Sabemos que muchos de los que toman la decisión de labrar vienen de varios años en siembra directa. Como institución abocada a la generación y difusión de conocimiento técnico agropecuario, queremos ofrecerles toda la información necesaria para evitar ese camino”.
La comunicación de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) no podría ser más explícita. La mayor utilización de labranza convencional (LC) en detrimento de la SD, que ya había encendido las alarmas en el año 2020, pone en guardia a quienes defienden un sistema que revolucionó el agro en la Argentina y lo lanzó a la consideración mundial.
Si bien las referencias de la última campaña se desdibujan por peso propio, porque es ilógico pensar en tener éxito con siembra directa si en zonas altamente productivas no llueve ni una gota en alrededor de 4 meses, desde la propia entidad admiten que se trata de una caída del 3 % del área sembrada en directa en la Argentina.Aapresid lo pone en palabras y lo relaciona con la sequía —acá todo tiene que con ver con la seca, incluida nuestra vida cotidiana, como se comprenderá—, cuando dice que se trata de un porcentaje comprensible a partir de novedosas situaciones agronómicas presentadas en las últimas tres campañas (las peores consecutivas desde 1975 como consecuencia de las condiciones climáticas).
También sostienen: “Es contraintuitivo dar marcha atrás sobre una innovación tecnológica que no sólo permitió preservar los suelos, sino también contribuir al desarrollo económico-productivo del sector y del país en los últimos 30 años, generando aumentos en los rendimientos, posibilidad de producir en zonas críticas, inversión y desarrollo de tecnologías asociadas”.
Ahora, y más allá de la seca: ¿Por qué el productor vuelve a la labranza?
Una de las razones argumentadas se relaciona con la falta de manejo de la siembra directa como sistema, como la presencia de capas compactadas —en profundidad— que limitan la productividad de los cultivos y el avance de malezas de difícil control.
También por la fuerte adopción de cultivares tolerantes a herbicidas y el uso repetido de productos para el control de malezas, ya que esto aumentó la presión de selección y contribuyó al avance de especies tolerantes, o resistentes, que existen en el agroecosistema en forma natural.
La entidad rosarina insiste en ser contundente sobre el tema: “Lo único que hará el sistema de labranza elegido, sea convencional, reducido o siembra directa, es seleccionar ciertas especies de malezas en detrimento de otras. Es decir, la labranza no eliminará al adversario, sino que cambiará su rostro”.
Hay otros dos puntos no menos importantes en los que se detuvo Aapresid a la hora de las advertencias (que debe ser ahora, y no cuando se llegue al 10 % de labranza, por ejemplo).
Uno de ellos es el medioambiente. O, en realidad, los reclamos ambientales que derivan, por ejemplo, en disposiciones municipales que limitan el uso de tecnologías como los fitosanitarios en áreas periurbanas.
Aapresid sostiene que la mera prohibición de productos para controlar plagas en dichos entornos, sin ofrecer herramientas alternativas para su manejo, no es la solución.
El argumento es que se produce una pérdida de fertilidad como producto de las labranzas que enfrentan muchos productores periurbanos, en referencia a una gran mayoría de horticultores de pequeña escala que ven amenazada su permanencia en la actividad.
El otro aspecto considerado es el alquiler de la tierra.
De acuerdo con un trabajo de investigación, en la Argentina más del 60 % de la superficie agrícola está bajo un régimen de arrendamiento anual.
En este sentido, cuando el productor no tiene certeza sobre si podrá seguir cultivando el mismo lote la próxima campaña condiciona la planificación de una secuencia de cultivos, o un esquema de fertilización de largo plazo, que son los pilares básicos de un sistema de siembra directa.
Mas. No son pocos los contratos que se cierran tarde, con la consiguiente entrega de lotes infestados de malezas (en notable desarrollo), contra las cuales ya existen pocas posibilidades de control.
Dejar de lado a la labranza convencional, para dar lugar a la siembra directa, fue un paso de gigante para el sector agropecuario hace 30 años. Ahora, el debate se abre para que la ecuación sustentable —agronómica y económica— les cierre a todos los actores.