Bicis sin candado y pleno empleo. El secreto del pueblo rico que duerme la siesta y desconfía de los políticos Por Nicolás Cassese

Pampa Gringa

Texto de Nicolás Cassese // Fotos: Ricardo Pristupluk

EL SECRETO DE LA PROSPERIDAD DE LA TIERRA DE SIESTA Y PLENO EMPLEO

MONTE BUEY, Córdoba.- Pleno empleo, niños que pedalean a una escuela de calidad y dejan la bici sin candado, siesta obligatoria y una comunidad comprometida con instituciones que prosperan sin injerencia de la política: este pequeño pueblo de la fértil llanura cordobesa pondría orgulloso a Sarmiento. Para quien esté dispuesto a abrazar una vida plácida a lo familia Ingalls y resignar cultura y esparcimiento -los cuartos del único hotel son un agujero húmedo y no hay cine, ni librería, ni bares- Monte Buey es el paraíso. La clave es su ubicación en el centro de la Pampa húmeda, cuya combinación de suelos y clima genera una de las zonas más fértiles de la Argentina. Sostenidos por esa tierra generosa, inmigrantes italianos de principios del siglo XX instalados alrededor de la estación de tren crearon una orgullosa cultura agrícola, emprendedora y rebelde frente al poder de los políticos que sobrevive hasta hoy. Los referentes de este pueblo de apenas 7000 habitantes rotan ocupando los puestos de relevancia de la organizaciones civiles locales: los dos clubes, el colegio y la cooperativa. Son ellos, antes que el intendente, los que marcan el ritmo de Monte Buey. “La última cosecha fue muy mala por la sequía, pero la verdad es que esta es una zona próspera. En un buen año acá tirás una semilla y crece”, dice Mariano Calamante. El intendente electo de Monte Buey es un joven de 31 años que pertenece a Cambiemos y parece cómodo en su papel secundario frente a la potencia de la sociedad civil. Mientras se recupera de la peor sequía en años, que disminuyó la cosecha a la mitad, el pueblo luce prolijo y ordenado. Sus habitantes solo se refieren al gobierno nacional para quejarse por las retenciones y la disparidad de dólares con los que tienen que ordenar su producción. También sufren la incertidumbre. El problema, dicen, son las normativas que consideran injustas y contraproducentes, pero sobre todo los cambios de regulación constantes a los que se ven sometidos. El kirchnerismo es mala palabra en la zona y Marcos Juárez, que queda a 60 kilómetros, se considera la cuna de Cambiemos. En septiembre de 2014 allí eligieron a Pedro Dellarossa como intendente y fue el debut de la alianza entre el Pro y los radicales. «Se siente, se siente, Mauricio presidente”, bramó esa noche el cine-teatro de la Sociedad Italiana. La zona núcleo de la Pampa gringa -norte de Buenos Aires, sur de Santa Fe y este de Córdoba, el corazón agrícola del país- es uno de los tantos sistemas productivos y sociales que componen la Argentina. A una semana de las elecciones del domingo próximo, esta crónica inicia Viaje al corazón del votante, una serie que recorre diferentes enclaves del sistema productivo para entender su realidad y los determinantes del voto de sus habitantes.

Silvio Torregiani tiene 50 años y, junto a su hermano Ruben y tres empleados, cultiva 1000 hectáreas de campo en la zona de Monte Buey, de las más caras de la Argentina. Muestra con orgullo el galpón con sus herramientas de trabajo: sembradora, pulverizadora y tractor. Según su propio cálculo, tiene 2 millones de dólares invertidos en máquinas. Aquella pequeña fortuna de tierra y fierros no se traduce en su apariencia: Silvio y Ruben visten ropa gastada y tienen las manos curtidas por el trabajo. Sus vacaciones alternan los destinos nacionales y un par de viajes al Caribe y México. No conoce Europa. “Por ahí voy este año”, dice. “Los gringos son austeros, gente de laburo. Si tienen un poco de plata lo primero que cambian es la chata”, se ríe Miguel Aum, el dueño de la tarjeta de crédito Marcos Juárez, que es muy fuerte en la ciudad. De orgulloso linaje árabe, 63 años, e historia familiar ligada al comercio de indumentaria, Aum no ejerce esa moderación. Está contando los días para su próximo viaje a Ibiza e Italia con su novia.

