El Gobierno nacional está terminando el año con reflejos cada vez más destructivos, haciendo con todo lo que tiene a su alcance lo que hizo con el festejo mundialista, si no logra apropiarse y capitalizar la alegría, prefiere arruinarla.
Lo sucedido el martes con la trifulca sobre por dónde pasaría la scaloneta a su regreso al país fue aleccionador sobre un problema cada vez más serio que estamos enfrentando. Para el grupo gobernante es mejor patear el trablero a perder el juego. Si piensan que no van a sacar ningún provecho, prefieren que nadie lo haga, que no haya beneficios tampoco para los demás.
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La situación, es cierto, fue particularmente ofensiva para la mentalidad peronista, más todavía la de izquierda. Una movilización popular que no puedan controlar, conducir ni capitalizar de algún modo es vista por esos ojos como una aberración, algo que no debe suceder, porque va contra la naturaleza de las cosas. Por eso fue que en el oficialismo se pusieron locos cuando Messi y sus muchachos se negaron a ser comparsa de su circo, y compartirles algo del entusiasmo que habían generado en la sociedad. Estaba sucediendo algo lisa y llanamente inaceptable. Y trataron de torcerlo hasta último momento, aún al precio de arruinar la fiesta.
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Si de todos modos la fiesta se hizo, concluyó en relativa paz, y la gente celebró aún sin lograr ver a su equipo, fue porque el entusiasmo y las ganas de disfrutar fueron demasiado intensas para que la política oficial las enturbiara. Aunque eso no iba a desanimarla.
Pasaron apenas unas horas y la voluntad del kirchnerismo volvió a chocar contra límites infranqueables, ahora contra los que le impone cada vez con más frecuencia la Corte Suprema.
El Gobierno y la Corte Suprema de Justicia, enfrentados por la coparticipación (Foto NA)
El Gobierno y la Corte Suprema de Justicia, enfrentados por la coparticipación (Foto NA)
Si uno sigue sus últimos fallos, sobre Milagro Sala, sobre el Consejo de la Magistratura y ahora sobre la coparticiación de la Ciudad de Buenos Aires, podría concluir que los jueces están empecinados en hacerle la vida imposible a los K, y que algo hay de cierto nomás en lo que estos vienen diciendo, que son sus enemigos, que hay lawfare.
La verdad es bien distinta
Si la Corte viene fallando con frecuencia sobre asuntos que afectan al gobierno, y encima lo hace contra sus intereses, es porque este gobierno se viene dedicando cada vez más intensamente a violar las reglas del juego institucional, y a tratar de imponer otras que le vienen mejor. Es él, no la Corte, quien tiene una agenda sesgada, que lo lleva una y otra vez a chocar con obstáculos legales, y en demasiadas ocasiones se aferra a conductas inconstitucionales, así que no se le puede echar la culpa a los jueces supremos de que termine cada dos por tres exigiéndoles que intervengan.
Pero esperar que el oficialismo comprenda esta diferencia sería como pedirle que entienda que no toda movilización popular le pertenece. Para el kirchnerismo, y varios gobernadores de ese signo lo dijeron estos días con todas las letras, que los jueces interfieran en cómo ellos quieren distribuir y gastar el dinero público es otra aberración, va en contra de la naturaleza de las cosas, las libertades que ellos siempre han disfrutado de hacer y deshacer a voluntad sobre los impuestos, las transferencias, la deuda, las cajas previsionales, los subsidios, y todo lo demás que involucra el bolsillo de la política, su órgano más sensible.
La Corte encima afectó dos verdades reveladas con que la mayoría de los gobernadores, sobre todo pero no exclusivamente los de signo peronista, se manejan desde hace tiempo, y que son muy cómodas y provechosas para ellos así que no piensan dejarlas caer así nomás:
Primero, que la Nación recauda y ellos gastan, lo que significa que el gobierno nacional se tiene que ocupar de lidiar con los que aportan al erario público, y en lo posible buscarlos solo en la propia Buenos Aires y los demás distritos grandes y relativamente desarrollados, mientras ellos se dedican a repartir la plata entre sus clientes, y asegurarse que los sigan votando. A eso es a lo que estos gobernadores llaman `federalismo´, una aberración fiscal que no hay forma de que funcione, porque desresponsabiliza a los gobernadores de la forma en que se generan los recursos que necesitan para sobrevivir. Convirtiéndolos en rentistas sin límites en su afán de saquear los bolsillos ajenos.
Segundo, que es justo, progresista y contribuye al desarrollo todo dinero que se le saca a los que más tienen y se les transfiere a quienes menos tienen, se le saca a los grandes y se les da a los chicos, se extrae del centro y se distribuye en la periferia. Con lo cual se ignora el hecho de que si se exprime demasiado a los sectores más productivos, hasta el extremo de volverlos poco o nada rentables, y se distribuye sin plan ni condiciones entre los menos productivos y más atrasados, lo que se obtiene como resultado es la Argentina de hoy, estancada desde hace una década y con índices crecientes de pobreza tanto en el centro como en la periferia. Un país que como experimento de reproducción política de una elite rentista es muy exitoso, y como economía y sociedad es un desastre.
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Finalmente lo que está discutiendo el oficialismo con la Corte no es tanto el punto más de coparticipación que reclama la ciudad, sino ese modelo, y que nadie pretenda interferir en el modo en que se han venido haciendo las cosas con el dinero público, al menos durante las últimas dos décadas, para beneficio de una elite política territorial que es, junto a la sindical, lo más estable que tiene para mostrar este país, en todo lo demás increiblemente inestable. Ante esa elite, siempre Alberto Fernández, Massa y sobre todo Cristina Kirchner, buscan erigirse como guardianes y protectores. Y ahora vuelven a hacerlo, aun al precio de convertir un muy mal gobierno, en el reino de la pura ilegalidad
Por Marcos Novaro – TN.com.ar.