Si en el pasado “la vaca atada” era sinónimo de riqueza asegurada, hoy puede entenderse como imposibilidad de crecimiento, dada la detención productiva y la caída de las inversiones en la principal formación de recursos no convencionales del país.
Hay una expresión que remite a los lujos que podía darse la aristocracia argentina a fines del siglo XIX, cuando las familias más pudientes embarcaban rumbo a Europa junto con su personal de servicio y hasta con una vaca de raza para consumir leche fresca durante el viaje. Desde entonces, “tener la vaca atada” pasó por estas tierras a ser sinónimo de riqueza.
El ganado vacuno volvió a asociarse con la prosperidad hace menos de una década, a partir del descubrimiento y la confirmación del potencial de la Cuenca Neuquina en materia de hidrocarburos no convencionales. La formación Vaca Muerta se transformó, según muchos, en la mayor y más firme garantía de recursos económicos que ostenta la Argentina de cara a las próximas décadas.
En los últimos tiempos, sin embargo, esa promesa de ingresos millonarios se vio ensombrecida por dudas de carácter interno y externo. Por un lado, la compleja situación financiera del país desalentó la llegada de grandes inversiones. Por otro, la volatilidad del precio internacional del barril, motivada por cuestiones vinculadas con el comportamiento de la demanda, puso en riesgo la viabilidad de los proyectos en marcha y en carpeta.
En los tiempos del coronavirus, una época de “vacas flacas”, el confinamiento obligado de los consumidores y los trabajadores añadió nuevas dificultades a las existentes. La parálisis industrial y el desmoronamiento de todas las variables productivas afectaron también la evolución de Vaca Muerta.
Así, “la vaca atada” como metáfora de riqueza asegurada ahora puede entenderse como peligrosa alusión a la inactividad en el reservorio, al estancamiento en su desarrollo.
No obstante, en opinión de muchos petroleros es precisamente por estos días cuando más debe trabajarse en la generación de condiciones para desarrollar la formación. A diferencia de las empresas que hoy están poniendo sus planes en stand by, las que decidan (y tengan la capacidad de) continuar con ellos podrían alcanzar una ventaja competitiva crucial en el mediano plazo.
En espera
Antes de la propagación del COVID-19, podía percibirse cierto declive en el crecimiento de Vaca Muerta. El año pasado, por ejemplo, se perforaron 328 pozos en la Cuenca Neuquina; es decir, 66 menos que durante 2018.
Asimismo, la caída en los niveles productivos de Tecpetrol en su proyecto Fortín de Piedra hizo que el alza interanual de la obtención local de gas no convencional mermara desde un 24,4% hasta un 4,1% en el último cuatrimestre.
La parálisis industrial y el desmoronamiento de todas las variables productivas afectaron también la evolución de Vaca Muerta.
Nada hacía sospechar, de todos modos, que pudiera darse una desaceleración demasiado drástica. La actividad en la formación, de hecho, venía de ubicar a Neuquén en la cima de la generación de empleo privado durante cuatro temporadas consecutivas.
Hoy que el petróleo experimentó la menor cotización de la historia, claro, todo parece posible. Y la pérdida de atractivo del reservorio neuquino envalentona a jugadores de otras cuencas que reclaman volver al centro de la atención.
Frente a circunstancias tan cambiantes, solo el tiempo dirá si “Vaca Muerta será una palanca del desarrollo nacional”, tal como había sentenciado hace poco más de un mes el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. O si se convierte en “un tema que tendrá que esperar”, tal como lógicamente rectificó el funcionario en plena pandemia. ©
– Revista Petroquímica