Levantado bajo la influencia georgiana, el Hotel Lancaster albergó a la aristocracia europea y local y fue un claro representante de la Belle Époque argentina
Gentileza: Archivo Juan Lázara
Ubicado en la intersección de la avenida Córdoba y la calle Reconquista, el hotel Lancaster -hoy parte de la cadena hotelera NH Group- remite a la elegancia clásica y atemporal del estilo inglés. El trabajo minucioso del ladrillo a la vista en su fachada aún se roba las miradas en el declive del bajo porteño.
Según explica Diego Chourrout, director general de Cono Sur de Minor Hotels, operador propietario del grupo, el Lancaster comenzó a construirse en 1943 por orden del conde de origen ruso Serguei Platonovitch Zubov, quien encargó la obra al estudio conformado por los arquitectos Juan Manuel Acevedo, Alejandro Becú y Pablo Moreno.
“En ese entonces, Buenos Aires experimentaba un contexto histórico marcado por la Segunda Guerra Mundial y la influencia de la alta sociedad europea”, cuenta. Detalla que el conde utilizaba el hotel para hospedar a sus amigos nobles de Europa, quienes viajaban a la ciudad y realizaban largas estadías. “El hotel se convirtió en un lugar de encuentro para la alta sociedad argentina y para los visitantes europeos”, señala Chourrout.
Durante los primeros años, algunos de sus huéspedes de renombre fueron Nelson Rockefeller, político y por esos años asesor del gobierno norteamericano en las relaciones con América Latina –luego sería vicepresidente de los Estados Unidos y gobernador de Nueva York–, y el escritor y guionista británico Graham Greene, quien incluyó una mención sobre hotel en su libro Viajes con mi tía, la novela publicada en 1969.
“Nadie me esperaba en el aeropuerto y cuando llegué al Lancaster solo encontré un cuarto reservado y una carta… La carta era de mi tía. Estaba escrita en un aristocrático papel de primera calidad sin más membrete que una rosa roja y el nombre Lancaster como título de una familia noble…”, describe el libro 300 años de hotelería en Argentina de Patricio Harrington.
Mientras que, en enero de 1948, Tomislay II, último rey de Croacia, fue otra de las personalidades internacionales que se alojaron en el Lancaster. Sin embargo, su paso por Buenos Aires terminó fatalmente con su muerte en el hotel, el 29 de dicho mes. Según el investigador Ezequiel Toti, en la revista digital Italiani a Buenos Aires, Aimone Roberto Margherita María Giovanni Torino, tal como se llamaba el soberano, se descompuso en la quinta de la familia Dodero, a 90 kilómetros de la Capital Federal, después de nadar.
Si bien fue trasladado al hotel para realizarle unos chequeos y hacer reposo, su cuadro se agravó y falleció en las primeras horas del día a los 48 años. Sus restos tuvieron un largo peregrinaje hasta encontrar su morada final en la Basílica de Superga, en Turín, Italia.
Grandes anfitriones
Serguei Platonovitch Zubov, el principal accionista de la Sociedad Inmobiliaria Schaffhausen que levantó el Lancaster, fue un conde ruso que se casó con la acaudalada terrateniente de origen santafecino, Rosario Julia Schiffner Larrechea, viuda de Ignacio Arrivabene Valenti Gonzaga, conde de Arrivabene. Según detalla Harrington en su libro, Serguei era descendiente de Platón Zubov, quien para finales del siglo XVIII, con 22 años, se desempeñaba en la milicia rusa: “Supo ganarse un lugar en la historia, no precisamente por sus capacidades marciales, sino por haber sido el último, más joven y caprichoso de todos los amantes de Catalina la Grande (emperatriz rusa)”, recuerda el texto.
Dos generaciones después, su nieto, Platón Alexandrovich Zubov, se mudó con su familia a la capital de Francia para vivir en un elegante piso céntrico. Sin embargo, la París de principios de siglo no era nada barata y, tras la muerte de Platón Alexandrovich, su hijo Serguei Zubov recibió una sucesión en rojo. “Ya de por sí, eran épocas donde la aristocracia rusa se encontraba en baja: bastante flojos de caja, aunque siempre refinados y con los títulos nobiliarios al día. Todo lo contrario a la oligarquía argentina, que no tenía pruritos en apoltronarse a todo trapo en la ciudad luz durante meses”, describe Harrington en el libro.
