A través de la generación de información, las decisiones basadas en datos generados en el proceso productivo y la mejor gestión de los recursos se podría lograr lo que se conoce como “Campos Inteligentes”
El Smart Farming es la aplicación de tecnologías de la información y la comunicación (TICs) en la agricultura. Este nuevo abordaje promete revolucionar el mundo de la agricultura mediante la aplicación de distintas soluciones que resultan en una producción más eficiente y sostenible.
Con el uso de estas herramientas, conectadas unas con otras, mediante del uso de tecnologías de big data, analytics y la nube; los profesionales y productores pueden optimizar la toma de decisiones y las operaciones. A través de la generación de información, las decisiones basadas en datos generados en el proceso productivo y la mejor gestión de los recursos, se podría lograr lo que se conoce como “Campos Inteligentes”.
Los ecosistemas “Campos Inteligentes” (Smart Farm en inglés), son aquellos establecimientos donde se realizan distintas operaciones de Smart Farming. Entre ellas, podemos mencionar una planificación regular de la producción basada en datos, y otras actividades asociadas con el desenvolvimiento de la empresa agropecuaria, tales como: la comercialización, la logística de entrada de insumos y salida de productos, la financiación y los seguros de cosecha, etc. En conclusión, los campos inteligentes, con el uso de todas estas herramientas, mejoran su eficiencia global.
¿Cómo se desarrollan los ecosistemas de Smart Farm? El recorrido comienza con la colocación de sensores y/o dispositivos (IoT) dispuestos en el campo, sobre las maquinarias, los silos, etc. Estos aparatos permiten recopilar datos sobre parámetros que se consideran de interés, ya sean ambientales, de salud de los cultivos, del funcionamiento de los equipos (por ejemplo: taponamiento en pulverizadoras y/o sembradoras), humedad del suelo, e incluso las variaciones de temperatura en silos, entre muchísimos otros.
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Los dispositivos abarcan desde estaciones meteorológicas repartidas en distintas partes del campo o montadas en los equipos pulverizadores, hasta sensores montados sobre satélites, Vehículos Aéreos No Tripulados (VANT o UAV, por sus siglas en inglés), etc., que permiten detectar, por ejemplo, variaciones en el Índice Verde (NDVI) de los cultivos, que puede ser interpretado desde la perspectiva del estado sanitario de los cultivos, así como otros que midan temperaturas críticas en situaciones especiales para establecer, por ejemplo, alertas de heladas en cultivos de vid o distintos frutales o evaluar daño de determinado cultivo.
La información generada se transmitirá, en forma de datos, a la nube (cloud). Es decir, a los servidores a los que se accede a través de internet, los softwares y las bases de datos que se ejecutan en esos servidores. La nube es la principal responsable del almacenamiento, el procesamiento y el análisis de los datos generados, de manera tal que puedan ser leídos e interpretados por los tomadores de decisión (productores y/o profesionales).
El acceso a esta información puede hacerse desde una computadora o a través de aplicaciones instaladas en teléfonos y/o tablets, lo que le permite al productor activar dispositivos inteligentes dispuestos en el campo o, incluso generar una orden de trabajo específica (pulverización, por ejemplo), según la información recibida y analizada.
A modo de ejemplo, pensemos en un establecimiento agropecuario que contrata una empresa de monitoreo para que realice el seguimiento de los cultivos de un campo. La empresa determina la presencia de manchones de malezas en un lote, pero, dada la extensión del problema sanitario no amerita la necesidad de realizar aplicaciones de herbicidas de forma masiva, sino que se considera suficientemente eficaz una intervención selectiva.
La empresa de monitoreo, a través de una aplicación (app) y/o un software específico, envía una alerta al productor en función del reporte que genera. Simultáneamente dispara una orden de trabajo para que el contratista que realiza las pulverizaciones en el campo (y que dispone de un sistema de aplicación selectiva) ejecute la tarea indicada.
El contratista ha montado en los barrales de la pulverizadora unos sensores infrarrojos que, al detectar la presencia de malezas, producen la aplicación del herbicida en el lugar específico donde se encuentran las malezas.
De esta manera, se reduce el riesgo de contaminación ambiental, y el costo de la práctica en relación con una aplicación total, ya que se disminuye el empleo de un insumo (herbicidas en este caso). Además, con los datos generados, convertidos luego en información, se pueden realizar futuros planteos productivos optimizados, mediante el análisis de datos a gran escala y recopilados para la toma de decisiones.
La gran cantidad de datos que proporcionan los sensores en el campo pueden ser analizados tanto por la empresa que los genera, como por otros involucrados. Este es el caso cuando se le agregan datos provenientes de numerosos establecimientos/empresas, relacionados con una misma variable de interés. Por ejemplo, la oferta de productos y/o la demanda de insumos, que una vez analizados pueden proveer información para realizar distintas operaciones de manera más eficiente.
Estos datos también son relevantes para optimizar el suministro, adquisición y almacenamiento de semillas, fertilizantes, fitosanitarios, etc. Asimismo, pueden establecer la logística más adecuada para la distribución al mercado. Por último, pero no menos importante, la gran cantidad de datos e información sobre la producción, el clima, la salud de los cultivos y la demanda, puede ayudar a las instituciones financieras y a las compañías de seguros a evaluar mejor los riesgos para presentar mejores propuestas de sus servicios a los productores.
Todo esto es posible siempre que podamos asegurar dos puntos. Por un lado, la interoperabilidad de los datos entre las compañías que generan las TICs. Por el otro, la capacidad de conexión que podamos encontrar en las zonas rurales. Estos ejes son los que más están limitando el desarrollo. Afortunadamente, ambos tienen soluciones en el corto y/o mediano plazo, porque ya hay ofertas en el mercado para contar con señal constante y de buena calidad en el campo.
En síntesis, el Smart Farming reduce riesgos de producción, optimiza el uso de insumos e incrementa los beneficios ambientales y económicos de los establecimientos y sus comunidades cercanas.
El autor es coordinador de Gestión Sustentable de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe)
Federico Elorza
Federico Elorza – LA NACIÓN Campo