Indefensos frente al aumento de impuestos

La carga tributaria en las pymes argentina supera el 106 por ciento, la segunda carga impositiva más alta del planeta. Recursos que no se pueden invertir

El llamado «liberalismo» económico es injustamente asimilado conceptualmente a una mala palabra. El escenario luce intoxicado de confusión ideológica sin fundamentos y pícaros de turno que nos alejan de la libertad que por derecho nos asiste desde el mismo momento del nacimiento.

La violencia cobra dinamismo y la justicia no da soluciones a una demanda creciente, las víctimas del salvajismo se suman a montones. Quienes pagamos impuestos somos literalmente saqueados y como si fuera poco, resarcimos económicamente a nuestros victimarios. Sea un ladrón individual y de baja estofa o una organización, lo cierto es que parece que es cuestión de quien esta mejor organizado.

Asistimos a (y lo seguiremos haciendo) que por «cuestiones de Estado» se llevan a cabo todo tipo de atrocidades de las que los privados jamás se animarían (guerras, esclavitud y exacciones entre otras) al igual que el mismo proceder delictivo, sólo que amparados en leyes y reglamentaciones que camuflan el atropello sin piedad.

Los privados, obtenemos nuestro sustento del proceso de «seducción» que todos los días debemos renovar para captar la atención de consumidores con productos y servicios que diseñamos para atender una demanda que elige solo a quien considera mejor (y paga por ello) en un proceso de selección individual.

En cambio y en las antípodas, los Estados obtienen sus recursos (ingresos) por medio de la coacción y la imposición y cuentan con la violencia en los casos de incumplimiento.

Si analizamos los logros en últimos 80 años de nuestra economía y somos objetivos en nuestro presente, cuesta entender desde la lógica por qué se defiende un modelo con fanatismo ideológico al que le brota el fracaso: pobreza, indigencia, desempleo, deuda y sobre todo falta de rumbo. Eso sí, un constante reimprimir el pasado a sabiendas de sus nefastas consecuencias. ¿Lo vemos?

La columna vertebral y filosófica del pensamiento «libertario» rechaza este avance sin limite del Estado (sector publico) sobre los derechos económicos individuales, el respeto por la propiedad privada y la expropiación de recursos que alimenta la insaciable apetito que los modelos socialistas de gestión nos imponen.

Cuando el Estado por medio de sus funcionarios, que desde la holgura de un escritorio y lejos del acontecer de sus consecuencias, decide aumentar los impuestos, nadie puede defendernos. El ciudadano se encuentra absolutamente desvalido y sin contrapesos ante una topadora que avanza sin piedad. Un dato convalida esta situación y es la posición dominante (monopólica) que detentan los gobierno a la hora de estas definiciones.

Por el siglo XIX Franz Oppenheimer, sociólogo y economista alemán escribió que el hombre obtiene sus riquezas básicamente por medio de dos mecanismos: voluntario, mediante la producción e intercambio (modo económico) o coactivo, utilizando la violencia y la imposición (modelo político).

Otra diferencia sustancial estriba en que el ladrón de la vía pública es circunstancial, esporádico y con un final. En cambio, cuando quien toma la posta son los Estados, lo hace de forma ordenada, con la ley de soporte y con la sistematicidad para colarse a cuanto rincón de la actividad económica como sea posible. Claro está, convirtiéndose en un «socio in eternum», una pesada carga que en las pymes argentinas supera el 106 por ciento, convirtiéndose así en la segunda y más alta carga impositiva del planeta. Recursos que nos expropian vía impuestos, se traducen en menos disponibles para invertir, ahorrar o consumir. ¿Somos capaces de comprender que no hay tal buena noticia detrás de una suba de impuestos?
Advertisement

Finalmente un ladrón en el ejercicio de su acto delictivo, va a cara o cruz en sus fechorías. En ultima instancia, se hace cargo de «su gestión» y cuando algo sale mal, las consecuencias y costos suelen ser altos. Deberían ser éstos mas aun, si la justicia se enfocara en proteger prioritariamente a las víctimas más qué a los victimarios. Doctrina garantista de Luigi Ferrajoli (1989).

Los Estados, en la antípodas de este comportamiento bajo promesas de soluciones que no llegan y de populismos cargados de costosas falacias, empeoran las sociedades, confunden a sus gentes y les cobran con pobrezas crecientes un modelo que los mismos lideres repelen en sus conductas y vidas privadas.

Por Gustavo Helguera / Especial para La Capital – La Capital