El liberalismo, que era el otro modelo fuerte porque había hegemonizado enteramente hasta la llegada del radicalismo, se recluyó en todo tipo de gobiernos de facto. Pero tanto las intentonas militares como cualquier otra alternativa de variar el modelo nac & pop fallaron una tras otra vez o se dejaron integrar por él. Menem intentó un peronismo neoliberal pero donde lo sustantivo era el peronismo, por su estilo, por su dirigencia y porque aún en ese entonces el liberalismo era considerado como una cosa de ricos que debía adaptar el peronismo sólo por las necesidades del momento. Los Alsogaray, Adelina de Viola, Albamonte, eran chetos que prestaban sus ideas al peronismo a fin de que éste se recomponga en medio del consenso de Washington, para luego volver a sus ideas de siempre, como efectivamente ocurrió. Los mismos peronistas que se hicieron liberales con Menem, volvieron al estatismo corporativo con Duhalde y los Kirchner. En ese entonces, el clima de ideas liberal entró apenas periféricamente en la Argentina
Macri avanzó un poco más en las ideas pero no tanto en las acciones, aunque lo suyo fue un antecedente, un precedente sine qua non de lo que está pasando ahora. Una vertiente políticamente débil de liberalismo razonable, una isla rodeada de un mar de peronismo que al final lo terminó ahogando. Pero así como el macrismo prácticamente sucumbió al terminar su primera gestión, el peronismo para ganarle también debió empezar a morir. O al menos eso parece, cuando menos como monopolio nac & pop de la Argentina. Su implosión de 2023, igual o peor que la del 2001/2, fue tan grande que muy posiblemente exprese un fin de época y abra paso a otra. Aunque eso aún está por verse.
No obstante, hay tendencias (incluso anteriores y/o más allá de Milei) de que está avanzando como opción económica, política y cultural un modelo nac & pop no estatista, sino liberal. Un liberalismo popular, masivo, multiclasista. Pero para eso, aún tomando como precedentes a Menem y Macri, Milei deberá darle nacimiento definitivo y consolidarlo como un modelo cultural posible de competir con el que tiene más de 70 años. Con otro signo, pero metodológicamente como hizo con su modelo Perón en los años 40.
No es imposible, pero difícil. El peronismo combatirá a muerte por su monopolio aunque hoy esté un poco confundido como lo estaban los liberales cuando los fue reemplazando Perón como la identidad cultural mayoritaria de los argentinos.
Milei es una forma imperfecta de liberalismo, al cual le ayuda su énfasis alberdiano en lo económico pero lo limita su populismo institucional muy parecido al que vivimos en las últimas décadas. Su conservadurismo cultural, que más bien forma parte del movimiento reaccionario de derecha que hoy pulula por muchas partes del mundo (Trump, Bolsonaro, Orbán, Meloni, Abascal, Katz) tiene poco que ver con un liberalismo a lo Alberdi o a lo Sarmiento, pero al ponerse en las antípodas ideológicas del progresismo K, desnuda los enormes vicios culturales de éste, aunque como sustituto, de imponerse, sería igual o peor. Hay que tomarlo más bien como rechazo del progrepopulismo que por sus contenidos en sí mismos. Por ejemplo, sus críticas al copamiento y adoctrinamiento ideológico en las instituciones culturales y educativas durante el kirchnerismo, son reales. Aunque ellos quisieran hacer lo mismo, pero ideológicamente al revés.
Algo nuevo parece estar sobrellevando los aires del pensamiento en la Argentina. De lo cual Milei es más efecto que causa. Como eso de que nadie reaccionara por la crítica a la idea que fuera el corazón del peronismo desde sus orígenes: la justicia social. Porque en su nombre se cometían cada vez más injusticias, y la gente que no es tonta lo ve. Una cosa es haber vivido la integración social y la era de consumo popular y masivo del primer peronismo que, aunque el país estuviera políticamente dividido, hizo progresar económica y socialmente a los humildes, que haber vivido los últimos veinte años a puro subsidio que no te permitían progresar en absoluto hacia ningún lado y te hacían depender totalmente de los que te daban la dádiva (las Milagros Sala de la vida) . Una existencia desclasada y sin progreso. Una protección paternalista y sin futuro. Así se fueron haciendo cada vez más pobres los pobres en nuestro país.
