Las visiones de las ciudades del futuro parecen estar caracterizadas por una imagen particular: un horizonte de torres con una serie de vehículos voladores volando entre ellas. En los albores de la cinematografía y en los complejos dibujos que aparecían en las revistas científicas populares, siempre había biplanos y cohetes, dirigibles y globos que volaban alrededor de las torres góticas y los puentes aéreos que conectaban los edificios.
En la película Metrópolis (1927) las torres forman profundos cañones y los pequeños aviones vuelan entre ellos para dar idea de la escala de esta nueva megaciudad de fantasía.
En ese mundo los ricos viven en áticos con jardines y los proletarios viven en la oscuridad de abajo. Los trabajadores se han quedado con las calles mientras los ricos colonizan las nubes.
En Una Fantasía del Porvenir (1930), la ciudad del futuro – una proyección de cómo podría ser Nueva York en 1980 – es un Manhattan más reconocible, con pequeños aviones aerodinámicos personalizados que, como peces, nadan en el horizonte. En El Quinto Elemento (1997), de Luc Besson, los cañones entre rascacielos están llenos de vehículos y se acumulan embotellamientos aéreos en las intersecciones.
Cuanto más fantásticos sean los mundos, más probabilidades habrá de que aparezcan vehículos que vuelan entre las torres. Nunca se pensó que el futuro sería terrestre.
Incluso Le Corbusier, el gran visionario de la arquitectura moderna, dibujó sus torres de la década de 1920 con biplanos volando entre ellas. Hubo algunos intentos de hacer realidad estas visiones. El edificio Empire State se construyó con un mástil de amarre, que se utilizó exactamente una vez.
En realidad, los aviones se vieron obligados a volar muy alto en el cielo y a las torres les pusieron luces rojas intermitentes en la parte superior para que los aviones pudieran mantenerse alejados. Sólo los helicópteros comenzaron a abordar la cuestión del aterrizaje en edificios con helipuertos; el centro de São Paulo es el ejemplo más impactante de una ciudad en la que los ricos a menudo viajan en helicóptero para evitar los embotellamientos.
Es una tecnología completamente diferente la que ahora está abordando cómo podríamos movernos por la ciudad en tercera dimensión: los drones.
La forma en que consumimos ha cambiado drásticamente en los últimos años. La calle bajo mi ventana ahora está animada por una serie de camionetas repartidoras que entregan pedidos de alimentos de supermercados, paquetes de Amazon y paquetes de rincones extraños del Internet. El tráfico ha aumentado y las ciudades hasta ahora no han podido adaptarse. Y el desperdicio de millones de viajes en los que se entrega un solo paquete parece escandalosamente ineficiente e insostenible.
El año pasado, Amazon probó su servicio de entrega por drones en Cambridge y Dubái está experimentando con drones de pasajeros. Aunque existen obstáculos (especialmente los vuelos comerciales), esto ya no es sólo un futuro hipotético. La pregunta no es cómo los drones podrían hacer nuestras vidas más convenientes, sino cómo podrían cambiar nuestras ciudades y nuestra arquitectura.
Primero, la conveniencia tiene un precio. Bien podríamos descubrir que la gran facilidad y velocidad de la entrega por drones nos hace menos propensos a ir a las tiendas. Si a los supermercados les preocupa la adquisición de Whole Foods por parte de Amazon, a las tiendas de barrios deberían preocuparles las entregas por drones. Una vez que se eliminen los costos de mano de obra de los conductores, los gastos de los vehículos y la imprevisibilidad del tráfico, de repente es viable recibir la leche, el pan o una botella de vino mediante una entrega aérea. Podría ser devastador para las pequeñas empresas y, lo que es igualmente importante, para la mezcla de nuestro tejido urbano. Las pequeñas tiendas podrían desaparecer, volviendo las calles más sombrías y concentrando el mercado minorista en menos manos. Quizás habría una mayor variedad de productos, pero se comprarían en menos lugares.
¿Y qué hay de los edificios? ¿Cómo podría reaccionar la arquitectura a un sistema en el que las cosas podrían llegar en cualquier momento del día o la noche? ¿Cómo puede ayudar a lidiar con los clientes ausentes? Podría suceder de dos maneras. La primera es la llegada de depósitos locales, un nuevo tipo de edificio y una especie de oficina de correos a la inversa. La otra es la adición de plataformas de entrega en nuestras viviendas. La arquitectura de los edificios de gran altura ya comenzó a granularse, edificios como el 56 Leonard de Herzog & De Meuron en Nueva York y el MahaNakhon de Ole Scheeren en Bangkok tienen una especie de diseño pixelado y fragmentado, y esto podría convertirse en la arquitectura urbana del futuro. Los apartamentos requerirán plataformas de aterrizaje protegidas para drones aéreos. A nivel de calle, necesitaremos un almacenamiento seguro para las entregas, al cual quizás se podría acceder mediante códigos. Básicamente, grandes almacenes de alta tecnología. La leche que se dejaba a las puertas de las casas nunca requirió este tratamiento. Pero un nuevo iPhone probablemente sí lo requiera. ¿Y qué hay de las personas? ¿No podrían también ser depositadas en las puertas de sus casas, incluso aunque vivan en el 20º piso? Las puertas delanteras podrían aparecer al nivel del balcón.
Sólo conozco una pieza de arquitectura dedicada a drones, pero esa obra me parece importante. El puerto para drones de la Fundación Norman Foster, propuesto para Ruanda, presenta el sabor de una arquitectura de baja tecnología diseñada para una revolución de alta tecnología. La estructura, cuyo prototipo fue construido en Venecia el año pasado, se basa en una bóveda catalana, una estructura tradicional y extremadamente robusta que está diseñada para su fácil construcción con ladrillos fabricados localmente, pero estandarizados. Parece, en muchos sentidos, una pieza vernácula, pero también hay algo muy moderno en sus complejas curvas, un eco de algo así como la terminal TWA de Eero Saarinen en el aeropuerto JFK. Los refugios abovedados están diseñados para unirse entre sí y crear una estructura más grande que podría utilizarse no sólo como un puerto para drones, sino también como un mercado, un centro de distribución o un espacio público. ¿Es posible que las aldeas remotas puedan superar las tecnologías de la misma manera que lo han hecho con los teléfonos celulares, al evitar la infraestructura tradicional? Los drones definitivamente tendrán un impacto en la forma física de las ciudades del norte global, pero en el sur global la tecnología que facilita la pereza del norte podría ser transformadora, entregando medicinas, componentes, ayuda y comercio.
Éste es sólo el comienzo. ¿Qué hay de la privacidad? Los residentes actualmente están nerviosos por las nuevas torres desde las que se ven sus apartamentos o jardines; ¿qué hay de los drones? ¿De la capacidad de espiar cualquier cosa, en cualquier lugar? ¿O qué hay de los drones armados? Ésos con pistolas pequeñas o explosivos, el sueño de un terrorista o un asesino. El futuro a menudo se presenta como una utopía, pero viene con sus propios dilemas.
Los drones cambiarán la forma en que vemos la ciudad. El familiar panorama de tantas películas de Hollywood, esa perspectiva aérea de torres y autopistas, esos cañones que se convierten en calles, será nuestra nueva visión. Quizás las calles quedarán en manos de los pobres mientras que los ricos ocuparán los niveles superiores; o tal vez los drones simplemente nos recuerden que no sólo estamos siendo observados con cada pulsación de tecla o de pantalla, sino en cada paso que damos en la privacidad de nuestros propios hogares. La ciudad en tercera dimensión se ha demorado en llegar. Pero ya casi está aquí.
por EDWIN HEATHCOTE – Cronista