Las ferias informales crecen sin una regulación y ya nuclean a 4 mil familias

Estiman que ya llegan a 20 en toda la ciudad. Un proyecto se debate desde hace meses en el Concejo pero no logra salir de la comisión de Presupuesto

La saladita. En la feria de Salvá al 5900 el municipio cercó la plaza Homero Manzi y los puestos quedaron casi en la calle.
Una vez más, como cada vez que recrudecen las crisis económicas y cae el empleo, las ferias informales crecen en Rosario. El fenómeno va mucho más allá de los puestos ambulantes (ver aparte), ya que en gran parte de los casos no se trata sólo de la reventa de productos, como ocurre en el centro, sino también de la modesta oferta de objetos recolectados. Para regularizar esa actividad, que se estima ayuda a subsistir a entre 3 mil y 4 mil familias desde unos 20 mercados informales distribuidos por la ciudad, un grupo de feriantes reclama al Concejo tratar un proyecto del edil Eduardo Toniolli, que ya cuenta con el aval de otros bloques y del propio titular de la comisión de Producción, Martín Rosúa, donde sigue a la espera de despacho. «Confío en que en las primeras sesiones del año podamos debatirlo, porque se trata de una situación social consolidada desde hace años que no se puede desconocer más», afirmó Rosúa.

La cantidad de ferias y feriantes que existen en Rosario no pasa de la estimación porque la primera tarea que le cabría al municipio, y que el concejal radical ya pidió que concrete, es un «censo» que permita dimensionar el fenómeno.

«Es una realidad que puede gustar más o menos, pero que el Estado no puede desconocer porque existe», argumentó el edil.

De hecho, desde hace meses un grupo de feriantes que se gana la vida en distintos mercados informales de la ciudad viene reuniéndose todos los lunes en la plaza 25 de Mayo para autoorganizarse y llevó su problemática al Concejo, donde el proyecto de Toniolli espera tratamiento.

Uno de esos feriantes es Jorge Bustamante, quien a sus 52 años lleva varios en la actividad después de que en el 99 la fábrica de bicicletas donde trabajaba presentara quiebra ante la apertura de la importación de esos rodados desde Taiwán. Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia.

«La mayoría de nosotros alguna vez tuvo un empleo formal y lo perdió, por eso nos dedicamos a esto», contó Bustamante. Durante la semana, el hombre reparte su venta en tres ferias barriales, Ludueña, Parque Oeste y Casiano Casas. Para vivir sólo de eso, dijo, «no da», pero ayuda a parar la olla.

Según el feriante, en Rosario hay más de 3 mil hogares que se mantienen parcial o totalmente con esa actividad en unas 20 ferias que se arman en los barrios.

En ellas, dijo Bustamante, sobre todo en las más populares, cerca del 90 por ciento de los puestos vende objetos recuperados a través del cirujeo y, a diferencia de lo que ocurre entre los puestos callejeros del centro, la reventa de artículos textiles, juguetes o novedades representa a una minoría de puestos.

Reconocimiento

La actividad pide ser regularizada y por eso los feriantes se organizaron para impulsar el proyecto de Toniolli en el Concejo.

El concejal Toniolli, del Frente Justicialista para la Victoria, presentó su propuesta para concretar ese pedido hace casi un año, pero la iniciativa permanece aún en Producción, donde ya tuvo debate pero no despacho favorable.

Básicamente apunta a que las ferias informales (las que no funcionan bajo el paraguas de las secretarías de Economía Social y de Cultura) queden dentro de un «marco de regulación» en lo que hace a emplazamiento, ocupación del espacio público, días y horarios de funcionamiento y legalidad de oferta.

«En Rosario las ferias muestran un funcionamiento muy fluctuante: según el momento económico, aparecen y desaparecen», explicó Toniolli, para recordar que nacieron al calor de la peor crisis argentina, en el 2001, bajo la forma del trueque.

El edil sostuvo que «algo hay que hacer con esos núcleos de trabajadores que están en la vía pública», lo que implica «reconocerles derechos como trabajadores» y a la vez exigirles el cumplimiento de «ciertas reglas» para, por ejemplo, «evitar situaciones anómalas, ilegales o que signifiquen conflictos de convivencia con los vecinos».

Entre ellas, la reventa de animales y productos truchos o robados, la apropiación abusiva del espacio público (como las plazas) o la competencia desleal con los negocios barriales.

«Lo peor que puede hacer el Estado con esta situación es lo que hace ahora: nada, mirar para otro lado como si no existiera y esporádicamente correr a los feriantes apelando a la represión», afirmó Toniolli.

Rosúa coincidió con su par. «Hay que avanzar con una regulación lo más prolija posible de esta realidad consolidada desde hace muchos años y que cualquier crisis hace crecer», sostuvo, convencido de que cuando «el Estado no entra a regular empiezan a jugar las mafias».

Se trata, dijo, de dar «cierta previsibilidad a los feriantes, hacerles respetar normas y garantizar condiciones de trabajo a la gente que verdaderamente labura». Máxime, cuando empieza a escasear el empleo.

«Lo primero es reconocerlos como trabajadores y no como usurpadores del espacio público», reclamó Ariel Coronel, de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep), ya que «cuando el Estado los corre y los quiere hacer desaparecer, está excluyendo aún más a gente que ya está excluida».

Coronel dijo que en las ferias «todos los días aparece gente nueva que se quedó sin laburo, porque antes por ejemplo pintaba casas y ahora nadie los llama, y cae con algo para vender».

Y llamó a diferenciar entre el circuito de venta informal que regentean grandes comerciantes bajo cuerda y «quienes salen a rebuscárselas como pueden para comprar el pan».

La saladita. En la feria de Salvá al 5900 el municipio cercó la plaza Homero Manzi y los puestos quedaron casi en la calle

por Silvina Dezorzi – La Capital de Rosario