El analista político Sergio Berensztein acaba de publicar, junto con Alberto Schuster, Dueños del éxito. En un mano a mano con 3Días, habla sobre el libro, además de analizar cuestiones coyunturales como por qué no llegan las inversiones al país, la polarización a la que apela Cambiemos y por qué Cristina Kirchner mantiene una buena intención de voto.
Ahora tengo tiempo y ganas de darle una vuelta y levantar el guante que me tiraste en 2009″, le dijo hace algo más de un año Alberto Schuster a Sergio Berensztein. En ese momento, Schuster le había pedido a su amigo que leyera su libro Competitividad para la prosperidad, que acababa de escribir.
Luego de hacerlo, Berensztein le hizo la siguiente observación: «El libro me parece buenísimo como el ‘deber ser’ pero, como suele ocurrir con estas cosas, lo más difícil es encontrar el consenso político y a los actores dispuestos a avanzar en las políticas necesarias para lograr una sociedad más competitiva».
Así fue que surgió la idea de repensar las cuestiones planteadas en aquellas páginas, pero «con una óptica más o del todo política», dice Berensztein. Esta idea finalmente se concretó bajo el nombre Dueños del éxito. Cómo lograr una Argentina competitiva, inclusiva y próspera, de editorial Edicon.
En una entrevista concedida a 3Días, además de hablar sobre algunos de los conceptos que abordan en el libro, el analista político da su visión sobre la gestión de Cambiemos, su giro hacia la polarización y el rol de la ex presidenta.
– ¿Qué sería un país exitoso?
-Lo que tomamos es una variable fácil de definir: el ingreso per cápita, con la ventaja de que el mundo emergente, en los últimos 30 años, experimentó un salto espectacular. Por supuesto, sigue teniendo un montón de problemas, pero todos los continentes han hecho cosas convergentes hacia una sociedad más competitiva, más abierta, con reglas del juego más estables y claras; lo contrario a lo que hizo la Argentina. Entonces, definimos como «éxito» a la capacidad de generar más riqueza -sabiendo que no todo en la vida es la plata- pero que las sociedades, para nosotros, deberían medir el éxito en función de la riqueza que son capaces de generar. Y ésta siempre las genera el sector privado: las empresas, los individuos o la familia, con su creatividad, esfuerzo y ahorro. Precisamente, lo que tratamos de proponer son mejores reglas del juego para que las empresas puedan funcionar mejor y generar más riqueza.
– ¿No fue un poco ingenuo el Gobierno al creer que con la asunción de «caras nuevas» alcanzaba para que lleguen inversiones?
-Creo que el Gobierno no solamente tuvo ingenuidad, sino también un poquito de soberbia en suponer que simplemente por ser un Gobierno con vocación de hacer las cosas bien iba a tener el crédito abierto del mundo, en materia no solamente financiera -que lo consiguió-, sino en materia de inversión en el sector real. Dicho esto, es muy probable que si el Gobierno gana las elecciones, haya un poquito más de inversiones. Porque el Gobierno también estableció un principio de incertidumbre regulatoria y política al no poner reglas del juego con la oposición. Obviamente, uno no elige a la oposición, pero cuando uno hace un pacto político, lo hace con la persona que necesita, con la que tiene, no con la que quiere. Entonces, el Gobierno seguramente intentó, en el comienzo, una relación más dialógica y cooperativa con la oposición y luego prefirió ir solo; postergando acuerdos de gobernabilidad que redujeran la incertidumbre regulatoria. Porque si no tenés condiciones de competitividad y rentabilidad al corto plazo, pero ves un horizonte donde hay un pacto creíble entre las fuerzas más importantes del país, que dicen: «Vamos a hacer A, B, C y D para mejorar la competitividad, para que las empresas pongan la plata priorizamos estas cuatro o cinco áreas, etc.» y hay un compromiso para sostener esas reglas, comprás futuro. Pero la Argentina no te brinda eso. Es más, lo que el Gobierno te está mostrando hoy es que no puede pactar con nadie y que la única manera de que la cuestión mejore es si van solos. Entonces, el riesgo es que la elección no sea tan buena.
– ¿Por qué el Gobierno pasó de ser dialoguista a apostar a la polarización?
-Me parece que por una ventaja electoral. El Gobierno decidió que estas elecciones no iba a tener demasiados elementos económicos o materiales para conseguir votos. Y la mejor manera era repetir la dinámica del 2015, con la idea de que la continuidad del kirchnerismo implicaba riesgos al derecho de propiedad, a libertades individuales, un retorno al populismo autoritario. Por una ganancia electoral de corto plazo, está postergando el logro al acuerdo de mediano y largo plazo, que podrían favorecer la llegada de inversiones con otra densidad y velocidad. Fijate que donde el Gobierno sigue reglas claras, como en energías renovables, hubo un montón de inversiones. Ahí el acuerdo es tácito, no explícito, porque la ley la aprobó el gobierno anterior y la reglamentó Macri. Ése mismo criterio, con acuerdos en áreas específicas, hubiera sacado de la competencia político electoral, no digo despolitizar, pero sí deselectoralizar algunos sectores o algunas decisiones; hubiera beneficiado, seguramente, la llegada de inversiones en áreas que todavía están sometidas a un riesgo regulatorio, porque el kirchnerismo puede tener una buena elección -o el Gobierno una no muy buena elección-, y eso genera miedo en el sector privado.
– ¿Por qué Cristina Kirchner, aun con todas las denuncias por corrupción que tiene, mantiene un piso de votos tan elevado?
-Es muy interesante. En primer lugar, hay mucha gente para la cual la corrupción no es una prioridad similar a la del ingreso o a la inseguridad. Hay otras prioridades que tiene el votante, incluso el de Cambiemos. Es cierto que la corrupción es importante; depende cómo preguntes. Si preguntás de forma espontánea, la gente prioriza otras cosas. Y si le preguntás por la corrupción, le parece mal, lo cual no quiere decir que vote fundamentalmente por eso. Segunda cuestión, Cristina es muy buena victimizándose, sobre todo para su nicho de votos. Hoy, básicamente, tiene un piso de veintipico, veintilargos; tiene un techo bajo pero un piso alto. Y esa gente cree que lo que está haciendo la Justicia es injusto, que son causas politizadas, que la están persiguiendo, como lo persiguen a Lula, ¿no? Y Cristina es muy consistente en deslegitimar.
– La teoría de la conspiración de los kirchneristas…
Ella se ve a sí misma como la víctima local de una especie de confabulación global, donde los líderes populares están siendo perseguidos por los actores locales que reproducen esta persecusión, en particular los medios, la Justicia, sectores hegemónicos y el Gobierno, que en algún sentido es el representante de esa coalición. Por eso, ella no le aceptaba la jura a Macri; no le aceptó el liderazgo. Ella es muy consistente en ese sentido. Entonces, en esa visión, la gente que tiene con ella una relación de muchísima identificación, un votante para el cual Cristina es una figura carismática, obviamente le cree, entonces no cree que haya corrupción. Hay una tercera cuestión, que es aún más grave: el simpatizante que dice: «Son todos corruptos, mirá Panama Papers, el Correo, etc. En el mundo son todos iguales, es un ‘Viva la Pepa’, si todo el mundo hace trampa, nadie hace trampa». Y, finalmente, hay un núcleo muy chiquitito, pero ideológicamente relevante, que te dice que la corrupción es un instrumento para acumular poder, entonces no solo no la rechaza, sino que la justifica. Ahí tengo una visión optimista, porque en la década del ‘70 te mataban; ahora, únicamente afanan.
por DÉBORAH DE URIETA – CRONISTA