“Mi hermano y yo nacimos y nos criamos en este mismo campo y acá es donde tenemos nuestra inversión y trabajamos”

SILVIO TORREGIANI, PRODUCTOR AGRÍCOLA

foto AML
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Las tierras de la zona núcleo de la pampa húmeda son de las más caras de la Argentina y los productores también invierten fortunas en maquinaria

Antes que los viajes, a Torregiani le interesa su club, el San Martín, un polideportivo que ocupa la mitad de la vida social de Monte Buey. La otra mitad la completa el Matienzo, el otro club del pueblo y su íntimo rival. Como presidente del San Martín, Torregiani ejerce uno de los cargos más importantes de la zona. Una tarde cálida de la última semana, en la que el club era un hervidero de adultos y niños, Torregiani se paseó orgulloso por las instalaciones mientras saludaba al grupo de mujeres en clase de paddle y a los padres que tomaban mate al costado de la cancha donde sus hijos jugaban al fútbol. El San Martín tiene tenis, voley, natación, gimnasio y parrillas, pero el fútbol es el centro de la actividad y todos la pasión está depositada en el primer equipo, que juega la liga Bellvillense, un torneo que enfrenta a los pueblos de la zona. Torregiani está contento porque le ganaron 3 a 2 el último clásico al Matienzo, pero en el historial están debajo de su rival histórico. El reglamento de la liga les permite incorporar cinco jugadores por fuera de los surgidos en el club y ambos invierten mucho dinero en contratar refuerzos. “Ese chico es nuestro 2 y lo trajimos de La Rioja”, dice Torregiani mientras señala a Lucas Chiavasa, que completa su sueldo de futbolista entrenando al equipo de voley. La rivalidad atraviesa todo el pueblo y está marcada en su geografía. Las vías de un tren que ya no corre dividen a Monte Buey en dos zonas que, al menos para sus habitantes, son bien claras. El sur, más postergado, es tierra del San Martín. El norte rico es dominio de Matienzo. Todo en Monte Buey se hace mirando al otro lado. Si la Iglesia está en el norte, la municipalidad se instala en el sur. Lo mismo ocurre con bancos y colegios. En esta localidad, las instituciones se diseñan en espejo.

“No me molesta competir con la producción de Brasil, o de cualquier otro país, pero hagámoslo con las mismas reglas de juego”

JOSÉ LUIS DASSIE, EMPRESARIO, DIRECTOR GENERAL DE METALFOR

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Junto con el agro, en Marcos Juárez y Monte Buey se desarrolló una industria que provee de maquinaria al campo

El caso de Torregiani es la norma de Monte Buey y la envidia de los pueblos que lo circundan. La gente se involucra con sus instituciones. Ya sea comprando una rifa para financiar el geriátrico o ocupando cargos en alguno de los clubes o escuelas, la participación ciudadana es altísima. Ese orgullo cívico y la abundancia de trabajo -que limita la necesidad de los planes sociales y, por lo tanto, la dependencia del poder de quien lo otorga- es la explicación del escaso peso que tiene la política en el pueblo. Antes que ir a tocarle la puerta al intendente, en Monte Buey se organizan para solucionar los problemas. El mayor ejemplo de autogestión y orgullo local es el Instituto Técnico Agrario Industrial (Itai), el colegio técnico agrario que hace 60 años funciona en la ciudad. El predio de cinco hectáreas ofrece aulas modestas y talleres generosos. Los 500 alumnos que allí estudian tienen la oportunidad de experimentar todo el ciclo productivo del campo. Preparan la tierra, siembran, cosechan y engordan cerdos, conejos, pollos y vacas que luego transforman en carne, huevos, leche y chacinados. Hay laboratorios, viveros y carpintería. “La idea es que los chicos salgan con una idea acabada de lo que es el trabajo productivo”, explica Roberto Comba, el coordinador de actividades prácticas del Itai. El colegio es público de gestión privada: el Estado paga los sueldos, pero una asociación de profesores y padres lo administra. Los alumnos usan chomba blanca, suéter verde y bombachas marrones y pagan 8000 pesos de cuota. Hay muchos becados y trabajan en estrecha relación con las empresas de la zona, que valoran los saberes técnicos de los egresados a la hora de contratar sus trabajadores. El Itai es una referencia ineludible en cualquier conversación sobre Monte Buey y su circuito productivo.

