
Retamito es un pueblo de San Juan que pelea por no extinguirse. Hay 8 alumnos en la escuela y temen quedarse sin niños y sin futuro. Las mujeres pelean por salir adelante. Los niños sueñan con elegir su futuro, pero luchan contra la falta de servicios y oportunidades.

La mayoría de los compañeros de Thiago tienen entre 10 y 12 años. No es una rareza porque la rutina en la escuela es distinta. Otra de las niñas quiere ser veterinaria porque ama a sus gatos y perros. A Maxi solo le gusta el fútbol y quisiera jugar en primera; pero en Retamito no alcanzan a armar un equipo completo, por lo que el entrenamiento se resiente y los chicos también debe mudarse de pueblo si quieren hacer deporte. «Para jugar tenemos que ir a Cieneguita porque acá no alcanzamos a formar un equipo», dice el niño. A su lado, su mejor amigo dice que quiere ser militar. Otro de los niños quiere ser militar. Priscila quiere ser peluquera y Kiara sueña con ser escritora, particularmente poetisa.

Sueños, como todos, pero en Retamito tendrán que hacer un esfuerzo extra para cumplirlos, como lo hacen cada día en ese pueblo de San Juan que pelea por no extinguirse.

Caminar, viajar a dedo, adaptarse a la soledad y una lejanía profundizada por el hombre. Inquietos, verborrágicos, curiosos. Niños y niñas. Y, además, familia. Sí, porque entre los alumnos hay varios hermanos y los que no son, se hermanan rápido. La escuela tiene una matrícula de 8 alumnos y, detrás de ellos, solo queda un niño de 2 años en el pueblo. Temen que cuando el más chico de la familia crezca, no quede nadie más a quien enseñarle y nadie más de quién aprender. Hay una sola maestra que, además, es directora. Hay plurigrado y la maestra tiene polifunción. En un aula conviven los contenidos del nivel inicial, con los de sexto.
“Me motiva venir por la calidez a los niños. Me gusta que los chicos se preparen para ser líderes de la comunidad. No es sencillo. Tenemos edades de 5 a 14 años y hay que adaptar las clases. No es fácil, pero lo lindo es que al ser pocos chicos reciben una educación más individualizada”, explica Aída. Ella tiene la misma preocupación que el resto: que el pueblo pierda su razón de ser, la gente. “No hay proyección, no hay niños. Hay un niño de dos años que puede entrar, pero una vez que el chico termine el primario, el chico va a llegar a sexto pero nos vamos a quedar sin escuela. Es decir la escuela va a estar, pero no va a haber alumnso”, dice Aída. La mujer no pierde la esperanza y busca construir. Que haya una plaza, una cancha de fútbol, algún lugar comunitario. “En esta escuela estamos lejos, pero existimos. Que no se olviden del pueblo es mi deseo”, se ilusiona la maestra
Video: ¿Se puede extinguir el pueblo?
El caso de Retamito es extraño: está rodeado de una zona productiva de San Juan, con minas y empresas productoras de cal, un tren que funciona, un parque solar a pocos kilómetros, plantaciones de cannabis y olivos. Pero ese desarrollo parece esquivar a Retamito, como el asfalto que llega justo al límite oeste del pueblo. El “progreso” parece esquivarlo: no tienen agua potable. No consiguen que un médico viaje al menos una vez por mes y la puerta de entrada es desoladora: casas derrumbadas, un negocio corroído por el viento, el agua y el tiempo, muchas huellas de salida y silencio que se rompe con la descarga de las máquinas sobre los vagones del tren.
Los camiones caleros pasan y solo dejan polvareda. Como una burla de la burocracia, a Retamito le sacaron hasta la urna para votar en las últimas elecciones. Figuraba en los papeles, pero no en la realidad, tal como contó MDZ. Esa no es la única ironía, pues, por ejemplo, las vertientes son famosas, pero las casas no tienen agua. Chat GPT, el servicio más popular de inteligencia artificial, define a Retamito como un lugar próspero, lleno de oportunidades. El contacto real con el lugar indica que lo dejaron abandonado. Silvia nació en Retamito y elige quedarse. Tiene un restaurante hermoso, pensado para los trabajadores de la mina y turistas.

Silvia sabe lo que es luchar. Porque creció en un Retamieto al que nunca le quisieron prender la luz; porque se quedó sin trabajo justo en la pandemia y sin que la empresa calera le diera un argumento y también porque superó con coraje el cáncer. Sivila no afloja, es optimista, pero tiene memoria y reclama. «A mí me tocó el Retamito de un montón de faltantes. Fue una infancia hermosa, a pesar de haber estado sin energía eléctrica y otras cosas. Sientó en carne propia lo que es el abandono, el abandono de los gobiernos de turno. Nos tomaron como un pueblo condenado a desaparecer», dice la mujer.
«Por ahí es muy triste ver que los chicos no tienen medios de transporte, que tienen que salir a dedo, que dependen de otros. No conseguimos que venga un médico al menos una vez al mes. Da mucha tristeza porque es un pueblo emblemático. A la gente de afuera le diría a retamito: le diría que venga, que es un lugar hermoso, que lo trabajamos a pulmón. Es un lugar muy lindo», describe.

Camino a retamito hay decenas de proyectos que tuvieron diferimientos impositivos y también del régimen de promoción industrial que benefició a San Juan. Algunos, están abandonados. Otros reconvertidos. A pocos kilómetros se puede ver una nube blanca, un polvo en suspensión enorme. El el trabajo de las caleras que producen para llevar a las minas de oro de la cordillera y para transportar en tren desde Retamito hasta Buenos Aires. Cerca hay otros dos polos productivos incipientes: una granja solar enorme que fue de los proyectos pioneros, y más al sur plantaciones de cannabis.
Video: polvo y montaña esculpida en las caleras de San Juan
El ingreso al pueblo es todo lo que los habitantes de Retamito no quieren. La corrosión del tiempo y el abandono se notan. Hay un antiguo boliche y pensión olvidados y casas con puertas cerradas con candado y huellas de salida. En Retamito todos sueñan con cambiar la dirección de esas pisad