Una fiel representante era Rosario Schiffner, la hija mayor de una de las fortunas más acaudaladas de la provincia de Santa Fe. Había pasado gran parte de su vida en Europa siendo educada e instruida en los mejores colegios, y era amante del arte. Tal es así que recorría galerías en busca de objetos valiosos para su colección. “Fue en el anticuario de la familia Zubov en París que conoció a Serguei. Ella quedó encandilada por su elegante postura, fineza, cultura y, por qué no, también por su título. El de su gracia, empuje, visión para los negocios y, por qué no, de su holgada fortuna. Ambos se casaron en Buenos Aires en la primavera de 1922 y tuvieron a su única hija, la hermosa y consentida Tatiana”, relata el texto.
Harrington asegura que les gustaba asistir a las reuniones de la alta sociedad porteña y, en 1943, decidieron levantar el hotel “para llevar así la noche hasta su propia casa”.
Es así que le encargaron al estudio Acevedo, Becu y Moreno, un edificio de ocho pisos, que albergara unas 80 habitaciones, con espacios cómodos pero acogedores y que no sean desproporcionadamente grandes, tal cual la costumbre en los hoteles de la época. “Sin más, en el verano de 1945 abre sus puertas el Hotel Lancaster, un flemático edificio estilo georgiano con todos sus ladrillos a la vista, molduras blancas en puertas y ventanas y la mansarda de chapa del último piso, que alberga una buena cantidad de encantadoras buhardillas”, describe.
Destaca, a su vez, que el edificio expresaba todo su esplendor no solo en la fachada sobre la avenida Córdoba sino también sobre Reconquista y la barranquita de la calle Tres Sargentos, dándole un importante contrapeso al edificio. Asimismo, su disposición le otorgaba independencia al restaurante y al salón de té que tenían un protagonismo similar al de la entrada de huéspedes.
Harrington explica que, en los años 50, el Lancaster era conocido como el “royal hotel de Buenos Aires”, no solo debido a sus aristocráticos dueños, sino porque los Zubov lo habían concebido para hospedar a sus muchos amigos nobles que venían desde Europa. “Eran épocas de Guerra Fría y se dice que el Lancaster supo mezclar entre sus huéspedes a ocasionales personajes misteriosos que se ocultaban tras glamorosas fachadas, pero que se suponían espías encubiertos, cosa que contribuía a sumarle un aura de intriga y fascinación al lugar”, señala el libro.
Y detalla que, a esa altura, Rosario y Serguei eran una de las parejas más atractivas de la movida porteña y habían sabido canalizar todo ese glamour a través del Lancaster. Años más tarde, el brillo de otrora desapareció: “La temprana muerte de su hija Tatiana en un accidente de tránsito cerca de Punta del Este en 1957 y el posterior fallecimiento de su marido Serguei en 1964, es como demasiado para la pobre condesa Rosario Schiffner de Zubov, quien lentamente comienza a alejarse de la escena social y también a perder interés en su hotel, al cual finalmente vende”, cuenta.
Y aclara que no solo se deshizo del Lancaster, sino que también resolvió donar toda la Colección Zubov al Museo Nacional de Arte Decorativo, donde hoy puede apreciarse como una de sus principales atracciones. “Con el tiempo se recluye en Ginebra, donde muere en 1984 en el más sutil de los ostracismos, llevándose consigo todos los recuerdos del considerado último hotel de la Belle Époque argentina”, asegura Harrington.
Vuelta al clasicismo
En tanto que la arquitectura del Lancaster se inscribe en lo que Juan Antonio Lázara, doctor en Historia y Teoría de las Artes de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y profesor titular de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), denomina como estilo neogeorgiano. “A partir de 1940 se experimentó una reacción historicista a lo que fuera la primera vanguardia racionalista de la década de 1930 que presentaba edificios como el Comega, el Safico e incluso el Kavanagh”, explica.
Y sostiene que esta reacción podía apreciarse en las grandes obras públicas y privadas a través del llamado monumentalismo autoritario, con ejemplos como el Banco Nación, construido en 1941 por el arquitecto Alejandro Bustillo y los ministerios en el entorno de la Plaza de Mayo. Mientras que, en el ámbito privado, se expresó con una vuelta a los clasicismos en edificios de viviendas protagonizado por estudios como el de Acevedo Becú y Moreno que levantó el Hotel Lancaster.
