El combate del Cerro de la Caballada, o “gesta del 7 de marzo” está llena de detalles sorprendentes. Cómo hicieron los habitantes del pequeño fuerte en 1827 para derrotar a un ejército profesional, episodio clave de su identidad y de la historia nacional.
Leonardo Dam, historiador y referente del Museo Histórico Regional Emma Nozzi, de Patagones, resume la importancia del hecho en un contexto más general. “La gesta del 7 de marzo se inscribe dentro de un proceso de afirmación de la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata, más tarde Argentina, en el Atlántico Sur y la defensa de sus recursos. Comienza con el dictado de la primera Ley de Pesquería, en 1821, acá en la Bahía de San Blas y continuaría con la defensa de Patagones en 1827, la designación de Luis Vernet como comandante político-militar de Malvinas en 1829, las acciones de Luis Piedrabuena, que dedicó su vida a reafirmar la soberanía argentina en la Patagonia Austral con diversas acciones, y la presencia argentina en forma ininterrumpida en el continente Antártico a partir del 22 de febrero de 1904”, entre otras acciones. Lo destacado de la defensa de Patagones ante el ataque de Brasil “fue que acá no hubo un prócer, un general de bronce que salvara la situación, fue el pueblo, vecinos y vecinas que se unieron a los poquitos soldados que había para defender el fuerte”, señala Dam.
¿Cuál era la situación de Patagones en 1827? El fuerte había sido establecido en 1779 por los españoles y poblado originalmente por colonos de Galicia y maragatos de la provincia de León, en la margen bonaerense de la desembocadura del río Negro, a sólo 7 leguas del mar. Su objetivo era sostener la soberanía de la corona española en la Patagonia, codiciada por Gran Bretaña y otras potencias.
Al momento de la Revolución de Mayo de 1810, era el único asentamiento colonial en pie en una zona controlada por diferentes pueblos originarios: tehuelches, pampas y mapuches, entre otros, con quienes había conseguido una convivencia relativamente pacífica.
Pero durante toda esta década sufrió amotinamientos, ataques realistas y conflictos que lo dejaron en mala situación.
“En medio de las guerras de independencia y los conflictos internos las autoridades del gobierno de Buenos Aires tenían miles de problemas que resolver: crear un ejército, una marina, unificar a las provincias, defenderse de la reacción de España, entre otras. Así que hasta 1820 Patagones pierde importancia, pero cuando cae el último Directorio y las provincias, que en la práctica eran las principales ciudades y sus zonas de influencia, reasumen su autonomía y Patagones pasa a depender de la provincia de Buenos Aires”, resume el historiador.
El gobierno bonaerense designa a un comandante, José Gabriel de la Oyuela, que revierte la caótica situación del fuerte realizando un censo, designando un alcalde, construyendo una escuela, ofreciendo tierras para atraer pobladores y estimulando producciones como la de las salinas cercanas. “En 1821 se sanciona la primera ley de pesquería, para evitar que los extranjeros vinieran a depredar recursos marítimos (pesca, caza de lobos marinos y ballenas), estableciendo permisos, impuestos y multas a los infractores”, destaca Dam.
En 1822 se establece un servicio marítimo de cierta regularidad con el puerto de Buenos Aires.
El conflicto con Brasil
En este marco, estalla el conflicto con Brasil en 1825, por el control de la Banda Oriental, actual Uruguay. La poderosa armada brasileña mantenía bloqueado el puerto de Buenos Aires, donde la diezmada fuerza del Almirante Brown resistía como podía. Asfixiado económicamente, el gobierno bonaerense otorga “patentes de corso” , un permiso a buques extranjeros para que atacaran barcos mercantes y de la armada brasileña, a cambio de una parte del botín.
Y Carmen de Patagones se transforma en su principal base de operaciones. “Los corsarios se establecían acá, se aprovisionaban y salían a las costas brasileñas a capturar naves enemigas que comerciaban café, azúcar, muebles, vino y también personas: esclavos africanos. Para darte una idea, el record de capturas de un solo barco corsario el “Lavalleja” fue de 33 embarcaciones en tres meses, y la mayoría llegaban a Patagones. Aquí se hacía un pequeño juicio para establecer si el barco capturado era ‘presa justa’, y luego se vendía, junto con toda la mercadería. En el caso de los esclavos, apenas pisaban el muelle comenzaba un proceso de liberación, por las leyes de la Asamblea de 1813, y muchos de ellos participaron luego de la defensa del fuerte, integrando el batallón de 104 libertos” agrega el investigador. Los afroamericanos llegarían a ser casi el 40% de la población local, según algunas estimaciones.
Llega la Flota Imperial
La llegada de los corsarios, el aumento de población y comercio, la circulación de mercadería y dinero generó una relativa prosperidad en Patagones, pero también la puso en la mira del imperio vecino. En ese marco, el 25 de febrero de 1827 se avistó en la costa atlántica una poderosa escuadra brasileña, con intenciones de ingresar al río Negro y con la misión declarada de destruir el fuerte.
La expedición constaba de cuatro naves con un total de 52 cañones y casi 700 militares, varios de origen británico y estadounidense con experiencia de combate. Para defender el fuerte, el comandante Martín Lacarra contaba con una fuerza de 450 hombres entre soldados, corsarios, comerciantes, trabajadores rurales, mujeres y cuatro naves con menor poder de fuego. Los desesperados pedidos de auxilio a Buenos Aires sólo son respondidos con el envío de 22 gauchos a caballo y “armados de facón”, recuerda Dam.
Los defensores contaban a su favor con el conocimiento de la complicada desembocadura del río Negro.
