgánicos: producir nuestros propios abonos y repelentes da independencia de insumos comprados, sumado a que tienen menores efectos adversos en el entorno y nuestra salud.
  9. Vegetación natural: son parches dentro o en el borde de la huerta con vegetación nativa o espontánea, o bien cercos vivos. Aportan recursos para insectos y animales benéficos (controladores de plagas) y atraen polinizadores. Además, incorporan nutrientes al suelo

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