Por Mila Kobryn
Pao, Ro y el Corre en la mesa de desmontaje del galpón ubicado en Lavalle al 3500.
Ubicada en Lavalle y bulevar Seguí se levanta la cooperativa Reciclando Futuro- Allí, los emprendedores recibe los residuos electrónicos de las instituciones y vecinos. Estos últimos los se acercan al lugar o los dejan depositados cada vez que el municipio lanza una campaña específica, en general en plazas y otros lugares públicos de la ciudad.
El galpón se encuentra desbordado de monitores, mouses, parlantes, teclados. Varias pilas de las netbooks de Conectar Igualdad reposan en un estante y se entremezclan con notebooks averiadas. Todos estos artefactos que ya no funcionan son aprovechados por la cooperativa que, por un lado, separa los elementos mas contaminantes para que tengan un tratamiento particular y, por el otro, clasifica y separa aquello que puede comercializarse: sobre todo aluminio y cobre. Quienes están allí saben desguazar estos aparatos casi mecánicamente. Antes realizaban el trabajo de manera informal yendo a los rellenos sanitarios, hoy esa tarea está formalizada y contenida, y se convirtió en el sostén de las familias involucradas.
Al rededor de la mesa de desmontaje son tres: Rosa Enrique, Paola Hereñú y Grabriel Hoban. Pero se presentan a La Capital como Ro, Pao y el «Corre» (por su origen correntino). Son de muy pocas palabras, su lenguaje es manual. Cada uno se encuentra compenetrado con su tarea. Están en silencio, con la mirada fija en los aparatos que tienen que desmembrar y, tras bajar al música que los acompaña y entretiene, solo se escucha el sonido de un viejo ventilador y algunos martillazos intermitentes que lanza el Corre.
Pao es quien coordina el galpón, se encarga de las ventas y de organizar el trabajo. Sin embargo, aclaran que la cooperativa Reciclando Futuro es un espacio horizontal donde las actividades se realizan codo a codo. Ro y el Corre están inmersos en su labor de sacar el cobre limpio y separarlo para después comercializarlo. Es un trabajo artesanal, minucioso y que requiere de mucha paciencia. “A veces te hace renegar”, dice, entre risas, el muchacho. Lo importante es que saben lo que están haciendo.
Con ellos también está Belén Chaves, quien comenzó a trabajar con el grupo a través de una pasantía como estudiante de Trabajo Social y en la actualidad se encuentra en el área social de la Dirección de Gestión de Residuos de la Municipalidad de Rosario. Ella es quien relata la historia del grupo: desde los inicios, antes de ser trabajadores formalizados y asistían a los relleno a buscan los materiales, pasando por una organización incipiente en un local de calle Alem cuando lograron articular con la Municipalidad para que les entregara los materiales, hasta el presente, con el trabajo ya formalizado y, con eso, la aparición de derechos laborales básicos.
El trabajo es mecánico pero también puntilloso, las manos hacen movimientos pequeños y precisos y lentamente se van desmenuzando los aparatos electrónicos. Se separa, se clasifica y finalmente se comercializa. Tienen un precio en el mercado y todo lo que logran sacar de allí se vende y se reparte de manera equitativa entre ellos. Por su puesto, una parte se destina a sostener la cooperativa. La gestión municipal les brinda el espacio y las herramientas de trabajo: alquila el galpón y les asegura la llegada de residuos a diario, pero son ellos quienes se encargan de la comercialización y el mantenimiento de la cooperativa.
Son, como dice Belén, “ex recuperadores urbanos”. Antes, este trabajo lo realizaban yendo a los rellenos sanitarios, por su cuenta, buscando entre los residuos lo que sirviera, con calor, con lluvia o con frío. Ahora, este espacio les brinda la posibilidad de estar bajo techo y de tener garantizado el material de trabajo. Se trata de formalizar un oficio que antes no lo estaba. Los tres pagan un monotributo, están bancarizados y tienen la cobertura de una obra social. Algo que quizás, años atrás, era impensable. Poseen un conocimiento, un oficio que ya tienen incorporado de años de llevarlo a cabo y ahora, desde el 2019, está enmarcado en una estructura que los contiene.
En el galpón se juntan de lunes a viernes de 9 a 16 a desguazar los artefactos electrónicos que llegan: vecinos e instituciones se acercan al portón violeta de calle Lavalle a llevar aquello que ya no les sirve. Cualquiera puede hacerlo, acercarse y colaborar, no solamente ayudando al medio ambiente porque se separan los materiales altamente contaminantes para llevarlos a que tengan un proceso especial, sino porque también es la fuente de ingreso de familias enteras que pueden sostenerse rescatando aluminio, cobre y otros metales.
Separar y reciclar
El local que recibe los residuos informáticos está comunicado con otro galpón que tiene entrada por bulevar Seguí. Un portón naranja anuncia: Residuos reciclables. Allí se encuentra la otra parte de la cooperativa, donde seis personas se encargan de separar y clasificar todos los desechos más cotidianos y de uso común. Botellas, latitas, nylon, cartón, telgopor, tienen distintos precios en el mercado y, por lo tanto, agruparlos es un labor esencial.
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Por dentro, el galpón exhibe un paisaje impactante. La basura de todos los días se encuentra allí, entremezclada en montañas altísimas. Por sectores se pueden ver cómo los desechos que son iguales se encuentran reagrupados a la espera de se comercializados. Hay personas que buscan comprar estos materiales para darles una segunda vida. Por ejemplo, hay un comprador interesado en las botellas de plástico porque con ellas, y mediante un proceso de trabajo complejo, las reinventa y fabrica remeras. Cada material puede ser aprovechado nuevamente.
En total toda la cooperativa contiene a nueve trabajadores. Hubo gente que se fue, otra que se incorporó, pero sin dudas este emprendimiento logra ser un ingreso económico esencial para las familias involucradas. Por lo tanto, desde Reciclando Futuro, invitan a la ciudadanía a colaborar para que esto siga así. «Hay un mito que instaló (según el cual) la basura que se separa después cae en el mismo lugar, y que no tiene sentido hacerlo. Esto no es así. Separar es fundamental porque le da la posibilidad de trabajar a estas personas y sostener a sus familias», comenta Belén.
Vidrio, papel, cartón, telgopor y plástico deben tirarse en los contenedores naranjas. En el caso de no encontrarlos en las calles cercanas, es importante saber que todas las instituciones educativas poseen uno y puede llevarse allí para colaborar no solamente con el medio ambiente sino también con trabajadores de los barrios populares