“Ingresar en esa época era muy complicado, porque hay una lugar que se llama la barra del río, donde se junta con el mar, al que sólo se podía acceder en dos condiciones: con la marea alta o pleamar y con viento a favor (se navegaba a vela). Lograr ambas condiciones a veces podía tardar días o semanas, según el tiempo. Lo otro es que el río Negro allí es ancho pero poco profundo, y sólo se podía ingresar por un canal estrecho y para eso había que conocer el cauce. Con un ‘práctico’ se cubrían los 30 kilómetros hasta Patagones en dos horas con buen viento, pero los brasileños estuvieron casi una semana para cubrir 15 kilómetros, con el riesgo de encallar, lo que finalmente le ocurrió a dos naves”, explicó el historiador.
El combate de la Batería
A las 9 de la mañana del 28 de febrero de 1827, el bergantín “Escudero” de la Escuadra Imperial de Brasil puede pasar la barra del río y ataca con cinco cañones la débil batería de defensa, de 4 cañones. Tras suyo ingresa la “Itaparica” , la corbeta más poderosa de la flota, sin problemas ya que la defensa se había quedado sin municiones y mueren tres integrantes. Pero la brava defensa logra demorar lo suficiente a la tercera nave, la “Duquesa de Goiás” que se queda varada en la barra y además bloquea el paso a una cuarta nave, la “Constancia”. Dos días después se escora y se hunde, provocando 39 muertes entre sus tripulantes y obligando al resto de la flota a redistribuir tropas y armas.
“Esta acción se toma como derrota, pero si ves la consecuencias, logra su objetivo de frenar y entorpecer la entrada de los barcos”, agrega el referente del Museo.
Primer desembarco
El miércoles 1, la “Itaparica” sufre por el desconocimiento del cauce y encalla en un banco del río Negro. La “Constancia” logra superar la barra, reúne a los sobrevivientes de la hundida “Duquesa de Goiás” y desembarca en las inmediaciones de lo que hoy se conoce como “ el Pescadero”. Hay una escaramuza con milicianos defensores de Patagones y deben abandonar botes y pertrechos, que son incendiados. Entre los defensores del fuerte hay debates y cambios de opinión sobre si pasar a la ofensiva o replegarse al fuerte para la defensa. Un grupo de caballería con vecinos armados y los 22 gauchos comandados por Molina son despachados a Laguna Grande para vigilar un posible ingreso por tierra de los brasileños.
Segundo desembarco
En la noche 6 de marzo, llega a tierra una misión exploratoria de brasileños cerca de la estancia Rial, que es detectada por centinelas. El comandante de los invasores, James Sheperd, decide avanzar por tierra y en la madrugada del 7 de marzo desembarca con 400 soldados, sin ser detectado. La travesía elegida hacia el Cerro de la Caballada es complicada, por monte cerrado en medio de un calor extremo y sin agua ni comida.
Aquí opera la suerte, a favor de los defensores.
“Sin duda jugó un rol a suerte y hubo errores tácticos de ambas partes. Porque los exploradores de la columna brasileña que desembarca pasan por al lado del campamento de los patriotas en Laguna Grande y no los detectan. Después, la guardia criolla tampoco había visto a la columna de 400 infantes que iban rumbo a su pueblo, a sus seres queridos. A las 5-6 de la mañana, dos gauchos son enviados a buscar un par de animales para ‘churrasquear’ en el desayuno y allí detectan las pisadas de la columna, dan la voz de alarma , y curiosamente, pasan por una estrecho desfiladero entre el Cerro de la Caballada y el río, justo cuando los brasileños están llegando a la cima. Ahí se interponen entre el cerro y el pueblo y es donde empieza el tiroteo, las cargas de caballería y todo lo demás”, comenta el historiador Dam.
En el tiroteo muere el comandante enemigo de un balazo en el cuello, y las tropas brasileñas, desmoralizadas, deciden ir a buscar la protección de la artillería de sus naves en el río.
Allí los gauchos realizan una estrategia que los desconcierta: deciden incendiar los pastizales y cortarles la retirada, lo que sumado al acoso de la caballería termina por forzar su rendición.
Mientras tanto, en el río, las 4 naves corsarias de Patagones pasan a la ofensiva y atacan a las naves de la Flota Imperial. “La Itaparica era un problema, porque tenía 22 cañones y 110 hombres armados a bordo. Pero cuando su comandante ordena abrir fuego, la tripulación, que estaba desmoralizada, se amotina, lo captura y rinde el barco sin pelear. Es por esa razón que logran tomarse los documentos, las armas y las banderas imperiales, que normalmente cualquier ejército decide quemarlas o enterrarlas antes de darlas al enemigo”.
Hoy dos de esas banderas siguen guardadas en Patagones y, pese a varios reclamos de Brasil, no han sido entregadas. Como señala el historiador Jorge Aníbal Bustos, no por recelo al vecino país, hoy principal socio comercial, ni por revanchismo, sino porque son un testimonio clave de la identidad histórica de la ciudad.
“La gesta del 7 de marzo fue una acción propia de la población, que logró rechazar una invasión de militares que no eran improvisados, sino veteranos de las guerras contra Napoleón. Fue un logro muy importante y consolidó el rol de Patagones como punto de logística y de ejercicio de la soberanía argentina en el Atlántico Sur”, destaca Dam.
Luego vendrían hechos y decisiones políticas que cambiarían el panorama, pero eso es parte de otra historia.
Acá no hubo un prócer, un general de bronce que salvara la situación, fue el pueblo, vecinos y vecinas que se unieron a los poquitos soldados que había para defender el fuerte”
Leonardo Dam, referente del Museo Emma Nozzi, de Patagones.