La búsqueda de metales preciosos por los españoles movió a los conquistadores a lo largo de un inmenso territorio que abarcaba el largo y el ancho de las Américas.
Ya en los primeros desembarcos observaron nativos con pequeñas piezas de oro en sus adornos. La incesante búsqueda los llevó a descubrir algunos de los yacimientos de plata más ricos del orbe, entre ellos el fabuloso Cerro Rico de Potosí. Sobre este cerro pivotó la economía colonial española por varios siglos. Luego se sumarían los distritos argentíferos de México y el oro que fluía del Perú y Colombia.
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En nuestra región fue importante la plata del Famatina y, en lo que hoy es el norte argentino, se produjeron hallazgos que fueron mencionados desde el siglo XVI. Sin embargo, los incas y los pueblos anteriores a ellos fueron también hábiles en el arte de domeñar los metales y crearon una notable metalurgia y orfebrería. Los pueblos andinos llamaban «cori» al oro, «colqui» a la plata, «»llimpi» al mercurio y «anta» al cobre cuando estos se presentaban como metales puros o nativos.
Tenían también nombres para minerales portadores de metales que no se encontraban libres sino contenidos en diferentes composiciones químicas, caso de «tacana»al sulfuro de plata (argentita), «sucu» al cloruro de plata (clorargirita) y «soroche» al sulfuro de plomo (galena argentífera), entre otros. La metalurgia se llevaba adelante en las huayras o guayras, etimología de «viento» en quechua. La técnica fue descripta por muchos de los españoles en sus obras.
Hornos inmemoriales
Este método de fundición de metales, enseñado por los indígenas a los españoles, fue descripto claramente en 1761 por José Eusebio del Llano Zapata, jesuita, y dice: «Los indios le enseñaron el modo que ellos tenían, de tiempo inmemorial, para fundir los metales. Esto lo hacían en unos hornos que llamaban guayras. Ellos eran de barro, de una vara de alto, casi cuadrada, abiertas por arriba cuatro ventanillas a los lados y al fondo más estrecho que la cima. Dentro depositaban el metal (mineral metálico) bastante humedecido e incorporado con otros que facilitasen su fundición; después llenaban aquellas máquinas de materia combustible, que empezaba a arder a medida que soplaba el viento natural y como este es más fresco, parejo y continuo que el que agita el artificio, salía la plata más acendrada que la que se beneficia por medio del viento artificial conmovido por los fuelles. Se continuó este modo de beneficio, de manera que se veían todas las noches por las alturas de aquel cerro y sus pizarrales, más de 15.000 hornillos».
Los mineros españoles
Los mineros que descubrieron, exploraron o explotaron minas en el norte argentino se remontan a los primeros años de la conquista y colonización del territorio.
Juan Núñez de Prado quien fundó en 1550 la primera ciudad de El Barco en donde hoy se encuentra Tucumán, era «Alcalde de Minas» en Potosí y fue enviado por don Pedro de La Gasca, a la sazón «Pacificador del Perú», a raíz de un informe de los oidores Pedro de Hinojosa y Polo de Ondegardo de la Real Audiencia de Charcas, el cual sostenía que: «Delante de los Charcas hay una provincia que se dice Tucumán, donde hay copia de naturales y gruesas minas de oro, y que se cree las habrá de plata». Queda claro aquí que el móvil fundacional de los españoles en el norte argentino fue de carácter minero. La ruta de los conquistadores por el borde de la Puna se encontró con la mole del cerro Acay, una montaña de granito que se comporta como un mojón natural. El descenso de la Puna hacia el Valle Calchaquí debió llevarlos a toparse con las viejas minas de plata que trabajaban los indígenas en las laderas de la montaña, o sea donde nace el río Calchaquí.