Es lógico que ante el fracaso en poder progresar, a la gente, sobre todo a los más humildes, no les disgustaría, si ello fuera posible -casi como una reacción instintiva- volver a tomar el control de sus vidas por sí mismos, individualmente. Apostar a sus valías y la de los suyos. Competir como un hecho social positivo en vez de discriminador. Como lógica reacción ante el paternalismo demagógico subsidiador que sólo enriqueció a quienes lo estimulaban, pero empobreció aún más a los que lo recibían.
Sería hoy de buen liberalismo, que los lugares donde más predominan las ideas progrepopulistas inculcadas por el kirchnerismo, las instituciones educativas y culturales, se adapten a parámetros de calidad, eficiencia y evaluación. Que se hagan películas para que las vea la gente no para que sus directores cobren el subsidio. Que los organismos culturales piensen en los públicos y no en sus empleados (muchos son una especie de Aerolíneas Argentinas culturales, o sea, empresas pobres y empleados ricos, que ni siquiera piensan en los consumidores).
Que las universidades cambien drásticamente de visión es otra cuestión esencial. Porque allí se forman las clases dirigentes. Que hagan un giro copernicano y en vez de mirar tanto, tantísimo, hacia los que ingresan, ocuparse básicamente de los que egresan, porque sobreabundan exageradamente los entrantes pero escasean dramáticamente los salientes. Y que en vez de crear nuevas universidades, que inevitablemente nacerán y se desarrollarán con todos los mismos vicios de la matriz de las existentes, que se rediseñe un nuevo modelo de universidad.
Acerca de la educación primaria y secundaria, Sarmiento viajó por Europa y EEUU para encontrar un modelo que al final lo encontró en el liberalismo norteamericano. Hoy, tanto hemos retrocedido que ni a eso podemos aspirar, ahora cualquier país de América Latina, al menos esa más de media docena que nos supera en las prueba PISA, serían un modelo modesto pero modelo al fin frente al desastre actual. Chile, Uruguay, Ecuador, hasta ellos la tienen más clara que nosotros aunque seamos el país de Sarmiento, de la ley 1420, de la reforma universitaria que formó la clase media más grande y exitosa de América Latina pero que durante el siglo XXI nos ocupamos de destruirla, casi en paralelo a la destrucción de la educación pública. Acá existe una clara relación de causa-efecto entre decadencia de la educación popular y de la clase media.
Para el progrepopulismo que tan bien expresa el kirchnerismo en la Argentina, la evaluación de la calidad educativa es neoliberal y divulgarla públicamente es aún peor porque discrimina a los que peor salieron. Priorizar la demanda (los requerimientos de los que estudian) por sobre la oferta (los requerimientos de los que enseñan, sobre todo de los jefes sindicales) es también pecaminosamente neoliberal. Apostar a la meritocracia en los chicos o a la sana competencia educativa, son palabrejas recontra neoliberales porque estimulan el egoísmo. Todo lo que requiere algún esfuerzo o alguna mostración de resultados es neoliberal y por lo tanto debe ser combatido. Pues bien, son todas estas prohibiciones progresistas las que están empezando a ser cuestionadas por el clima de época aunque por ahora se expresen más en la sociedad que en las instituciones educativas.
