Río Negro se convirtió el viernes en la primera provincia en adherir al RIGI (Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones). La premura del gobierno de Alberto Weretilneck viene atada, centralmente, al desborde que está generando Vaca Muerta desde Neuquén. Las buenas relaciones entre Rolando Figueroa y su par rionegrino hacen imaginar que, en la que se proyecta como la etapa del despegue exportador de los hidrocarburos de la Cuenca Neuquina, la región Comahue está ante una nueva etapa integradora con desafíos y riesgos que, en caso de no ser abordados, cumplirán con la paradoja de la abundancia.
Si bien la premura de la Legislatura rionegrina está atada a la carrera que corre contra la poderosa Buenos Aires por la instalación de la que será la primera planta de exportación de GNL (Gas Natural Licuado) existen otros datos que obligan al Gobierno de Río Negro a actuar con reflejos.
A lo que ya se conoce de los trabajos en canteras para abastecer de arenas al fracking y su todavía inabordado impacto en las rutas locales, se suman los auspiciosos resultados que la empresa Phoenix (con respaldo de Mercuria, un gigante del transporte de hidrocarburos) y, centralmente, el oleoducto Vaca Muerta Sur que se complementará con un puerto offshore en Sierra Grande.
Esta semana el presidente y CEO de YPF, Horacio Martín, confirmó desde las Jornadas de Energía de Río Negro que en noviembre comenzará el segundo tramo del oleoducto, que conectará Allen con Cheloforó y desde ahí hasta Sierra Grande. Una vez terminado, se estima que, a mediados de 2026, transportará unos 360.000 barriles diarios y la terminal de exportación podrá almacenar unos 6 millones de barriles. Para tener una dimensión del proyecto puede pensarse que hoy todo el país consume 500.000 barriles diarios. Marín alentó otra frase que no dejó dudas: “Vamos a ser un país exportador de energía en 2031 generando 30.000 millones de dólares para el país. La ventana para acelerar el desarrollo de Vaca Muerta es ahora”.
Figueroa suele mostrarse optimista en la relación con su par rionegrino, pero no agota sus gestiones hacia el este y hace días volvió de un viaje a Chile, donde firmó convenios de vinculación. La venta de gas al vecino país no es una cuestión de capacidad sino de confianza: la interrupción de un contrato en firme en 2008 obligó a los chilenos a conseguir un nuevo proveedor y a convertir sus instalaciones para ingresar GNL desde el mar. Un caro desplante.
De todos modos, el gobernador neuquino volvió con optimismo de su visita. Se estima que este año por primera vez en décadas la balanza energética será positiva, centralmente por la finalización de las obras del Gasoducto Néstor Kirchner, y que debido a la creciente producción gasífera no sería extraño pensar contratos en firme, es decir que no se interrumpen en invierno, hacía el vecino país.
La bonanza económica de las cuentas neuquinas, que mira con deseo Weretilneck, no solo requieren de controles rigurosos, como quedó demostrado -por oposición- con el caso de los allanamientos a las organizaciones sociales, sino que deben empezar a fluir hacia el desarrollo. Esa es la palabra clave que debería atravesar cualquier plan estratégico que vuelva a pensar al Comahue como una región no solo rica, sino integrada y sustentable para sus habitantes.
El espejo a mirar no está muy lejos: Comodoro Rivadavia. La ciudad de Chubut, considerada durante décadas la capital nacional del petróleo, comenzó a vivir los años del declive de la producción convencional de hidrocarburos.
Si bien las regalías aún son importantes para la administración, las obras que debían garantizar un desarrollo para los ciudadanos nunca llegaron a completarse. El dinero se generó, pasó y dejó un buen vivir, pero no parece haberse terminado la red contención para la transición.
La paradoja de la abundancia, que acecha a la extracción de recursos naturales, no es terreno místico, sino que se trata de una responsabilidad exclusiva de los gobernantes y sus capacidades