Atravesados por la riqueza de la tierra que habitan, los pobladores de Monte Buey y Marcos Juárez piden reglas claras para prosperar

El otro hito que destaca a este pueblo es la siembra directa, el sistema de producción agrícola que prescinde del arado y la remoción del suelo. Hace un par de décadas, cuando se popularizó, la siembra directa multiplicó los rindes y extendió de manera dramática la producción agrícola. Junto con la soja transgénica y los agroquímicos necesarios para matar a las malezas, como el glifosato, la siembra directa generó el paisaje de llanura eterna y monocromática que es la norma en la zona y está en la mira de ambientalistas. El sistema fue desarrollado por un grupo de pioneros, entre los que se encuentra Rogelio Fogante, un prócer de la zona. “La zona fue colonizada por los tipos que trajeron la agricultura a la pampa húmeda, los inmigrantes piamonteses y españoles. Ahí es donde nació la agricultura argentina a gran escala”, explica Ivan Ordóñez, un economista especializado en agronegocios, enamorado de Monte Buey y del desarrollo económico a través del comercio con el mundo. “Lo paradójico -sigue Ordóñez- es que, a diferencia de la mayoría de los países, en la Argentina el sector global y competitivo que desarrolla tecnología no está en las grandes urbes, está en el campo.” La consecuencia de esto, considera, es que al estar lejos de las grandes urbes, que es donde se define la política, este actor pujante tiene poca representación en las decisiones que guían el país. “El campo no logra marcar la agenda política, aunque marque la agenda económica”, explica. Ajeno a estas discusiones, Monte Buey se autoproclamó capital de la siembra directa. Así lo anuncia en un orgulloso cartel a la entrada del pueblo. La escuela Itai organiza todos los años la Fiesta Nacional de la Siembra Directa. El año pasado fue a inicios de noviembre y contó con la participación estelar de Los Palmeras. Juntó más de 20.000 personas, el triple de la población de Monte Buey.

“Muchos de mis amigos emigraron o están pensando en hacerlo, pero yo no quiero irme del país, quiero quedarme a pelearla acá”

ANDRÉS GIACOMINI, CONTRATISTA RURAL

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Los contratistas son una pieza central de la industria del agro: proveen servicios y maquinaria para la siembra y la cosecha

Un engranaje central del ecosistema local son los contratistas rurales que operan las costosas máquinas utilizadas en la agricultura. Andrés Giacomini es socio junto a su tío y su madre de una empresa que opera tres sembradoras y una pulverizadora. Desde su campo 18 kilómetros al sur de Monte Buey, trabajan unas 4500 hectáreas en la zona. La tarea está marcada por los ciclos de las estaciones y el clima y es intensa. Tienen turnos de entre 10 y 12 horas, pero a veces trabajan toda la noche y duermen en el campo para aprovechar una ventana de siembra, o cosecha. Con 30 años, Giacomini ya vivió las inclemencias del sistema productivo argentino y muchos de sus amigos están pensando en emigrar, o ya emigraron. Él, sin embargo, siente orgullo por su rol en el engranaje de la producción de alimentos y resiste. “Yo no quiero irme del país, quiero quedarme a pelearla acá. Irme sería dárselas por ganada”, dice. La alta mecanización de la tareas del agro hace que los empleos directos que genera el sector sean pocos en relación a la riqueza que producen. Con Giacomini trabajan apenas cuatro empleados y algunos lo hacen por temporada. Sin embargo, el agro aporta el 60% de las exportaciones argentinas. Es la fábrica de dólares que sostiene el andamiaje de gran parte de la Argentina. En esta zona, el agro es además el sustento de una pujante industria de maquinaria agrícola.