Cada vez aparecen más en la escena pública ideas llenas de espíritu liberal. Que indican la necesidad de combatir contra el corporativismo que hace 20 años se transformó en la organización social de un país que ya era ideológicamente estatista. Tuvimos casi 20 años de democracia política desde 1983 a 2001 y más de 20 años de democracia corporativa de 2002 en adelante. Pero 40 años de fracasos económicos. Eso lo que hay que revertir. Para eso se necesita un nuevo espíritu, un nuevo clima, una nueva actitud en las clases sociales. Aunque parezca paradójico es más tendencial en los sectores humildes que están sufriendo peor el horroroso modelo mientras que es menos visible en las clases medias que todavía se resisten a dejar el modelo que fuera exitoso para las generaciones anteriores, pero que si se aferran al mismo su destino será marchar hacia otra patria o el fracaso profesional o laboral, que es lo que hoy sucede cada vez más.
Existe una oportunidad única, porque fue votada con entusiasmo. Una nueva mayoría electoral. Milei no es el que inventó este clima de ideas, él es un popurrí de esas y otras ideas incluso contradictorias, pero es su efecto políticamente más potente. Y aún con sus graves errores, si sigue transitando dentro del ancho sendero del liberalismo al menos en sus políticas fundamentales, puede ser la catapulta, el impulso para la creación de un nuevo clima de ideas en la Argentina que incluso sobreviva cuando él vaya quedando atrás. Que como en el 45, algo nuevo esté naciendo. Que, más allá de Milei, el estatismo populista y corporativo sea reemplazado a la larga por un liberalismo progresista y republicano. Un liberalismo nac & pop.
Las ideas liberales en lo económico del presidente cuentan con amplio respaldo popular y por el contrario, felizmente, sus ideas populistas en lo político tienen bastante restricciones institucionales. Porque lo peligroso sería usar su popularidad económica para fortalecer el populismo político. Cosa que por ahora no le dan los números. Y el futuro es imprevisible, ya que no solo hay que esperar lo que hace Milei sino ver cómo va reaccionando la sociedad frente a este nuevo liberalismo nac & pop que está dando sus primeros pasos y que, aunque el gobierno hoy lo represente en parte, parece ser más que una propuesta política partidaria, y más bien expresar un clima de ideas crecientes que nace en la sociedad, particularmente desde abajo pero al que, por supuesto, los sobrevivientes del sistema anterior (que en gran medida siguen siendo los más poderosos de la sociedad) intentarán por todos los medios abortar. Allí veremos si es lo suficientemente fuerte como parece manifestarse en sus contundencias, o si sus debilidades son mayores. Es el desafío de la era Milei. Éste no cuenta con una fuerza política mayoritaria detrás como tenía Menem, ni posee la racionalidad democrática y republicana de Macri, pero quizá en algunos de sus defectos estén sus virtudes. Como en ese intento de seguir adelante contra viento y marea, aunque a veces esté equivocado. Arrastrarse con el viento de los tiempos, aunque sea de modo impulsivo y no demasiado prolijo, puede ser a veces mejor que intentar transar con lo existente, que es básicamente una máquina de impedir todo lo que no le conviene a sus socios, que son cada vez menos pero más poderosos. Lo que hay que cambiar drásticamente es un país donde, como mostró el lunes pasado Carlos Pagni a través de una encuesta increíble, hoy los pobres en la Argentina sienten vivir mucho peor que sus padres, mientras que los más ricos sienten que viven mejor. Por eso quieren cambiar más los de abajo que los de arriba. Eso que somos hoy es literalmente la descripción de lo que bien podríamos llamar un Estado oligárquico en estado puro. A eso nos llevaron los actuales nac & pop.
En síntesis, estamos frente a una oportunidad, que la traen más los tiempos que el gobierno. Pero habrá que ver cómo el gobierno actual responderá a la historia que le toca protagonizar. La Argentina tiene un “pasado-presente” fallido pero aún con suma fortaleza, especialista en infiltrarse dentro de cualquier nueva idea y hacerla estallar desde adentro, logrando que copie sus mismos vicios. Y sino miren como los “nuevos” políticos adoptan todos los defectos de la “vieja” casta en menos que canta un gallo.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar