Urge frenar el deterioro urbano

Si alguien se dispusiera a precisar la nota central y más característica de la ciudad que habitamos, la primera expresión que le vendría a la mente sería la del descuido. Un desaliño muy vasto y tan antiguo ya, que se ha arraigado con fuerza tanto en la autoridad municipal como en el vecindario, dentro de sus respectivas esferas.

Así, entre nosotros, se asiste a un descalabro del ajuar urbano que nadie parece capaz de detener. Aquello que se deteriora o que se rompe en la vía pública, no se arregla nunca; o se lo hace con gran tardanza y a las cansadas, cuando el daño ya ha adquirido una dimensión mucho mayor y por tanto mucho más costosa de reparar. Podían llenarse páginas con ejemplos, gran parte de los cuales constan a diario en las cartas o los mensajes en whatsapp que envían nuestros lectores. Mencionaremos solamente dos, que creemos muy visibles y suficientemente ilustrativos.

Hace ya casi tres semanas que un árbol cayó a tierra en calle Muñecas al 500, destrozando un auto que allí se encontraba estacionado. El ejemplar fue retirado inmediatamente, pero nadie se ha preocupado por rellenar y embaldosar luego el enorme boquete que dejó su caída. Permanece abierto en la vereda, rodeado de escombros, y se va llenando con las ramas y desperdicios que arroja la gente. Llama la atención que esto ocurra en una zona residencial, y en una acera cuya conservación es responsabilidad del Estado Provincial, porque el frentista es la Escuela Mitre.

El otro ejemplo tiene su resorte de una institución del Estado Nacional, como es la Universidad de Tucumán. Hace cinco años, como se recordará, se ejecutó la impecable remodelación y restauración de uno de los locales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en calle 25 de Mayo 471. Ese trabajo incluyó el total remozamiento de la vereda, tanto la de frente a la Facultad como la de varios inmuebles linderos hacia el sur. Se la embaldosó con unos coquetos cuadrados de piedra laja. Ahora, esas piezas han empezado a despegarse en varios sectores, por la razón que fuere, y todo hace pensar que, en unos meses más, tal deterioro se hará general.

En el primer caso, el transeúnte no puede menos que preguntarse cuál será la razón por la que la Municipalidad, ni bien retirado el grueso tronco abatido en la calle Muñecas, no procedió a rellenar inmediatamente el agujero dejado por las raíces y restituir el embaldosado de la acera, en lugar de que sigan pasando las semanas y se vaya llenando de basura. Esto además de representar un obstáculo y un riesgo cierto para los usuarios de esa vereda que, repetimos, enfrenta a una escuela de la provincia. Y del mismo modo, en el segundo caso, se pregunta por qué el organismo encargado de los edificios de la casa de estudios, no procede a restablecer las baldosas que van saliendo de su quicio en la vereda de la Facultad de Derecho. Esto, antes de que se desprendan todas, y la acera quede convertida en un gran remiendo, vulnerando definitivamente el cuidadoso aspecto que se intentó darle en oportunidad en la remodelación de 2012.

Vistos estos ejemplos (que creemos de carácter revelador), pareciera necesario y urgente insuflar un nuevo espíritu en los organismos que tienen responsabilidades sobre las calles de la ciudad. Hablamos de reemplazar su desidia actual por una actitud vigilante de reparación y de conservación. Una tesitura de subsanar las deficiencias ni bien ellas se produzcan, en lugar de dejar que el paso del tiempo potencie el deterioro y haga más costosa la solución. En otras capitales argentinas, situaciones como las que referimos tienen inmediato remedio. Alguna vez debiéramos imitarlos nosotros. Nos sacudiríamos así esa triste fama de ser una de las urbes más desaliñadas del país

– LA GACETA