Se incrementó la cantidad durante la gestión anterior. No hay coincidencia sobre su efectividad para prevenir accidentes y la Ley Nacional de Tránsito los prohíbe.
Los lomos de burro son una presencia común en todo el país y más aún en las calles de Bahía Blanca. Ya sean de hormigón, asfalto o plástico, su misión es clara: obligar a los vehículos a reducir la velocidad y, así, prevenir accidentes.
No obstante, su diseño debe ser preciso para que cumplan su función sin comprometer la integridad de los autos ni la seguridad de los conductores.
Uno de los opositores más firmes a estos reductores de velocidad es Horacio Varela, excandidato a intendente por Integración Ciudadana y actual miembro del equipo de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) que trabaja en un informe global sobre el tránsito en nuestra ciudad, a pedido del Municipio.
En diálogo con La Nueva., Varela ratificó su postura, argumentando que estos elementos son «especialmente peligrosos» para servicios de emergencia como bomberos, policías, defensa civil y ambulancias, quienes «necesitan que las calles no tengan obstáculos porque deben andar rápido».
De hecho, en colaboración con la comuna y desde la UTN, el ingeniero Varela está trabajando en la redacción de un nuevo Código de Planeamiento Urbano de la ciudad.
En este contexto, la semana pasada mantuvo reuniones con funcionarios y profesionales para discutir la movilidad urbana de Bahía Blanca, debido a la necesidad de plantear diferentes alternativas antes de tomar decisiones definitivas.
«Estamos trabajando en el tema de las ciclovías, con un plan que ya casi está listo. El próximo paso serán los reductores de velocidad o lomos de burro. Tenemos que pensar en alternativas ya que la idea es eliminarlos gradualmente«, afirmó Varela y añadió que la propuesta inicial es retirarlos en las calles que resultan más transitadas por los servicios de emergencia.
«El objetivo principal es poner la seguridad vial y la de los vehículos de emergencia antes que nada», subrayó.
De esta manera, advirtió que existen alternativas de infraestructura como rotondas o derivaciones «bien diseñadas» que pueden funcionar como reductores de velocidad. También hay estrategias de circulación y estacionamiento que funcionan como «calmadores de tráfico».
Sin embargo, reconoció un aspecto para nada menor: mientras algunos bahienses se quejan de estos reductores, otros los solicitan activamente. Es más, la mayoría de los colocados durante la gestión de Héctor Gay llegaron por demandas vecinales para bajar la velocidad de los autos que circulan por sus calles.
«El otro día recibí una lista con 460 nuevas solicitudes de lomos de burro en diferentes sectores de la ciudad. Es una locura. Las opiniones están claramente divididas», comentó.
Cabe destacar que el artículo 23 de la Ley Nacional de Tránsito prohíbe expresamente estos reductores. Además, según especialistas, su diseño no está regulado, lo que resulta en una variedad inconsistente de topes, desde suaves y planos hasta altos y estrechos, con rugosidades imprevistas.
Varela señaló que la proliferación de estos lomos suele ocurrir en ciudades con escasos recursos municipales. «El lomo de burro es una solución barata para reducir la velocidad, pero es peligroso y poco eficiente. Se utiliza principalmente por razones económicas», explicó.
«Las obras viales son costosas pero esenciales y tanto los intendentes como los funcionarios deben entender esta necesidad», sostuvo.
Además, hizo un llamado a la responsabilidad de los conductores: «La mejor forma de reducir la velocidad es levantar el pie del acelerador. La gente también tiene que hacer su parte«.
El debate sobre los lomos de burro en Bahía Blanca pone de relieve una profunda división de opiniones entre aquellos que ven a estos reductores como una medida esencial para la seguridad vial y quienes los consideran un obstáculo peligroso.
La discusión no es solo sobre la infraestructura, sino sobre encontrar un equilibrio entre costos, seguridad y eficiencia