Resolver las tensiones sociales en la Ciudad, un desafío creciente

Un programa de una fundación global apoya el desarrollo de estrategias para mejorar la convivencia

«Durante mucho tiempo se creyó que el crecimiento urbano era causa de exclusión social, que el avance exponencial de las ciudades generaba espacios inequitativos, sucios, violentos, problemáticos, contaminados… Sin embargo, vemos que las ciudades se han convertido en polos de desarrollo que quieren reinventarse para aprovechar sus economías de escala, y hay que tratar de que no estén fuera de control», dice Eugene Zapata Garesche, director regional para América latina y el Caribe del programa «100 ciudades resilientes», que desarrolla a nivel global la Fundación Rockefeller y al que se integraron dos ciudades argentinas: Buenos Aires y Santa Fe.

La visión del plan parte del dato que indica que en las ciudades vive más de la mitad de la población mundial y que en ellas se genera más del 80% del producto bruto, lo cual demuestra una realidad: la de una economía que es creciente e «indudablemente urbana».

Zapata Garesche no deja de reconocer, sin embargo, que el crecimiento de ciudades como Buenos Aires tiene entre sus rasgos intrínsecos el avance de villas y asentamientos, con personas que no logran insertarse en el circuito formal de la vida social y económica. Pero afirma que, justamente, y por decisión de los propios funcionarios y habitantes de cada ciudad participante, ese fenómeno puede ser parte de los ejes estratégicos del programa de ciudades resilientes. El plan global cuenta con el apoyo de empresas privadas, entidades educativas y de la sociedad civil y organismos de Naciones Unidas.

El avance de los asentamientos, la informalidad, la falta de empleo para jóvenes, la desigualdad social y las demoras cotidianas para moverse de un lugar a otro, son sólo parte de las «tensiones crónicas» que sufren ciudades como Buenos Aires. A eso se suman situaciones excepcionales de impacto. Y todo ello hace que se requiera no sólo de políticas públicas sino también de estrategias con participación de diferentes actores sociales.

La palabra resiliencia remite a la capacidad de las personas, las comunidades y las organizaciones de adaptarse y poder crecer frente a la presencia de factores problemáticos, muchas veces críticos y encadenados entre sí. «Nuestro enfoque de estrategias de resiliencia tiene que ver con planes que resuelvan más de una cosa a la vez, porque a los problemas hay que verlos en su conjunto», contó a LA NACION Zapata Garesche, que participó en Buenos Aires de los primeros talleres para identificar cuáles son las áreas temáticas sobre las que la Ciudad trazará las medidas de acción a las que acompañará la fundación global.

El programa, según explicó su representante regional, tiene cuatro ejes. El primero es que se pide a los gobiernos locales crear un área de resiliencia con un funcionario a cargo -cuyo sueldo está a cargo de la fundación- y con un grado de institucionalidad que garantice la continuidad de la estrategia a largo plazo. El segundo es el aporte de recursos financieros y técnicos; en total, la fundación tiene US$ 162 millones para las 100 ciudades y los desembolsos se van dando según las necesidades y metas. La tercera pata del programa es la participación de «socios» del sector privado, organismos y asociaciones. «En Santa Fe tenemos a Siemens haciendo un inventario de estructura de movilidad sin costos para la ciudad», ejemplifica Zapata Garesche. El cuarto eje es la posibilidad de contactar una red de funcionarios de las 100 ciudades para compartir experiencias.

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Esto último es uno de los rasgos que destacó, en una charla con LA NACION, Fernando Straface, secretario general y de Relaciones Internacionales del gobierno porteño. El funcionario explicó que localmente se decidió no crear una oficina, sino que se puso la responsabilidad de los proyectos de resiliencia en cabeza de dos direcciones que están bajo la Secretaría General: la de Gestión Estratégica, a cargo de David Groisman, y la de Relaciones Internacionales y Cooperación, que dirige Francisco Resnicoff. Los recursos que irían para sustentar una nueva oficina se destinarán a contratar asesores.

El funcionario dijo que entre las «tensiones crónicas» que más preocupan está el tema de la integración social y la convivencia, y el del empleo que habrá en el futuro. «Para nosotros tener una estrategia de resiliencia es contar con un espacio de análisis para pensar a futuro», definió. Agregó que se trabajará en conjunto con las diferentes áreas del gobierno, ya que las políticas presentes o futuras tienen o tendrán sus contribuciones a las estrategias de resiliencia.

Desde la fundación patrociante del programa, Zapata Guaresche dice que se aportan recursos «para que las ciudades puedan darse el lujo de pensarse de otra manera, porque están todo el tiempo ocupadas en las urgencias y además, porque no hay intendencia en el planeta a la que le alcance la plata». En la región, puntualizó, las tensiones con más presencia están focalizadas en la sustentabilidad hídrica (en algunos lugares por inundaciones y en otros, por la escasez o por el deterioro de la infraestructura de drenaje), en la movilidad y en la equidad de las ciudades.

Silvia Stang – LA NACION