“Nuestros alumnos pasan la mitad de su tiempo en los talleres prácticos. La idea es que vean la cadena de producción completa”

ROBERTO COMBA, COORDINADOR DE ACTIVIDADES PRÁCTICAS DEL COLEGIO ITAI

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Itai, la escuela técnico agraria de Monte Buey, es un engranaje central del pueblo y el orgullo de sus habitantes

“¿Quién es el que produce la riqueza acá?”, se ríe José Luis Dassie señalando a su cuñado. En la relación familiar se resumen los dos sectores de la puja regional. Su cuñado es productor, trabaja un campo familiar en las afueras de Marcos Juárez. Dassie es industrial, está al frente de Metalfor, una empresa de Marcos Juárez que produce maquinaria agrícola y emplea a 800 operarios. El último jueves ambos compartieron un almuerzo de bagna cauda, un plato italiano con mucho ajo y anchoas, junto a su familia ampliada. Lujos de la vida de pueblo. La atención de Dassie está dividida en dos fábricas donde producen pulverizadoras, fertilizadoras, cosechadoras y otras máquinas para el agro. Las cosechadoras son la estrella de Metalfor, salen unos 700.000 dólares y son una gigantesca oruga verde en cuya fabricación se utilizan 14.000 componentes. El defecto de uno de ellos -como ocurrió la semana pasada con una pequeña tuerca- tiene el potencial de detener la costosa cadena de producción. Previsibilidad y reglas de juego claras, eso es lo que Dassie pretende, y no logra obtener, de los políticos. “No me molesta competir con la producción de Brasil, o de cualquier otro país, pero hagámoslo con las mismas reglas de juego”, dice. “Con reglas claras a estos pueblos no los parás”, coincide Luis Turletti, director de Producción y Desarrollo y asesor financiero de Monte Buey. A una escala mucho menor, es lo mismo que pide Javier Monteverde, el dueño de Famer, una metalmecánica instalada en las afueras de Monte Buey que produce implementos agrícolas. Monteverde no terminó la secundaria pero tiene el empuje de los emprendedores. Diseña las máquinas, saca los costos, organiza la producción y la comercializa. “Fui arquero y eso me sirve para atajar los problemas de la fábrica”, se ríe. Emplea a diez personas y mantiene el horario cortado. A las 12 cierran para almorzar y descansar antes de retomar las tareas de 14 a 18.

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Otra extensión productiva del agro que crece por esta zona es la cría de animales que se alimentan del maíz y un subproducto de la soja. Isowean, una empresa que produce cerdos en Monte Buey, tiene 700 madres y vende 6000 animales por semana. Operaciones como la de Isowean, y otras que producen aves y huevos, son centrales para sumarle valor agregado al agro. El objetivo, explican, es transformar la proteína verde en proteína roja. Lisandro Culasso, es el director de Isowean, pero vive en Rosario, a 190 kilómetros. “Intenté vivir acá y me aburrí”, se ríe antes de aclarar que venía de unos años en Barcelona. Hombre inquieto y navegante, la ausencia de agua y la escasa vida social de esta ciudad fueron demasiado para su espíritu citadino. Su experiencia es la de muchos. Un recién llegado entró a una ferretería y pidió un repuesto, pero antes de vendérselo el comerciante le preguntó quién era y qué hacía en Monte Buey. La intimidad que ofrece el pueblo chico tiene su contracara en las limitaciones para socializar. No hay opciones de salida nocturna para los jóvenes y comer afuera es difícil. “Acá sólo se trabaja”, se queja uno de los alumnos del Itai. La ventaja de Monte Buey, su prosperidad y su ritmo pueblerino, es también su máximo desafío.

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