La elección de Salta
En la votación realizada en 1581 por los cabildantes de Santiago del Estero sobre donde debía fundarse la ciudad que había ordenado el Virrey Toledo, el Valle de Lerma le ganó por un voto al Valle Calchaquí (14 a 13). Entre las numerosas razones expuestas a favor de una u otra ubicación, figuraba que en el Valle Calchaquí había «abundancia de minas de oro, plata, turquesas y alumbre». El informe de Filiberto de Mena de 1791 es muy valioso por los nombres de minas y de los españoles de la colonia que las explotaron. Comenta que las minas de plata del Nevado de Acay, llamadas de San Francisco de Asís, fueron descubiertas en 1665 por el sevillano Gonzalo Sedano Sotomaior, la cual había sido trabajada anteriormente por los indígenas, ya que se encontraron allí socavones y restos de hornos de fundición primitivos. Señala que a pesar de haber sacado muchos marcos de plata, las minas debieron ser abandonadas por los levantamientos insurgentes de los calchaquíes. Las del Aconquija las atribuye a Juan Christobal de Retamoso en 1688. Luego menciona las minas de San Gerónimo, en lo que hoy es la región al sur de San Antonio de los Cobres, donde se explotó plata y cobre. Apunta que del mineral beneficiado se hacían mezclas con los cuales se fabricaban «campanas de bella voz y tañido». Se refiere luego a minas de plata en la sierra de Aguilar (Jujuy), las cuales también habían sido trabajadas en la antigedad, aunque menciona como «descubridor» a Josef Pereira quién hizo el pedimento en 1729 al gobernador Baltazar de Abarca.
La relación continúa nombrando minas de plata en La Caldera, nevado de Pulares y otras al poniente de Salta. Con respecto a La Caldera, que fue estancia de los exjesuitas (para entonces ya habían sido expulsados), dice que un tal Mercado “sacó ingente cantidad de marcos de plata con el beneficio de hornillos”. Luego menciona haber reconocido personalmente minas de plata en la Quebrada del Toro, mientras viajaba a Lima en 1767. Habla concretamente de Tambo del Toro, que era el camino del Perú, donde circulaban abundantes tropas de mulas. Allí observó socavones de minas desamparadas. Hace hincapié que en las serranías a ambos lados del valle de Salta (Valle de Lerma), “hay en sus cumbres varias bocas minas de oro, plata y cobre, trabajadas algunas por los infieles y otras por los cristianos”.
Nombres familiares
Es interesante remarcar la actividad minera metalífera próxima a la actual ciudad de Salta en pleno siglo XVIII. En la Sierra de Mojotoro menciona sin nombre la mina de La Quesera “una mina de metales sorochos, y algunos de ellos cobrizos, mezclados con algún plomo” que fuera explotada por el gallego Antonio Itato en 1783. En 1791, Ramón García de León y Pizarro, habla de vetas de plata en el cerro Pan de Azúcar (Jujuy), así como de otras en Santa Rufina y Curato de la Caldera. El gobernador intendente de Salta, don Rafael de la Luz, eleva un informe en 1799 a Juan del Pino Manrique, donde le informa sobre las minas en explotación y abandonadas. Entre las minas en explotación menciona la mina de plata San Francisco de Asís cuyos dueños eran José González Tames y J. Sánchez.
Esta mina producía al menos una piña semanal de 50 marcos. José González Tames, que trajo 30 operarios de Potosí para mejorar el rendimiento de la explotación de la mina, comentaba que la veta real y muchas de sus ramas, tenían: “aun metal de treinta hasta cien marcos por cajón en la cantidad que se apetezca y porque la plata que producen es tan exquisita y de ley tan superior que se puede estimar por la nata o por la flor de las platas del Perú”. Los plateros salteños Teodoro del Corro y Baltasar Castro, daban fe que “la plata era de tan buena calidad o ley que nunca habían visto otra igual”. Indalecio Gómez (padre) explotó con éxito las minas de plata en el volcán Antofalla, las que habían sido trabajadas a mediados del siglo XVIII por los jesuitas. Concordia, La Poma y El Quevar (Salta), Rachaite, Pumahuasi, Pirquitas y Fundiciones (Jujuy), son algunas de las viejas minas de plata explotadas por los indígenas y más tarde por los españoles.
Ricardo Alonso – El Tribuno