Caspalá, el pueblo jujeño que tiene todo listo para los turistas

En esta comunidad originaria, ubicada a 3000 metros de altura, en un entorno de paisajes vírgenes y sitios arqueológicos, viven 50 familias; fomentan la llegada de los visitantes para que conozcan su cultura y participen de sus rutinas cotidianas

Las comidas de olla de La Cutanita son la especialidad de la casa, y el guiso de papa verde que prepara Hilda Cruz recibe el elogio de toda la mesa. Compartir la receta le causa algo de sonrojo a esta cocinera caspaleña, dueña del primer comedor turístico del pueblo. En Caspalá, una localidad en el departamento de Valle Grande, rodeada por cerros a 3100 metros de altura y 252 kilómetros de distancia de San Salvador de Jujuy, viven apenas unas 50 familias. No es fácil llegar: son unas cinco horas en combi con chofer avezado en caminos zigzagueantes. Pero el camino regala postales todo el tiempo, y hasta el más intrépido cardón vale una foto.

Caspalá tiene lo que cualquier viajero amante de la aventura y de los paisajes vírgenes puede anhelar. Hay cascadas naturales, sitios arqueológicos y hasta una travesía inédita por el Camino del Inca. La vida en comunidad y el contacto diario con la tierra marcan el compás del pueblo, en una economía que aún es de subsistencia rural. Pero Caspalá, que en quichua significa «gran entrada» o «abertura entre cerros», quiere abrirse ahora al turismo.

Crédito: Gentileza Walter Reinaga

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Tiene todo para ser visitado. Incluso, desde hace apenas unos meses, hay dos hospedajes, una casa de té, un patio de artesanías y una decena de circuitos organizados por sus mismos pobladores para recorrer. «Faltan los turistas», dice Cipriano Rogelio Quipilor, que está ansioso por estrenar su posada Pueblo Viejo, con capacidad para seis personas.

«Salvo algún europeo perdido que llega a pie muy de vez en cuando, no recibimos muchas visitas», agrega Ariel Balcarce, uno de los guías baqueanos que comandan el trekking hasta el sitio arqueológico Antiguito, que tiene una de las panorámicas más lindas de Caspalá, con sus casas de adobe y el río Chico, que cruza el valle. El año pasado, junto con un grupo de habitantes, Balcarce formó parte de las capacitaciones dictadas por el Ministerio de Turismo y Cultura de Jujuy, desde el área de Productos Turísticos, para fomentar el turismo rural comunitario en la zona, que tiene como principal atractivo que el visitante conozca de primera mano cómo es la vida en estas comunidades originarias que habitan entornos de excepcional belleza: formar parte de sus rutinas, como ordeñar cabras, deshojar chalas, hacer queso, distinguir entre los cientos de plantas aromáticas o medicinales y conocer más sobre la cultura agrícola de la región.

Crédito: Gentileza Walter Reinaga
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«Acá todo es natural, no usamos ningún agregado químico ni nada. Tenemos más de 25 variedades de maíz y casi 50 de papa -se ufana Excel Figueroa, que propone una recorrida por la zona de cultivo para conocer sus métodos ancestrales de trabajo-. Cada papa tiene un sabor distinto y cada una va bien en diferentes preparaciones. Pero la mejor papa, no importa la variedad, siempre es la mediana», aconseja.

Sandra Nazar es la directora de Desarrollo de Productos Turísticos de la provincia, y explica que trabajar en forma conjunta con las comunidades es la mejor estrategia para impulsar una nueva alternativa económica y que el turismo se pueda transformar en un núcleo de trabajo complementario a las actividades productivas que hoy tienen las familias. «Buscamos líneas de financiamiento para sus emprendimientos, ya sean proyectos gastronómicos, de hospedaje o la formación de nuevos guías locales. En algunos sitios el turismo ya llegó y la intención allí es que la actividad crezca. En otros buscamos anticiparnos», dice Nazar, en referencia al pueblo de Caspalá, donde una de las primeras iniciativas surgió de la inquietud de un grupo de 30 mujeres artesanas que trabajan en el bordado artesanal de los rebozos, una prenda típica en forma de chalina llena de colores y diseños floridos.

Crédito: Gentileza Walter Reinaga
Crédito: Gentileza Walter Reinaga
Crédito: Gentileza Walter Reinaga
El impacto del turismo en Jujuy ronda entre el 5% y el 7% de su PBI, y el objetivo de Federico Posadas, actual ministro de Turismo y Cultura de la provincia, es llegar al 10%. Parte de esa estrategia está en el impulso del turismo complementario, rural y de base comunitaria. «Durante varios años Jujuy fue como un bonus track de Salta. La gente venía en plan de excursión, tal vez se quedaba una noche y luego se iba. La estrategia ahora es posicionar a Jujuy como destino único, y de hecho venimos creciendo un 25% de un año a otro. La cultura jujeña es muy fuerte y su identidad está bien consolidada. Si ponemos en valor sus productos, el potencial es incalculable», señala.

El tesoro de Santa Ana
En ese mismo circuito, fuera del alcance de los destinos más conocidos de la provincia, como Humahuaca, Tilcara o Purmamarca, está la comunidad rural de Santa Ana, también en el departamento de Valle Grande, a 3333 metros de altura. La bolsa con hojas de coca está lista para quien la pida. La señal de celular, igual que en Caspalá, ausente. Pero en ambos pueblos, desde hace dos años, es posible conectarse vía wifi en la escuela.

Santa Ana tampoco se resiste a la cámara de fotos. El relieve es montañoso y el clima típico de puna. Llegar no es sencillo, aunque el camino de ruta que lo une con Valle Colorado -camino a las Yungas- está en obra, y quedan pocos kilómetros para que se concluya. Cuando suceda, los pobladores suponen que el tránsito y el turismo aumentarán. Algunos temen que esa inmensidad del paisaje pierda la calma.

Crédito: Gentileza Walter Reinaga
Crédito: Gentileza Walter Reinaga
David Zapana y Gabriela Apaza son los dueños de la hostería El Portal de las Yungas, que se quedó sin cartel por culpa del viento. Tienen 22 camas y un registro de viajeros, donde queda todo anotado. Entre australianos, ingleses y belgas, aparece perdido un argentino. Hace cinco años, Gabriela decidió montar el hospedaje en la que fue la casa de sus padres. Ella siempre supo que Santa Ana guardaba un tesoro, pero fue en 2014 cuando la Unesco incorporó el Qhapaq Ñan, o sistema vial andino que construyeron los incas durante siglos, a la lista de patrimonio mundial de la humanidad [ver aparte].

Aldo Zapana está atento al paso lento de los turistas recién llegados, y pone en práctica su relato como flamante guía nativo de Santa Ana. «Podemos ver cómo eran las técnicas de desagüe que utilizaban los incas, las pendientes y la señalización de las rutas. Para nosotros todo esto es una nueva oportunidad. Hacen falta muchas cosas, pero somos ricos en paisaje y naturaleza».

Por: Soledad Vallejos / Crédito: Gentileza Walter Reinaga – LA NACIÓN