Según señala Lázara, este estudio realizó obras privadas para familias destacadas en las que regresó a un historicismo, aunque menos recargado del que se vivió a principios de siglo como se puede apreciar en la Residencia Larivière (que data de junio de 1940), actual Embajada del Reino de España, sector Cancillería, ubicada en la avenida presidente Figueroa Alcorta al 3000. “El estudio experimentó el historicismo neorrománico con la parroquia de San Martín de Tours (1931), entre otras obras, y una evocación al estilo georgiano británico en el Hotel Lancaster que se inauguró en junio de 1945″, sostiene.
Asimismo, asegura que, desde finales de 1930 y durante toda la década de 1940, se puso en boga el ladrillo visto con el afán de darle mayor calidez a la arquitectura frente a la invasión de las formas monocromáticas del racionalismo. “En Alemania, la obra de Fritz Höger como la Chilehaus, es un ejemplo representativo del expresionismo arquitectónico como forma de enfrentar la estandarización del racionalismo que se empezó a diseminar en numerosos estudios destacados de la época”, advierte el especialista en artes.
Y recuerda que, en nuestro país, la primera obra del estudio SEPRA (Sánchez Elía Peralta Ramos), en 1939, fue un edificio de viviendas de tipo neogeorgiano ubicado en Gelly y Obes. A partir de 1940, ese mismo grupo, realizó numerosos edificios de ladrillo visto y aberturas blancas con vidrios partidos en el barrio de Belgrano. “Los arquitectos Vargas y Aranda también proyectaron con ladrillo visto, así como el prolífico Carlos C. Massa en medio centenar de iglesias de barrio de la ciudad de Buenos Aires”, advierte.
En cuanto a los orígenes de esta corriente, Lázara explica que, en Gran Bretaña, el estilo georgiano evocaba a la época de los reyes hannoverianos como Jorge I, Jorge II, Jorge III y Jorge IV que reinaron entre 1714 y 1837, y se caracterizaron por promover una arquitectura discreta inspirada en el Palladio y en el Renacimiento, con elementos clásicos como columnas con predominio de los órdenes dórico y jónico y frontones despojados, así como balaustradas y otros recursos. “El ladrillo visto pasó a expresar la importancia de la Revolución Industrial inglesa al utilizar un elemento estandarizado y económico que, a la vez, otorga textura, color y calidez a las construcciones”, dice.
Destaca además que en la Argentina se vivió un cierto auge de esta influencia que denomina neogeorgiana y que creció al calor de la última etapa de influencia económica británica luego de pacto Roca-Runciman en 1933. “La adopción del estilo neogeorgiano fue una solución de la década de 1940 para conciliar la búsqueda de una estética vintage, historicista, discreta, que no podía desentenderse de las necesidades del habitar moderno”, aclara. Por último, sostiene que, en la tipología hotelera no pueden olvidarse otros ejemplos de esta tendencia como el Hotel Claridge, del arquitecto Arturo Dubourg e inaugurado un año después del Lancaster, aunque de mayor dimensión, así como numerosos edificios de vivienda en la zona norte de la ciudad.
Reapertura y remodelación
El hotel entró en una nueva etapa en julio de 2007 cuando fue adquirido por NH Hotel Group –actualmente parte de Minor Hotels–, que lo reabrió en noviembre de ese mismo año después de su remodelación. “El objetivo principal de la restauración fue preservar y recuperar el valor original del edificio, manteniendo fielmente su arquitectura georgiana y destacando el meticuloso trabajo de ladrillo a la vista”, explica Chourrout.
Durante esos meses, se buscó preservar la riqueza histórica del hotel, según detalla el directivo, a través de la combinación de su gran valor arquitectónico con un estilo contemporáneo y confortable en las áreas públicas y habitaciones.
Este año el edificio atraviesa una nueva remodelación por diferentes niveles. “Esto no interrumpe el funcionamiento y nos permite seguir recibiendo huéspedes. Se espera que la inauguración del NH Collection Lancaster tenga lugar en el segundo semestre de 2024″, sostiene Chourrout.
“El hotel atrae actualmente a un público internacional; nos visitan desde España, Francia, también internamente y desde los países vecinos. Con 115 habitaciones y siete modernas salas para eventos, es ideal para viajeros de negocios, así también como para el segmento de ocio”, finaliza.
Con su elegancia clásica intacta, el Lancaster escribe más páginas en su rica historia de casi 80 años.